domingo Ť 7 Ť octubre Ť 2001

 Guillermo Almeyra
 
La difícil alianza contra el cruel Dr. No

James Bond Bush desde el comienzo mismo no tuvo dudas: el enemigo era el cruel Dr. No, que había adoptado las facciones antes amiguísimas y estipendiadísimas de Osama Bin Laden. Ahora intenta crear una alianza mundial heterogénea para acabar con él y con el Mal donde el mismo se anide. Los problemas, sin embargo, no son pocos.

Por comenzar en Estados Unidos -donde antes los sentimientos de inseguridad se exorcizaban inventando los Superman, Batman, Spiderman y otros Rambos, pero serpenteaba una sorda inquietud evidente en los filmes sobre monstruos o marcianos invasores y en las películas de terror- ahora hay miedo, inseguridad, histeria colectiva. Aunque no haya enemigos en casa, el terror está escondido en cada esquina. Por lo tanto, un ciudadano patriota tiene que desconfiar de todos.

Ese racismo incrementado aumenta los conflictos internos en el país y hace frágiles a los que se preparan a ser jueces y policías del mundo contra poblaciones cuya cultura y reacciones ignoran. Al mismo tiempo, el fundamentalismo cristiano de Bush y de la extrema derecha religiosa estadunidense crea un espíritu de Cruzada y retrotrae el mundo al año 1000, fomentando otros fundamentalismos y otras derechas, igualmente racistas y chovinistas que la estadunidense. El veneno se expande así por el mundo y persistirá cualquiera que sea el resultado que los gángsters del Pentágono logren con sus ataques, inevitablemente vencedores.

En tercer lugar, el establishment estadunidense se fragmenta por razones tácticas. El general Powell, secretario del Departamento de Estado, intenta mantener del lado de Washington al príncipe Abdullah de Arabia Saudí, wahabita y guardián oficial de la Meca y de Medina, y a Hosni Mubarak, presidente del principal Estado árabe y, por lo tanto, no puede ceder a los arrebatos de Ariel Sharon y de la derecha israelí (que propone seriamente echar a todos los palestinos del otro lado del Jordán, atacar a Irak y matar a Yasser Arafat). Sabe que una guerra contra un Estado árabe o contra los musulmanes -así, en bloque- podría llevar al derribamiento por sus pueblos de las oligarquías árabes reaccionarias aliadas de Estados Unidos o a un ataque de las mismas contra Israel, buscando apoyo en la Unión Europea.

Al preparar una guerra por el control del petróleo de Asia central e intentar someter a Europa, no puede, pues, perder el control del petróleo del golfo Pérsico, fomentar el creciente nacionalismo saudita, los contactos con Irak, un eventual frente con Irán, el antimperialismo de los países y grupos musulmanes de todo el mundo y una alianza de facto entre Francia, sobre todo, y el mundo árabe y musulmán. Tácticamente, se opone, por consiguiente, al subsecretario de Defensa y al vicepresidente Cheney, quienes en cambio quieren acabar militarmente con Irak y con "el problema" palestino. Mientras éstos apoyan a Sharon y a los racistas y belicistas en Israel, Powell quiere moderarlos y hasta obtener ya un Estado palestino ultramoderado y ligado a Israel que le sirva a Washington para demostrar que no es antiárabe ni antislámico, digan lo que dijeren Bush y los otros logorreicos primitivos.

Por supuesto, estas divergencias tácticas (no en los objetivos imperiales, que son comunes) reflejan las que tienen entre sí las grandes trasnacionales y las finanzas, en las que los sectores ligados a los países petroleros y capitales árabes o a Asia se enfrentan con los fundamentalistas del sector armamentista. A las mismas se agregan las crecientes resistencias de los sectores decisivos de la Unión Europea, que entienden que la política de Estados Unidos anula su soberanía, quiere cortarles las fuentes de suministro de petróleo mediorientales y asiáticas, quitarles sus posibles mercados chino, ruso y en el subcontinente indio (India y Pakistán) y hacerles perder su influencia tradicional en Teherán, Damasco, Bagdad y el norte de Africa. China, por su parte, se siente amenazada por la posibilidad de que en sus fronteras occidentales se instalen bases estadunidenses que se agreguen a la flota que defiende a Taiwán y amenaza desde el Mar de China. Además, contaba con la posibilidad de rearmarse con tecnología rusa y con la posibilidad futura de un desarrollo de los recursos asiáticos que comparte con las repúblicas surgidas del derrumbe de la URSS, cosa que ahora desaparecería si Estados Unidos dirige esos recursos hacia el subcontinente indio, lo desarrolla contra China y lo transforma en el polo de atracción para las diminutas repúblicas ex soviéticas de Asia central. No hay que olvidar al respecto que estamos hablando de cuatro potencias nucleares: Rusia, China, India y Pakistán, a las que se podría agregar Israel y hasta Irak o Corea del Norte.

De modo que las jugadas de los aprendices de brujo del Pentágono y del Departamento de Estado someten al mundo a un terrorismo de lejos mucho peor que el de cualquier Dr. No.

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