LUNES Ť 8 Ť OCTUBRE Ť 2001


Muerte sin fin (fragmento)

José Gorostiza

Lleno de mí, sitiado en mi epidermis

por un dios inasible que me ahoga,

mentido acaso

por su radiante atmósfera de luces

que oculta mi conciencia derramada,

mis alas rotas en esquirlas de aire,

mi torpe andar a tientas por el lodo;

lleno de mí ?ahíto? me descubro

en la imagen atónita del agua,

que tan sólo es un tumbo inmarcesible,

un desplome de ángeles caídos

a la delicia intacta de su peso,

que nada tiene

sino la cara en blanco

hundida a medias, ya, como una risa agónica,

en las tenues holandas de la nube

y en los funestos cánticos del mar

?más resabio de sal o albor de cúmulo

que sola prisa de acosada espuma.

No obstante ?oh paradoja? constreñida

por el rigor del vaso que la aclara,

el agua toma forma.

En él se asienta, ahonda y edifica,

cumple una edad amarga de silencios

y un reposo gentil de muerte niña,

sonriente, que desflora

un más allá de pájaros

en desbandada.

En la red de cristal que la estrangula,

allí, como en el agua de un espejo,

se reconoce;

atada allí, gota a gota,

marchito el tropo de espuma en la garganta,

¡qué desnudez de agua tan intensa,

qué agua tan agua,

está en su orbe tornasol soñando,

cantando ya una sed de hielo justo!

¡Mas qué vaso ?también? más providente

éste que así se hinche

como una estrella en grano,

que así, en heroica promisión, se enciende

como un seno habitado por la dicha,

y rinda así, puntual,

una rotunda flor

de transparencia al agua,

un ojo proyectil que cobra alturas

y una ventana a gritos luminosos

sobre esa libertad enardecida

que se agobia de cándidas prisiones!

¡Aleluya, aleluya!