PREMIO PARA PROMOVER LA PAZ
La
Organización de las Naciones Unidas (ONU) y su secretario general,
el ghanés Kofi Annan, recibieron ayer el Premio Nobel de la Paz
por su labor en favor de "un mundo más organizado y pacífico".
Si bien la ONU ha sido un organismo que ha logrado sembrar
esperanza en diversos ámbitos como el respeto a los derechos humanos
y el desarrollo económico y social de los pueblos, poco es lo que
ha hecho en la práctica para evitar la explosión de conflictos
bélicos; es decir: su labor en favor de la paz es un punto en cuestión.
Para muestra, hay que recordar que desde su creación, en 1945, prácticamente
no ha pasado un año sin conflictos armados, ya sea entre naciones
o dentro de ellas.
Queda claro que Naciones Unidas no funge como un gobierno
mundial, ni tampoco se le puede considerar una organización democrática
que represente los intereses legítimos de todos los estados del
orbe, pero sí carga con la responsabilidad de facilitar los medios
que contribuyan a encontrar soluciones pacíficas a los conflictos
internacionales. Sin embargo, al margen de diversos e incuestionables logros
humanitarios, tan sólo para referirnos a la última década,
la ONU pasó casi inadvertida ante las masacres en Ruanda, Uganda
y Burundi, en la guerra serbio--croata y en la guerra de Kosovo, donde
terminó siendo comparsa de Estados Unidos y sus aliados de la OTAN.
También es cierto que el peso en la toma de decisiones
en la organización, sobre todo en materia de paz y seguridad, se
inclina en favor de los intereses de los países miembros con mayor
poderío económico y militar e influencia internacional. Sin
ambages, la ONU ha tenido que tolerar el desdén --y el incumplimiento
de pagos como elemento de presión-- de Estados Unidos, país
que no ha respetado las obligaciones de la Carta de las Naciones Unidas,
y mucho menos las opiniones de otros estados miembros.
Lo que hemos presenciando es que Estados Unidos influye
discrecionalmente en las decisiones de la ONU --o bien ignora resoluciones
como las emitidas sobre la situación de Palestina--, y literalmente
amenaza a los países para que respalden sin condición alguna
sus intervenciones armadas, mismas que en los años posteriores a
la guerra fría se han ido desplazando geográficamente de
acuerdo con los intereses estadunidenses.
Evidentemente, sin restarle crédito a su actual
secretario general, quien ha dedicado 40 años de su vida a la organización,
y a la luz del papel que ha de jugar la ONU durante la intervención
estadunidense en Afganistán, y después de ella, tenemos que
entender que la decisión del comité noruego sólo busca
dar mayor legitimidad a Naciones Unidas en su hasta ahora tibio papel de
promotor de la paz mundial. No se premió a la ONU por sus logros
en favor de la paz, sino como un estímulo para que se le revalore
en el nuevo escenario mundial, tan peligroso y con desequilibrios cada
vez más acentuados.
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