SABADO Ť 6 Ť OCTUBRE Ť 2001

Ť Juan Arturo Brennan

José Antonio Alcaraz (1938-2001)

Espejismos, polémicas, polarización, contradicciones, son algunos de los términos que me vienen a la mente al iniciar la redacción de este obituario para José Antonio Alcaraz, cuya reciente muerte deja un vacío importante en nuestro ámbito musical. Nadie en su sano juicio, nadie que haya tenido contacto frecuente con él podría decir que José Antonio Alcaraz fue una persona fácil de tratar, de definir o encasillar. Acido, cortante y socarrón en un momento, podía mostrarse de inmediato inusualmente generoso en compartir sus conocimientos (que eran muchos), su picardía inagotable y su peculiar visión del mundo musical. Intolerante con el lugar común y otras lacras similares, su volátil personalidad le permitía pasar con facilidad de la polémica a la diatriba, al vituperio, pero era igualmente inflexible en su apoyo hacia las causas, las músicas y los músicos en los que creía. En muchas ocasiones su adhesión a tales causas estuvo empañada por recalcitrantes posturas personales, sin el matiz de la objetividad.

Orientado originalmente hacia la labor de compositor, Alcaraz terminó por realizar una carrera polivalente en la que la composición pasó a ocupar un lugar de menor importancia. Considerado principalmente músico, se ocupó en demostrar -sobre todo durante los últimos años de su vida- que era ante todo un hombre de teatro. Conocedor profundo de todo aquello que pudiera ocurrir sobre un escenario, hizo mucho por poner en la mesa de discusión un tema fundamental en el quehacer cultural de hoy: la posibilidad de recuperar en serio la multifacética simbiosis música-teatro que tan importante fue en otros tiempos. Y lo hizo bajo una óptica típicamente iconoclasta: la lectura de sus escritos sobre las diversas interfases de la música y la escena dejaba claro que Alcaraz prefería apostar por una oscura comedia musical surgida en los teatros off-off Broadway que por una puesta en escena convencional y exitosa de alguna ópera-caballito-de-batalla.

El trabajo de José Antonio Alcaraz como crítico (en el que reflejó siempre esa vertiente teatral arriba mencionada, así como los rasgos extremos de su personalidad) podrá ser a su vez criticado por sus frecuentes exabruptos viscerales, lo cual no impedirá reconocer su valor como una importante contribución a la historia actual de la música y los músicos. Su añeja columna semanal en la revista Proceso se había vuelto lectura indispensable para todo aquel que estuviera interesado en la discusión seria del fenómeno musical. Ningún otro crítico dedicó tanta atención a los estrenos y restrenos de partituras mexicanas, y ningún otro crítico estuvo tan pendiente de las constantes adiciones a la discografía de la música mexicana de concierto.

La lectura de sus textos críticos, cuando estaban centrados estrictamente en la materia musical, permitía interesantes y casi siempre certeros acercamientos a la esencia, el estilo y el lenguaje de las obras reseñadas.

Vale la pena recordar, para quienes en más de una ocasión lo tacharon de misógino a ultranza, que nadie dedicó más tinta y más espacio a reseñar y comentar el trabajo de las compositoras, sobre todo las mexicanas. Sin duda, Alcaraz fue un inesperado pero coherente feminista. Y quienes veían en él a un ogro gruñón, a una especie de abuelo cascarrabias, harían bien en revisar las narraciones y las pequeñas biografías musicales que escribió especialmente para los niños, atractivos textos que tienen virtudes raras en estas latitudes: la de considerar al niño como un pequeño ser pensante y no como un idiota potencial, y la de dirigirse a él sin paternalismo ni chabacanería.

Nuestro desmemoriado y mezquino medio cultural tuvo, al menos, la visión de reconocer sus méritos en el homenaje que le organizó pocos meses antes de su muerte. Ello no evitó, sin embargo, que durante ese homenaje algunos de sus epígonos menos talentosos intentaran hacer penosas y fallidas imitaciones de una personalidad que era, por definición, inimitable. Habrá que desconfiar de la adulación oficialista postmortem y de los inevitables panegíricos acríticos.

A título personal: la lectura constante de sus críticas y ensayos, así como las numerosas conversaciones (y desacuerdos) que tuve con él sobre diversos temas, me permitieron aprender de José Antonio Alcaraz algunas sanas costumbres que hoy me son indispensables en la práctica de este espinoso oficio que es la crítica musical. Desde esta óptica particular, no dudo que la suma de su compleja y contradictoria labor crítica y musicológica, cuando sea recuperada y analizada en sus propios términos, probará ser un importante hito en la discusión contemporánea de la cultura mexicana.