lunes Ť 8 Ť octubre Ť 2001
Elba Esther Gordillo
Construir con visión de futuro
La falta de previsión, la dramática ausencia de pensamiento estratégico y visión de largo plazo, representa una de las mayores debilidades del país. Atrapados en la coyuntura, en la banalidad de superficie, sociedad y gobierno lo descubren inermes en el momento crítico: cuando se alteran los escenarios de la inercia, cuando las ventanas de la vulnerabilidad se agigantan y los riesgos potenciales avanzan en la espiral de lo "inimaginable" hasta convertirse en amenazas latentes.
Nada más natural, en tales circunstancias, que nuestra capacidad de reacción sea mínima y muestre claros signos de atrofia. Poco habituadas a reflexionar en prospectiva, a pensar lo impensable, las elites políticas, intelectuales, sociales y productivas no tienen más remedio que improvisar respuestas primitivas -siempre en las coordenadas de una historia petrificada- o a imponer la parálisis como virtud y autodefensa.
Generalmente, ambos tipos de respuesta se complementan, una sigue a la otra en diversas combinaciones. Ha ocurrido así ante muy distintos fenómenos: desastres naturales, catástrofes económico-financieras, crisis de seguridad pública, desafíos a la paz, la estabilidad y la seguridad nacionales, emergencias globales y diplomáticas.
México vive al día. Sin resolver las contradicciones de un pasado imperfecto ni preparar las condiciones que garanticen la viabilidad de nuestro proyecto de nación en el complejo e inestable orden mundial. Sin encontrar soluciones a los grandes rezagos ni encontrar las vías que permitan desplegar, desatar el potencial creativo de la sociedad en todos los órdenes. No hemos podido pasar del discurso a la acción, del reconocimiento de los obstáculos a la puesta en marcha de alternativas racionales. No, por lo menos, a la velocidad y en las zonas neurálgicas que reclaman los tiempos: educación, ciencia y tecnología, innovación productiva, política industrial, defensa del empleo, reactivación del campo, combate a la pobreza, entre las principales.
Mientras tanto, los signos materiales del cambio y la dinámica social siguen planteando retos a la imaginación política, sociológica y cultural del país. Uno, muy serio y de múltiples impactos, tiene que ver con el llamado "vuelco demográfico": el tránsito de una sociedad joven -en la cual el sector mayoritario sigue siendo menor de 30 años- a una sociedad de adultos -en tres décadas se invertirá la relación con una esperanza de vida que aumentará de 75 a 83.7 años en el próximo medio siglo.
El ensanchamiento de la pirámide poblacional en sus regiones intermedias. Según cifras del Consejo Nacional de Población, los mexicanos entre 15 y 64 años (que hoy representan 63.19 por ciento) llegarán a 86.93 por ciento en 2025 y rondarán 80 por ciento en 2050; paralelamente, el sector de 65 años o más saltará de 4.95 por ciento a 32.43 por ciento en cinco décadas.
Actualmente, esta tendencia se expresa en la disminución de la tasa de natalidad y en la paulatina reducción de la población infantil, lo que se traduce, asimismo, en menor demanda de servicios educativos, asistenciales y de salud. En contraste, aumenta la presión en franjas sociales que demandan educación media y superior, capacitación para el trabajo, integración al mercado laboral, derecho a la salud y la seguridad social, al descanso y a la jubilación en condiciones dignas. Nuevos retos enormes para un país que llegará a 132 millones de habitantes al mediar el siglo. Incitación al cambio de mentalidades, hábitos, instintos, usos políticos. Provocación ética e ineludible para desplegar sin tardanza la reforma cultural que modifique nuestras prioridades.
Debemos prepararnos para asumir y procesar el cambio demográfico. Anticipar sus recorridos, ritmos, nudos y aristas. Aprovechar su potencialidad de madurez concentrada, suma de experiencias e intercambios generacionales. Organizar el paso obligado a la mayoría de edad como país democrático, plural, justo, equitativo. Debemos construir, desde ahora, el tipo de sociedad a la que aspiramos. Los cimientos están puestos; la institucionalidad democrática en construcción, los espacios ganados para la tolerancia, el respeto a la diferencia y a la diversidad cultural étnica, religiosa, sexual; la convergencia de organizaciones sociales y grupos civiles empeñados en fortalecer el tejido social y refundar las claves de la solidaridad.
Hemos logrado, como nación, articular los consensos básicos que hicieron posible el cambio pacífico, la confianza en las instituciones electorales, la alternancia sin grandes turbulencias, la pluralidad en el Congreso y una división de poderes que fortalece el pacto democrático.
Lo que viene como reclamo y exigencia del porvenir no será menor y demandará altas dosis de inteligencia política, participación ciudadana y compromiso con el país: una reforma hacendaria que fortalezca las finanzas públicas, sin golpear a las mayorías sociales; una reforma laboral que actualice las normas y reglas del universo productivo sin debilitar la organización de los trabajadores ni reducir sus conquistas; una reforma energética que garantice el interés del país sin lastimar la soberanía nacional; una reforma educativa que impulse la educación de excelencia y promueva el reconocimiento social y profesional del magisterio; una reforma de las instituciones de salud y seguridad social que actualice sus metas y objetivos sin negar los principios de equidad y justicia.
No podemos esperar que las fuerzas del mercado confeccionen el entramado institucional, los vínculos entre sociedad y Estado, los flujos de conocimiento e información que requerimos para develar los desafíos del siglo XXI. En las tendencias del cambio -demográfico, cultural, socioeconómico- se inscriben, sin duda, los retos a resolver.