domingo Ť 7 Ť octubre Ť 2001
José Agustín Ortiz Pinchetti
Vivir en el centro
La imagen que tenemos del Centro Histórico la mayoría de los clasemedieros que vivimos en los suburbios de la capital es la de su riqueza arquitectónica. Palacios, iglesias, centros culturales, y reliquias, acumuladas en una historia de 700 años de poblamiento. Por eso, nos parece muy razonable que en 1987 la zona hubiera sido declarada patrimonio de la humanidad por la UNESCO. Sabemos de todas las actividades políticas, religiosas y económicas que todavía tiene el centro. Coincidimos en considerar deplorable el deterioro del conjunto decadente y maloliente de la atmósfera. La gran mayoría hemos aplaudido el programa de rescate firmado por el gobierno federal y el local y por representantes ilustres de la sociedad civil. Todos han considerado un buen signo el hecho de que Vicente Fox y Andrés Manuel López Obrador se hayan empeñado en esta enorme tarea para proteger, restaurar, rescatar y transformar el centro y que un empresario tan hábil como Carlos Slim sea el encargado de impulsar y coordinar el proyecto.
Lo que a veces queda fuera de la imagen es que el Centro Histórico no es sólo un conjunto arquitectónico, sino un espacio donde viven y trabajan cientos de miles de personas. Sus habitantes viven en condiciones generalmente poco confortables. Las redes de laboriosidad, solidaridad, delincuencia, vicio, tráfico de todo género de servicios y mercancías hacen un tejido muy tupido y complejo de relaciones humanas. En realidad, el centro hierve de vida. Su vitalidad y colorido asombran.
El proyecto de rescate incluye el remozamiento de 6 mil 586 edificios. Indudablemente el mayor conjunto arquitectónico colonial de América. Se planea la recuperación de edificios simbólicos, el embellecimiento del Zócalo, la recuperación de plazas, monumentos, etcétera. El Convenio Marco prevé una verdadera transformación radical de la zona. Como en todas las cosas importantes, deben pagarse los costos. Hay que prever desalojos, suspensión de lugares de trabajo, cierre temporal de escuelas, de sitios de diversión, reubicación de vendedores, modificación de los centros de abasto popular y por supuesto conflictos, interrupción de servicios y muchas calamidades más.
La nobleza del proyecto de reconstrucción, sus frutos y consecuencias son evidentes. Lo que no parece completamente evidente es el mundo que hoy está vivo y que va a languidecer. Tendrá que adaptarse para sobrevivir o marginarse del proceso y abandonar la zona.
Pienso, por ejemplo, en los grupos indígenas que viven alojados en las viejas casonas abandonadas. Esos lugares donde habitaron y florecieron las familias porfiristas de gran copete, hoy sirven de comunas otomíes, mazahuas, mixtecas... Se dice que por lo menos 400 mil indígenas viven y trabajan en la capital, muchos de ellos en el centro. La cohesión de estos grupos es impresionante. Por lo general venden artesanías y adoptan formas de defensa muy eficaces frente a las presiones de un medio durísimo; sorprende su habilidad para lograr acuerdos, generalmente precarios, con las autoridades.
Muchas de las familias que viven en las formidables vecindades tienen una raigambre de hasta 100 o 200 años. Se organizan, recuperan espacios para que sus hijos hagan deporte, se politizan, como en el caso de Tepito. Tienen un sentido municipal mucho más desarrollado que en cualquier otra parte de la capital.
Se calcula que hay por lo menos 3 mil niños de la calle. Son enjambres de pequeños que viven alojados en nichos subterráneos. Se integran en pandillas para delinquir o para defenderse. Muy pronto veremos una película mexicana, De la calle, que va a poner de relieve el tema. Recuerdo una película holandesa escalofriante sobre las condiciones de vida primitivas y salvajes de estos niños y jóvenes. Pero en medio de los extremos de su vivir aparece siempre un elemento de solidaridad, astucia y bravura. Un destello de lo esencialmente humano.
Los vendedores ambulantes tienen estructuras muy desarrolladas. Cuatro grupos de caciques se dividen el territorio, llegando a tener luchas fronterizas. Negocian o enfrentan a las autoridades. No puede negarse que su actividad tiene aspectos antisociales pero a la vez constituye una respuesta frente a la pobreza, el desempleo y la exclusión.
La prostitución es una práctica muy vasta en el Centro Histórico. Largas hileras de jóvenes mestizas siguen el curso de avenidas y calles. Hay magazines de prostitutas adolescentes que caminan en ronda frente a sus clientes, quienes las miran con una curiosa solemnidad en el callejón de Santo Tomás, en La Merced.
Más allá de estas vidas singulares hay una comunidad flotante de miles de personas que trabajan en oficinas y pequeños negocios, que viven o transitan en un laberinto desordenado de viviendas y calles con olor a fritangas.
Todo ese universo popular, vitalidad, energía y conflictividad, va a recibir el impacto del programa de rescate de manera dramática y a veces trágica. En el convenio para la reconstrucción de la Ciudad de los Palacios se recuperarán viviendas, se crearán nuevos centros y se dignificarán los monumentos. Pero hay una dimensión humana muy compleja, que tendrá que ser atendida por los reconstructores evitando la destrucción que acompaña a los proyectos nuevos.