DOMINGO Ť 7 Ť OCTUBRE Ť 2001

Ť Carlos Bonfil

La traición

A los veinticinco años, el realizador independiente James Gray realizó en Nueva York su primer largometraje, Pequeña Odesa (Little Odessa, 1994), thriller muy negro estelarizado por Tim Roth, el joven Edward Furlong, y Vanessa Redgrave. La película, hasta hoy subvalorada, es una estupenda recreación del circuito de la mafia rusoamericana en el barrio neoyorkino al que alude el título, y su historia la elaboradísima crónica de una corrupción moral, con Furlong como el hermano menor de un asesino a sueldo. Un retrato de familia claustrofóbico y melodramático, con una madre enferma de cáncer, un padre que odia a su vástago, vuelto Caín, y el adolescente que erige en ídolo al paria errante.

Después de esta cinta, James Gray permaneció seis años sin realizar otro largometraje, de ahí la expectativa por su nueva realización, The Yards (La traición), trabajo en apariencia más ambicioso. De entrada el reparto es atractivo: Mark Wahlberg es Leo Handler, joven ex presidiario deseoso de regenerarse, luego de dos años en la cárcel por robo a mano armada. Sigue su previsible caída a través de su propio clan familiar, en el medio corrupto del servicio de transporte urbano neoyorkino. Gray explora aquí de nuevo los conflictos familiares, los lazos de fraternidad (su relación agridulce con un amigo de infancia, Willie, Joaquin Phoenix) y, una vez más, la figura de una madre enferma (Ellen Burstyn). A este notable reparto hay que añadir la presencia de dos veteranos, Faye Dunaway (hermana de la madre), y James Caan, patriarca casi omnipotente en esta cinta que de modo alguno desmiente su filiación de fondo con la saga de El padrino.

El propósito declarado no es sin embargo realizar una cinta más de gángsters o un thriller convencional con héroes y villanos claramente definidos. El realizador se aventura en una introspección personal, en un cine claramente intimista, y admite inspirarse en experiencias juveniles y en su propio padre, a partir de cuyo perfil construye el personaje que interpreta Caan: un hombre contradictorio, poderoso y afectivamente frágil, capaz de las peores deslealtades a fin de preservar sus privilegios en un círculo social que alimenta la corrupción y que gracias a ella sobrevive.

Lo interesante del guión es el tránsito de este universo familiar a la radiografía muy precisa de una lógica de poder que, en metástasis irrefrenables, manifiesta su capacidad de sabotear violentamente el trabajo de la competencia (las otras mafias del transporte), corromper a policías y jueces, y comprar, chantajear y doblegar a políticos locales. Un poco lo que propone John Sayles en su estupenda Ciudad de la esperanza (City of hope, 1991), y al mismo tiempo una prolongación de los temas explorados en Pequeña Odesa: colapso de la inocencia, imposibilidad de una plenitud afectiva, corrupción y deslealtad en la educación sentimental de un joven.

Desafortunadamente, el director interrumpe su relato pesimista y cruel para diseñarle al joven Leo una estrategia de redención poco creíble. Mark Wahlberg, misterioso y casi impenetrable a lo largo de la cinta, adquiere paulatinamente las virtudes de un luchador social, un poco a lo Serpico (un hombre contra el sistema), un poco también en la intención de un ajuste de cuentas con la figura paterna, a un tiempo amenazadora y entrañable. Joaquin Phoenix ofrece una caracterización sorprendente como fallidísimo émulo del Tony Montana de Caracortada (De Palma, 1983): es jactancioso y pendenciero, y finalmente un pobre diablo marcado por la fatalidad. Ellen Burstyn y Faye Dunaway tienen papeles muy modestos, y esto en sí es un desperdicio lamentable. En el universo masculino de La traición, ni ellas ni la muy talentosa Charlize Theron consiguen dejar mayor huella, como si la propia dinámica del director, vacilante siempre entre la propuesta de modernidad y el homenaje al cine de gángsters, se complaciera al fin en las convenciones del género, en el esteticismo del ritual fúnebre y en la grandilocuencia de un mensaje social. Por esta misma vacilación, que conduce a un desenlace atropellado, la cinta parece una versión algo light del cine negro ensayado en Pequeña Odesa, la opera prima. Con todo, James Gray consigue notables escenas de ambientación (las vías férreas por la noche, escenario de la tragedia), todo realzado con la música de Howard Shore (Crash, Cronenberg, 1996) y un buen conjunto de actuaciones. A pesar de sus evidentes limitaciones narrativas, La traición mantiene un ritmo y un vigor que la convierten en una de las mejores opciones en cartelera. Se exhibe en la Cineteca Nacional y en salas Cinépolis y Cinemark.