VIERNES Ť 12 Ť OCTUBRE Ť 2001

Massimo Cacciari (Ť)

Construir un nuevo orden planetario

Así se inaugura el milenio, bajo el signo de las más tremendas profecías. Aquellos que más rigurosamente habían indagado en los dos siglos a nuestras espaldas, esos marcados por las grandes guerras civiles europeas, lo habían predicho: la gran guerra entre la voluntad de potencias encarnadas en Estados soberanos dejará campo a una mirada de feroces conflictos locales y a un fisiológico terrorismo cada vez más capaz de actuar a escala planetaria y con medios siempre más sofisticados. De Pearl Harbor, justamente, a Nueva York y Washington. Es la nueva forma de la guerra, un terrorismo que nada tiene que ver con aquel que Europa y el mundo habían conocido hasta ayer. Un terrorismo, es verdad, del todo impotente para derrotar militarmente a su enemigo, pero omnipotente en su fuerza para golpearlo (los medios técnicos están en libre circulación en el planeta), hasta quizá alterar el léxico y los comportamientos políticos.

No cabe duda que el ataque contra Estados Unidos ha puesto de manifiesto, por un lado, la increíble falta de preparación de los servicios secretos y de toda la "inteligencia" estadunidense, y por el otro, tal nivel de organización y de disponibilidad de medios de los atacantes, que obliga pensar en la necesidad de una fuerte protección estatal. Pero todo esto no cambia la esencia del razonamiento. No existe ni "escudo espacial" ni armada de 007 que puedan impedir a quien dispone de dinero y de hombres dispuestos a morir, llevar muerte y destrucción al corazón de nuestras metrópolis. Son los mismos procesos de globalización los que vuelven todo absolutamente vulnerable. Lo que ha sucedido debe cambiar nuestra mente.

Si creyésemos corresponder al desafío (al "test que eso representa", como ha dicho el presidente Bush) con un simple contraataque militar solamente demostraríamos que razonamos según los viejos esquemas de la vieja guerra entre potencias soberanas. La última que se libró fue la de Israel y los países árabes en 1973. Desde entonces, vivimos sus desastrosos efectos. La guerra interestatal ya no resuelve nada. Y las expediciones punitivas terminarán por aumentar las filas de los terroristas.

Occidente (20 por ciento de la humanidad, sería bueno recordarlo) es llamado a volver su mirada hacia todos los países, y antes a todas las culturas, para incluirlas en serio como protagonistas de una nueva fundación de las relaciones y de los equilibrios políticos mundiales. Ningún orden impuesto pondrá fin a los problemas que constituyen el terreno de cultivo del terrorismo mundial. El mundo reclama verdaderamente un nuevo Orden, un nuevo Nomos de la tierra, que únicamente el más tonto optimismo podría soñar dándolo por cierto con la caída del muro y el derrumbe del "socialismo real".

En realidad, este orden podría nacer solamente como resultado del esfuerzo, de la búsqueda, del diálogo de todos los pueblos; podría cumplirse solamente a través del efectivo potenciamiento y la efectiva democratización de los grandes organismos supranacionales, hoy en trágica crisis; podría derivar solamente de la solución de aquel eterno conflicto que parece ser el único capaz de asumir valor universal y potencialidad "apocalíptica": el palestino-israelí.

Los procesos de globalización han traído "naturalmente" la emergencia de las grandes "plataformas" continentales. ƑEs inevitable, entonces, el choque de civilizaciones? ƑEs inevitable un perpetuo terremoto? ƑO podemos transformarlo en un movimiento de unos hacia los otros, en un descubrimiento recíproco y de aceptación, desentrañando con paciencia tenaz los hechos y los profundos motivos del odio y la violencia? Todo esto podría parecer fantásticamente utópico después del 11 de septiembre de 2001. Y sin embargo, por el contrario, lo que es absolutamente irreal es creer que existen otras vías para acabar verdaderamente con el terror. Lo que sucedió el 11 de septiembre de 2001 es completamente increíble. Precisamente, esa irrealidad debería llevarnos a afrontar las tareas, hasta ayer "inauditas", de intentar conferir a nuestra acción política responsabilidad y un nuevo sentido.

Nuestra imaginación creativa debe poder ser más fuerte que la destructiva que ha celebrado su Dies Irae. Todos los hombres libres -y ninguno es libre cuando odia y asesina- deben juntos, sobre la base de los derechos de todos, construir un nuevo derecho internacional y nuevas formas de verdaderas soberanías que garanticen un respeto pleno. A años y años luz de Durban y más allá de todas las conferencias internacionales que se han sucedido hasta ahora para predicar la paz y lamentar las guerras que no han sabido impedir. De otro modo, no quedará más que resignarse a convivir con el terrorismo perpetuo y con la omnipotente impotencia de la guerra terrorista, en un círculo vicioso de violencia y venganza, cautivos del odio y del terror.

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(Ť) Filósofo italiano, ex alcalde de Venecia

Traducción: Alejandra Dupuy