viernes Ť 12 Ť octubre Ť 2001

Horacio Labastida

José E. Iturriaga y Belisario Domínguez

Muchos, muchísimos mexicanos aplaudimos la decisión del Senado de la República. Otorgar la Medalla Belisario Domínguez a un distinguido intelectual mexicano, José E. Iturriaga, alegra a quienes exaltan las grandezas del país y subrayan la dignidad con que muchos de sus hijos participan en la vida pública. Además de lo dicho en el Senado durante el solemne acto en que se otorgó la distinción conviene traer ahora algunos puntos esenciales de la filosofía política que inspiró la heroicidad del insigne comiteco.

Al regresar de sus estudios en la Universidad de París, reconocidos en el medio académico francés, la decisión del novel profesionista era la de entregarse a las tareas propias de un galeno, y lo hizo de manera ejemplar: atendió con esmero a multitud de enfermos que carecían de recursos materiales, proporcionándoles además gratuitamente medicinas, y nunca los abandonó hasta lograr su plena recuperación. Igual en Comitán que en los años preparatorianos que cursó al lado de sus maestros de San Cristóbal de las Casas, lugar de su aprendizaje del francés, reflexionó profundamente sobre las causas de la miseria del pueblo, y muy particularmente de las comunidades indígenas. No pudo evitar oponerse a la arbitrariedad de autoridades que trataban de robar a grupos tzotziles en el mercado de la ciudad, y hasta donde estuvo en sus manos también defendió a numerosas familias comitecas, extremadamente pobres. Puede valorarse su alta finura espiritual por un acontecimiento de singular importancia. No fueron aceptados en París los estudios hechos en Chiapas, y sin protesta se inscribió y llevó adelante los grados preliminares que permitiríanle el acceso a la universidad. Lo hizo con dedicación por más de cinco años y sus calificaciones aseguraron la inscripción deseada sin problema alguno. Amigo cercano de un hacendado, en cuyas tierras pasaba días de asueto, señaló al acaudalado huésped la brutalidad que sufrían los peones y abandonó de inmediato el sitio de descanso. No hay duda de que sus compromisos con la ciencia de Hipócrates lo llevaron al trato con enormes círculos famélicos y desesperados que toleraba y fomentaba la dictadura de Porfirio Díaz y sus gobernantes en Chiapas; y en el propósito de hacer algo por el bien común aceptó la presidencia municipal en su propia cuna y se desempeñó por mandato de ley como jefe político, pero no subordinado a la tiranía y sí muy sensible a los cambios que se avizoraban desde que Francisco I. Madero lanzó su candidatura a la Presidencia en la contienda electoral de 1910. Belisario Domínguez se identificó pronto con las banderas democráticas y enjuició con severidad el encarcelamiento del caudillo antirreleccionista y el fraude que reinstaló a Díaz en Palacio Nacional. Con la información que dejó en su conciencia la Tercera República francesa, en cuya atmósfera hizo sus estudios parisinos, y la terrible experiencia del trienio 1911-1913, años que registraron el ascenso de Madero y Pino Suárez al Poder Ejecutivo, la ignominia de la Decena Trágica y la consolidación del Estado criminal que presidió Victoriano Huerta, llegó Domínguez al Senado de manera inesperada, el 5 de marzo de 1913, apenas quince días después de los condenables magnicidios. Recuérdese que Belisario era suplente de Leopoldo Gout, quien murió el 3 de marzo de aquel año fatal, y para entonces su concepción política era muy clara. Consta así en los periódicos que hizo publicar cuando vivió en Tacubaya, después de la muerte de su esposa. Sabía muy bien que el individuo aislado, solo, no puede activar sus propias convicciones morales si pretende transformarlas en una moral liberadora de la sociedad. Para esto es indispensable el poder político, único instrumento capaz de poner en marcha el mandamiento ético en la colectividad. Es decir, Belisario Domínguez estaba convencido de que la ética no dejaría de ser un bello sueño sin la asistencia del poder político; éste, se repetía, es el medio para hacer de la política un acto modelado en los ideales del pueblo. Y como Huerta representaba una política contraria a la ética, denunció tal situación afrentosa, y se propuso lograr la renuncia del autócrata asesino, hechos y decisiones que costaron la vida al insigne chiapaneco.

Esa es la lección de Belisario Domínguez. La política como acto moral significa el bien del pueblo. Al contrario, la política amoral es acto criminal. Ahora viene la pregunta final, Ƒpor qué tan dignamente José E. Iturriaga recibió la Medalla Belisario Domínguez? Porque en toda su conducta pública propició la identificación del bien con la decisión política.