DOMINGO Ť 7 Ť OCTUBRE Ť 2001

Ť Elena Poniatowska

Natalia Toledo y sus Mujeres de sol

Hay quien dice que la poesía es para los iniciados, aquellos que han regresado del mundo de los sueños y conocen su lenguaje, pero en Juchitán, Oaxaca, los poetas venden fruta e iguanas en el mercado, giran en torno al quiosco del sexo en la eterna ronda de ''dámelo, porque yo te quiero'', y se esconden tras el tronco de los árboles, como Natalia Toledo.

Así la conocí, niña, apoyada sobre un árbol del parque, descalza y despeinada.

-Es mi hija -me dijo Francisco Toledo, orgulloso.

Tenía razón de estarlo. De los ojos negros de Natalia salía música de flauta y tambor y se notaba a leguas que era una niña dispuesta a recorrer todos los caminos del mundo, a donde quiera que el viento arrastrara su falda de flores vivas imposibles de encarcelar. La niña grano de maíz y su padre hablaron en zapoteco y al rato volvió a esconderse tras el árbol.

-?¿No querrá un helado? -pregunté como gringa vieja.

Y Toledo me respondió:

-No es niña de helados.

-Entonces ¿de qué es niña?

-De hechizos.

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Juchitán es un lugar poblado de leyendas de piratas ingleses como Francis Drake, de la princesa Donají sacrificada por los enemigos de su reino, de cuentos de mixtecas inventados por los dioses, no de Dios como invento de los hombres. La Didjazá impresiona a los hombres por la arrogancia de una belleza tan ajena que nadie se atreve a acercársele. ¿Es ese el hechizo de la niña Natalia? Observo a la criatura solitaria parada tras el árbol y pregunto a Toledo:

-¿No va a venir?

-No, al rato se va.

Como si oyera por telepatía la orden de su padre, la niña da la media vuelta.

-¿Adónde va?

-Con su mamá.

-¿Quién es su mamá?

-Se apellida Paz.

-¿Como Octavio?

-¿Cómo va a ser Octavio Paz su mamá? -se enconcha Toledo.

-Dices que es niña de hechizos.

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Toledo-NataliaNatalia, cuando se descalza y viste de tehuana, cuando suelta su cabello rizado, abundante y libre, hereda la expresión del padre que no acepta ataduras. Su mundo es el de las iguanas, las tortugas, los armadillos, los pistaches y los peces.

Natalia nombra lo verdadero y palpable de su mundo, ese mundo habitado por las hamacas que teje su madre, "una mujer indómita bordaba el terciopelo negro de la espera", así como teje la infancia de "la niña habladora y despeinada"; la de las nahualas y las curanderas, la de las parteras juchitecas que además de buenas paridoras saben mejor que cualquier médico voltear al niño que viene mal dentro del vientre de su madre. "Con puro masaje" -sonríen. Ponen sus grandes manos sobre el vientre y le dan la vuelta al niño y lo traen de vuelta a la vida.

El amor que Natalia le tiene a las calles, los mercados, las plazas, los caminos llenos de baches de agua lodosa, lo refleja en su poesía, en su Mujeres de sol. A través de sus versos, uno recrea Juchitán, los pasos femeninos que dejan su huella en el camino, las fabulosas cocineras que sacan los totopos como grandes hostias del centro de la tierra, preparan la "vela" en casa de Alfa Henestrosa y ríen sus grandes risas de dientes de oro. Sacan a orear sus cadenas y sus centenarios de oro, sus aretes de perlas y concha nácar que necesitan el contacto de la piel y vuelven a reír malcriadas porque son mal pensadas y a todo le encuentran un doble sentido y preguntan maliciosas por el lugar donde se baten los huevos y vuelven a reír esponjándose las unas a las otras como gallinas ponedoras.

Así, nos encontramos a doña Berta Beninu, vendedora de pescado a "las seis treinta, hora más sensible del día", a Zenaida, vendedora de pollos, cuyo "encierro es una hoja de olvido donde Dios se escondió"; a doña Aurea, "sirena olvidada" que en su juventud montaba caballos y habita "una casa llena de cal y de sábilas". Unas calles más adelante está doña Hermila, de sensualidad tan rotunda que "se queda en un dibujo y no regresa nunca". Al lado de Hermila, que vende limones, doña Victorina, ofrece huevos de tortuga con "su voz estentórea".

