LUNES Ť 8 Ť OCTUBRE Ť 2001
Ť Julieta Venegas cantó a dúo con el español
Pedro Guerra logró la euforia de casi un millar de fans, el sábado
ANTONIO MALACARA ESPECIAL
La noche del sábado el Hard Rock Live registró uno de sus grandes llenos. Ante la presencia de Pedro Guerra, bancos, mesas y barras del stage-bar fueron desbordados desde muy temprano por casi un millar de ansiosos reposados. A las 22:15 (y no a las 23, como nos habían asegurado en Ocesa) subió la pantalla que sirve como telón y apareció el cuarteto pulsando los efectos de sonido que introducen a Babel, el tema que abre también el nuevo disco del joven maestro.
Pedro cantó con el aplomo de siempre, se colgó su guitarra electroacústica, que en toda la velada figuró como el instrumento principal. Luis Fernández, en los teclados eléctricos; Vicente Climent mostró desde un principio la excelencia de su batería y Marcelo Fuentes se hizo cargo del bajo. Pese a la facha rocanrolera, de cabelleras largas y setenteras, el look del bajista, que parece emanado de los más pachecos tiempos de Uriah Heep, resulta particularmente especial. La pesadez del aspecto en su conjunto no corresponde a la serenidad de su sonido.
Evidentemente, todos son buenos músicos, pero en ningún momento se sueltan en aras de la improvisación; cada uno está atento al vaivén vocal de Guerra y cumple con precisión los dictados de las canciones.
Ofrenda logró captar la atención
La tercera pieza fue Ofrenda, que además de dar título al disco que promueve logra el efecto de amarrar por completo la atención de casi todos los asistentes. El cantante empieza a platicar sobre su viaje a Oaxaca en 1999, de donde se trajo el concepto y la idea de este disco; habla también de las piezas argentinas que le cantaba su padre y lo ilustra.
Aparece entonces Debajo del puente y todo mundo empieza a cantar; Pedro sabe el infalible efecto de este tema, que algunos cantarán completo, que otros la van simplemente a tararear, pero que todos, a final de cuentas, van a aplaudir y a festejar que Debajo del puente llegue puntual al concierto. Aunque no todas las solicitudes llegaron. Se oían los gritos de šOasis!, šCerca del amor"!, šChiapas!, pero nada, el programa estaba hecho y así se ejecutó.
Cuando llega el turno de Dibujos animados, una bella y dulce canción que resulta peligrosa para los prediabéticos, Pedro Guerra se quedó solo en el escenario. Las luces bajan su intensidad, el momento es más íntimo, la gente canta emocionada a media voz (sobre todo las mujeres), hasta que el momento es roto por una voz evidentemente borracha: "Ay, qué bonito". La burla no es a gritos, pero dado el momento, se escucha en buena parte del local. Algunos se incomodan con las ironías del tipo alcoholizado, que parece darse cuenta de su poca gracia y guarda silencio.
Aunque la mayoría sigue cantando y disfrutando del momento. Pedro Guerra sigue mostrando un estilo inconfundible que lo mantiene como el cantautor español más importante del momento, con todo y los fraseos en el más puro estilo fitopaecense que de repente se avienta. Cuando sube Julieta Venegas para cantar Niños, a dúo, la gente la recibe eufórica, y la tijuanense igualmente se emociona.
Los buenos momentos se repiten hasta llegar Contamíname. Pedro cede el micrófono y canta varias líneas a la vez. El objetivo se ha cumplido con creces; todos están felices y hacen que el grupo toque cuatro encores. La fiesta termina con La lluvia nunca vuelve hacia arriba, inspirado en Bertold Brecht, inmejorable para cerrar y reiterarle a Guerra que en México cuenta con incondicionales, a pesar del encervezado, que seguía refunfuñando y afirmando indignado que eso no era rock.