Lunes en la Ciencia, 8 de octubre del 2001
A cuarenta años de su aparición en los mercados La pastilla rosa Teresita de Barbieri Irrumpió en plena guerra fría y fue calificada como una revolución: el primer anticonceptivo que impidió la ovulación, una pastillita rosa, bonita, relativamente barata introdujo cambios innegables en la vida de millones de mujeres en el mundo. Dejaba atrás los métodos mecánicos tradicionales -lavados y duchas vaginales, las jaleas, los más sofisticados diafragmas que empleaban las mujeres; el condón y la práctica del retiro en los varones- y toda la parafernalia a aparatos, prácticas y aprendizajes que exigen. Con probabilidades de error mucho más bajas, evitó abortos y sus secuelas de infecciones, muertes maternas y huérfanos. Se pensó que sustituiría la ligadura de trompas. Un insumo a ser administrado por las mujeres, nos dio masivamente el control sobre la producción de nuestros cuerpos. Paralelamente a su difusión se procesaron cambios radicales en los significados de la reproducción humana y en el ejercicio de la sexualidad. Los hijos dejaron de ser producto de casualidad para nacer en el momento apropiado y en el número previsto. El tema y los problemas del relacionamiento corporal, al cabo del tiempo, han perdido la secrecía y moralina con las que estaban cubiertos. En este campo de la vida, la propuesta de Epicuro fue ganándole terreno a los estoicos. ƑHa sido entonces una revolución, como se gustaba calificar a todo cambio en aquellos años? Recordemos brevemente. La píldora aparece en el momento en el que un sector de la fuerza conservadoras en Estados Unidos y Gran Bretaña, mostraban su preocupación por el crecimiento poblacional de los países pobres, no blancos, al que denominaron "explosión demográfica". El uso masivo de antibióticos, las vacunaciones y la extensión de los servicios de agua potable y alcantarillado, la expansión de los servicios de salud materno-infantil, mejoras en la alimentación, redujeron la mortalidad y aumentaron la esperanza de vida en aquéllos territorios, mientras que la fecundidad mantuvo sus patrones tradicionales. En otras palabras, las mujeres ya no tenían que parir ocho hijos para que les sobrevivieran tres o cuatro; los tres o cuatro nacidos tenían hacía 1960 probabilidades crecientes de llegar a la vida adulta y sobrevivir a sus padres. Como consecuencia, cada vez más mujeres querían limitar sus maternidades. Pero Ƒcómo? Ƒadónde recurrir? Las fuerzas conservadoras temerosas de la explosión demográfica se enfrentaban a la Iglesia católica, opuesta al aborto y al uso de todo procedimiento de control natal que no fuera la abstinencia sexual. Pero en su seno aparecían malestares del laicado ante la rigidez de la institución y una que otra reflexión teológica apuntaba a la capacidad de decisión autónoma de las y los feligreses en la materia. El debate tuvo al Concilio Vaticano II (1962-1965) como uno de sus espacios principales. Y a pesar de que en él se llegó a un acuerdo, la píldora fue vista como un anticonceptivo menos rechazable que los procedimientos mecánicos y, sin duda, preferible al aborto. De modo que en esos años, cuando los gobiernos pusieron en práctica programas de planificación familiar y anticoncepción, las jerarquías católicas nacionales se movieron dentro de ciertos márgenes de tolerancia y no presentaron oposiciones significativas. A poco de andar, la píldora demostró que no era tan inocua como parecía en el primer momento. Aquí y allá se registraron efectos secundarios y contraindicaciones en conjuntos de mujeres, a pesar de la reducción de la dosis del componente principal. La investigación farmacológica permitió la producción de otros contraceptivos hormonales: a comienzos de los 70 aparecieron las inyecciones y en los noventa los implantes subcutáneos. A finales de los 60 salen al mercado los dispositivos intrauterinos (DIU), que desplazaron, paulatinamente, a los anovulatorios en las preferencias de muchas mujeres, de las y los profesionales de la salud y de los programas de control de la fecundidad de las instituciones gubernamentales. En estos mismos años se incrementó la ligadura de trompas, como opción para las mujeres que deseaban cerrar el ciclo reproductivo. De modo que a lo largo de dos décadas la oferta contraceptiva se amplió considerablemente. La información disponible permite sostener que hoy las coberturas de anticoncepción son muy altas en amplias regiones del mundo y sugieren la disminución de la proporción de mujeres que se enfrentan a embarazos no deseados. La mortalidad materna por aborto provocado ha descendido en estos 40 años. Pero persiste. Indicador de que la penalización y la expansión de la práctica anticonceptiva no logran erradicar la recurrencia al mismo. En los años iniciales de la década de los ochenta, irrumpe el sida y con él se vuelve la mirada hacia el condón como el único mecanismo disponible para controlar la propagación de la enfermedad. Y pese a la oposición activa que presentan algunos grupos conservadores, las sociedades han cambiado lo suficiente como para neutralizar esas voces. No obstante la revitalización del uso de preservativos, el control de la reproducción en la mayoría de las parejas estables continúan bajo la responsabilidad de las mujeres. Expresión de autonomía, pero también de sometimiento, según el contexto de cada pareja. La píldora -que fue vista como el instrumento que permitiría masivamente reducir la fecundidad sin recurrir al empleo de los métodos rechazados por las autoridades eclesiásticas- en el periodo de 40 años terminó compitiendo con otros, sin eliminar el uso del condón, ni la ligadura de trompas, ni la práctica del aborto. Su invención y comercialización -además de pingües ganancias para los laboratorios- fueron la puerta de entrada de un debate público que dio espacio a la expresión de malestares generados en el desarrollo histórico y readecuó valores y normas sociales a las nuevas realidades. Veámoslo en términos de probabilidades: de los hijos e hijas como fatalidad y designio divino, a seres que nacen queridos. De las tensiones y temores en el ejercicio de la sexualidad coital, a relacionamientos más expontáneos y plenos. De las expresiones controladas del amor, a la búsqueda legítima del goce corporal, el placer y el conocimiento. Como derecho inalineable y como responsabilidad imprescriptible. La autora es investigadora del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM
Diva 1998 Monserrat Aleix |