También abundan los ritmos y la vida alegre de las cantinas de Juchitán, "una enagua se contonea, se contiene, se quiebra... se levanta el huipil, baja y sube los hombros" y es doña Agrícola, cantinera y vecina, que baila "mientras unos niños la observan en silencio". Otra es doña Manuela León, la tabernera y las mujeres que la acompañan:

Luciérnagas de oro,/ no son las más elegantes/ son las más alegres,/ las que siempre van a estar al inicio y al final de la fiesta.

Puede ser que en medio de la plaza o bajo un framboyán, donde canta doña Florinda, quien también merece un poema, aparezca el placer íntimo de escucharla:

Tu canto/ abre la semilla de una almendra/ diáfana, lastima el corazón de la noche/ como un pájaro que se escapa dentro del cielo.

La poesía da un giro, sale un espejo de entre las ropas de Natalia para reflejarla y en un arranque de amor propio se canta a sí, poeta y cocinera, a esa belleza que se le hace soportable sólo con la ebriedad, la untuosidad de las palabras corriendo por su sangre.

Por ser mujer, Natalia las comprende y todas las mujeres de este mundo pueden aspirar a hallarse en sus poemas, sobre todo aquellas de cuyos vientres estériles salen "las estrellas que descansan entre paredes azules/ son hijos que no volvieron a habitar". Natalia también da consejos a las niñas:

Quiérete como se quiere al sol y a la lluvia/ Quiérete como se quiere a la poesía recién hecha/ No esperes de nadie/ Todo lo que puedes apreciar y querer de esta tierra, está dentro de ti.

La poesía de Natalia es suave como su mirada, redonda como sus hombros, demandante como sus labios, rizada como las olas que coronan su cabeza, desnuda como sus pezones oscuros, inocentes como sus pechitos que aún no cuelgan. Dos enormes peces plateados pesan en sus manos. Resbaladizos pretenden escapar, pero Natalia no anda en los imposibles de la poesía. Recorre el mundo cotidiano y lo asume, observa, siente, respira, suda. No inventa nombres, hace instantáneas con palabras y gracias a Toledo es discreta con las metáforas.

Dejarse atrapar por la poesía de Natalia es reconocer la voz mandona de las oaxaqueñas, las zandungas, las que mecen al pene dentro de sus enaguas. Natalia, fiel a su padre, canta en zapoteco y en español y Guchachi'Reza resucita en su voz, como resucita el amor de Toledo por Juchitán, sus mujeres tortugas, sus mujeres iguana, sus mujeres dos manzanas. Si Toledo se comprometió a abrir espacios para la literatura indígena, la hija mayor sigue sus pasos y desde el primer Encuentro Internacional de Escritores en Lenguas Indígenas México-Centroamérica de la UNESCO, resalta la importancia de salvaguardar la expresión indígena. Lo mismo sucede en el primer Encuentro Continental de Escritores en Lenguas Indígenas y Afrocaribeñas en Quintana Roo. En todos los foros se oye su voz autorizada porque la lengua la trae en la sangre y además ya ha publicado en Plural, Zurda, Blanco móvil, Equis, La palabra florida, Generación, Voces de México, Viceversa y La Jornada.

¡Imposible que Toledo no tuviera hijos creativos y un poquito malvados! Allí están Natalia, Laureana, Jerónimo; allí están los pequeños y los que vendrán después. "¿Cuántos hijos piensas tener?", le preguntó inquieto Carlos Monsiváis. De todos, Natalia es hasta ahora la mejor conocedora de la comida del Istmo de Tehuantepec y la que mejor la prepara, porque al igual que Sor Juana se dio cuenta de que Dios está en los pucheros y si Sor Juana llegó a la conclusión de que si Aristóteles hubiera guisado, mucho más hubiera escrito, Natalia sabe que Toledo regresará a Oaxaca el día en que ella le ofrezca servida sobre una lustrosa bandeja verde de hojas de plátano una sopa blanca de elote tierno como la que deleitaba a Demetrio Vallejo.