VIERNES Ť 12 Ť OCTUBRE Ť 2001

Ť Leonardo García Tsao

El peleador callejero

Una vez concluida la temporada veraniega, las diversas distribuidoras de material nacional han comenzado a lanzar simultáneamente sus películas en una dispareja competencia. Mientras un par de títulos - Guerrero e Inspiración- evocan al subcine mexicano imperante en los 80 (no faltará algún farsante que intente rescatarlos en nombre del cine de culto, el imaginario popular o alguna entelequia semejante), el estreno de De la calle representa la postura más común hoy día, por suerte, de hacer un cine de ambición.

delacalle3Recién premiada en San Sebastián, la ópera prima de Gerardo Tort es una adaptación de la obra homónima de Jesús González Dávila, cuya puesta en escena a cargo de Julio Castillo supuso una piedra de toque en el teatro mexicano. A diferencia del énfasis teatral hecho por Benjamín Cann al adaptar otra obra del mismo autor en Crónica de un desayuno, el director debutante y la guionista Marina Stavenhagen han despojado de su versión cualquier asomo de teatralidad en este retrato urbano de adolescentes lumpen, condenados a una existencia precaria y marginal. El protagonista es Rufino (Luis Fernando Peña), un muchacho huérfano que trabaja en una carnicería y vende la cocaína que le pertenece al amante de su madre adoptiva, el corrupto judicial Ochoa (Mario Zaragoza). El planea escapar con el dinero y su novia Xóchitl (Maya Zapata), madre soltera joven, pero antes desea buscar a su padre verdadero, a quien creía muerto.

Al inicio de la película, la imagen de una pandilla juvenil que avanza por una oscura calle desierta sugiere una idea de amenaza. Tort pronto la desmiente. La intención infantil del grupo es hacerse cargo de unos juegos mecánicos y subirse a la rueda de la fortuna. Mientras dan vueltas, Rufino, Xóchitl y su amigo Cero (Armando Hernández) fantasean sobre la posibilidad de salir al mar. Es la única instancia en que veremos a los personajes en una actividad inocente, propia de su edad. Pues su entorno de marginación social, brutalidad policíaca y violencia constante no le otorga espacios a la fantasía. Capaz de dormirse sobre pedazos de cascajo, Rufino carece de hogar y su única noción de familia yace en la pandilla de niños que vive de modo subterráneo, bajo las alcantarillas.

Emparentada con Los olvidados, la referencia inevitable, pero sobre todo con La vendedora de rosas, del colombiano Víctor Gaviria, y con Lolo, de Francisco Athié, De la calle repite tópicos como el callejón sin salida existencial, la opresión de la ley y el escape vicario por medio de la droga. La novedad en este caso es la descripción de ese mundo con un enfoque realista y a la vez estilizado, que establece una distancia. En las escenas diurnas la ciudad de México es reconocible con toda su mugre y abigarramiento tercermundista; en las nocturnas se convierte en un paraje sórdido, ruinoso, casi infernal.

La cámara siempre móvil de Héctor Ortega rodea y se acerca a los personajes pero no se detiene a contemplar aun las acciones más crueles. Una edición de cortes abruptos refuerza esa estrategia formal que brinda una sensación de lo inmediato. De esa manera, Tort desarma la carga melodramática de los momentos climáticos y los hace ver como episodios naturales de la vida sobre el filo de la navaja.

A esa naturalidad contribuye en buena medida el matizado desempeño de Peña, un joven actor que había llamado la atención desde su breve aparición como el niño infectado de rabia en Un embrujo, de Luis Carlos Carrera, y aquí logra un delicado equilibrio entre la dureza y la inocencia. (Ojalá pueda evitar el encasillamiento que amenazó a Roberto Sosa hace diez años). También encomiable es el diseño de la banda sonora. En lugar de la ya sobada táctica del cancionero ilustrado, hay una partitura sutil de Diego Herrera que básicamente subraya atmósferas sin ostentaciones.

La ironía de De la calle es que el público potencialmente más interesado en verla, es decir, la adolescencia desposeída que retrata, no tendrá fácil el acceso. Desde la aparición de las cadenas múltiplex y la desaparición de la sala de barrio, el cine ha dejado de ser un entretenimiento popular para volverse casi un producto de lujo.

DE LA CALLE

D: Gerardo Tort/ G: Marina Stavenhagen, basado en la obra teatral de Jesús González Dávila/ F. en C: Héctor Ortega/ M: Diego Herrera/ Ed: Juan Carlos Solórzano/ I: Luis Fernando Peña, Maya Zapata, Armando Hernández, Mario Zaragoza, Alfonso Figueroa/ P: Tiempo y Tono Films, Imcine, Foprocine, Zimat Consultores. México, 2001.

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