DOMINGO Ť 7 Ť OCTUBRE Ť 2001

Ť José Antonio Rojas Nieto

Inestabilidad económica y petrolera

Da la impresión de que la profundización del deterioro económico estadunidense provocado por los acontecimientos del 11 de septiembre es mayor a lo inicialmente pensado. En estos días es posible encontrar nuevas consideraciones de especialistas en la economía estadunidense que ya no digamos hace un mes, sino hace apenas 15 días no ofrecían una visión tan drástica como la que hoy señalan. Hace un mes, antes del terrible ataque y tomando en cuenta los esfuerzos de las autoridades económicas y financieras por alentar el consumo (principal componente de la demanda agregada en Estados Unidos), se estimaba que este año la economía estadunidense aún podría alcanzar una tasa de crecimiento mayor a 1.5 por ciento, y en 2002 lograr un avance cercano o incluso ligeramente superior a 2 por ciento. Además, luego del 11 de septiembre, se estimaban descensos menores. Pues bien, en estos últimos días, nuevas estimaciones indican una expectativa de apenas uno por ciento para el cierre de 2001; y acaso un poco menos a ese uno por ciento para 2002. Se trata de un verdadero drama, pues luego de 11 años de crecimiento continuo superior a 3 por ciento, la economía no sólo crece a tasas menores al promedio, sino que, para los estándares estadunidenses, se desploma.

De manera inmediata esto nos golpea fuertemente. En primer lugar, por el descenso de la demanda estadunidense de crudo, que no sólo influye en forma determinante en la baja de precios y con ello en la baja de nuestros ingresos por exportaciones y fiscales, sino que nos obliga a repensar el nivel de nuestra plataforma de producción y el volumen de nuestras exportaciones para no agudizar la caída de precios. De una demanda esperada de 20.3 y 20.2 millones de barriles diarios de gasolinas (42 por ciento), combustibles de aviación (9 por ciento), destilados ( 20 por ciento), residuales (5 por ciento) y otros petrolíferos (24 por ciento), se ha llegado ya a consumos inferiores: menos 2 por ciento en el tercer trimestre y casi menos 4 por ciento en el cuarto, que significan derrumbes absolutos cercanos a un millón de barriles al día respecto a lo estimado. Y, peor aún, se esperan niveles un poco mayores en los trimestres primero y segundo del próximo año, que arrojan como resultado un crecimiento de apenas medio punto en la demanda de crudo en el vecino país, producto de la baja global del producto. Si,además sumamos el descenso esperado del crecimiento de la demanda mundial de crudo, el asunto se torna más complicado, aunque simple para explicarnos por qué el precio tiende a debilitarse de manera acelerada y por qué la OPEP busca controlar cuanto antes su producción, máxime cuando esta semana la cotización de su canasta básica ya estuvo por debajo de su tope mínimo: 22 dólares, lo que de continuar la obligaría a bajar en 500 mil barriles su plataforma.

Con los tropezones del precio del petróleo y las perspectivas para el último trimestre se estima un promedio anual para 2001 inferior en casi dos dólares al proyectado todavía en julio y agosto; y de casi tres dólares menos para el año próximo, también en relación con el estimado en esos dos meses. Para nuestra mezcla mexicana de exportación esto representa precios de poco más de 20 dólares para este año y de no más de 18 dólares para el próximo. Hay que tenerlo bien en cuenta, sobre todo porque -aquí otra implicación de la redefinición de las tasas de crecimiento del producto en el vecino país y en el mundo-, dado el nuevo ciclo económico esperado en Estados Unidos, no sería difícil que este año nuestro crecimiento económico sea, en el mejor de los casos, de cero o incluso negativo; y tampoco sería difícil que el año próximo apenas crezcamos entre uno y dos puntos porcentuales. Bastante complicado y muy delicado asunto, ¿no es así?

Bueno, pues hay otro efecto de la caída económica que, curiosamente, nos podría beneficiar, aunque por el deterioro económico actual su aportación será marginal. Me refiero a la baja de la demanda de gas natural en Estados Unidos, derivada, sobre todo, del descenso económico más agudo en empresas y ramas altamente consumidoras de gas natural. Curiosamente -repito-, esto hace que esperemos precios de gas natural bajos ya no sólo para el invierno, dado que hay inventarios de gas natural fortalecidos (recuérdese que por ello, en enero pasado, con precios externos de referencia cercanos a 10 dólares por millón de BTU, se pagaron más de tres pesos por metro cúbico aquí), sino para todo el año. No sería difícil, entonces, que de los 60 centavos que se pagan en estos momentos en el Altiplano del país por un metro cúbico de gas natural, se llegue a pagar un peso o 1.10 por ese metro cúbico en el invierno y, muy probablemente, setenta u ochenta centavos en abril y mayo próximos, y no los tres pesos de hace un año. Pero como la demanda de acero, vidrio, químicos, cemento y otros productos se ha desplomado, el beneficio de precios bajos para los industriales será marginal.

Estos tres ejemplos muestran que nunca como hoy estamos unidos -ara bien y para mal- con la economía estadunidense, y que mientras esto siga así, o acaso se profundice, será obligatorio pensar muy bien y acaso de renovada manera, nuestra relación con ellos.
 
 

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