LUNES Ť 15 Ť OCTUBRE Ť 2001
Ť Marcos Roitman Rosenmann
ƑA quién beneficia esta guerra?
Parece ser que la humanidad es víctima de una nueva plaga: el terrorismo internacional. Una maldición se cierne sobre nuestras espaldas perturbando la paz lograda en el mundo, se dirá, con tanto esfuerzo tras décadas de guerra fría. Periodo caracterizado por golpes de Estado, guerras de baja intensidad, intervenciones militares y... terrorismo de Estado. Es esta última consideración la que me hace pensar en esta ofensiva militar, lanzada desde los países occidentales, como un acto de fuerza equiparable al terrorismo de Estado. Se trata de matar moscas a cañonazos empleando los mismos métodos de quienes se dice combatir.
La alianza occidental ha dado el apoyo a Estados Unidos para que emprenda bajo su responsabilidad un acto más propio de una acción de terrorismo de Estado que de guerra justa. Esta guerra rompe los principios vigentes sobre los cuales se han desarrollado las guerras hasta el día de hoy. Y ello no las termina de avalar o justificar. Siempre se ha manifestado que no se puede responder a la violencia con violencia, sobre todo si esta última debe ser una respuesta a una acción deliberada de crear terror y pánico entre los ciudadanos de un país. La gran diferencia entre quienes usan la violencia indiscriminada para fines políticos y el Estado se halla en la consideración ético-moral que determina un límite al uso de la fuerza por parte del gobierno y de sus instituciones.
El uso espurio de sus aparatos y de su poderío para realizar una persecución contra una organización y sus responsables, cae más en el apartado de guerra sucia que de guerra por la justicia y la libertad. Así, deben provocar el rechazo y repudio unánime de la gente de bien. No es posible justificar un ataque militar bajo el argumento de que otros, los terroristas, lo hicieron primero. Ni siquiera el presupuesto de la legítima defensa puede esgrimirse dado el tiempo transcurrido entre el ataque del 11 de septiembre y la decisión de bombardear Afganistán. Ni siquiera el repudio hacia el régimen talibán y su forma despótica de ejercicio del poder es causa suficiente para justificar el bombardeo y su eliminación. Sin embargo, ha sido el rechazo provocado en Occidente y en muchos de los países árabes hacia los talibán lo que ha permitido decidir, más allá de la presencia de Bin Laden, el ataque contra Afganistán.
La razón de Estado ha sido esgrimida y utilizada para desarrollar toda la campaña previa a la decisión final de producir el ataque. Por ello los aliados occidentales han dejado a Estados Unidos que emprenda su cruzada. No se trata de buscar la paz, sea bajo la fórmula de Justicia Infinita o Paz Perdurable. En ambos casos lo que emerge es una actitud de prepotencia y de fuerza. No se trata de perseguir a los culpables o a los responsables de los atentados. Ahora son una excusa para ampliar el poderío militar y demostrar la omnipresencia de Estados Unidos. Su frontera geopolítica se extiende y expande en Asia central. Los países aliados de Estados Unidos mantienen una actitud sumisa y justifican el terrorismo de Estado. No hay causas que eximan a Afganistán de pagar sus culpas. En un intento desesperado por justificar este terrorismo de Estado se adopta el criterio de diferenciar al pueblo afgano del gobierno talibán y de Bin Laden. Pero el rostro de la guerra se oculta y difumina en los bombardeos nocturnos bajo un total control de la información y los partes de guerra. No se puede observar de día y con claridad cómo bombardean. No provocan un acto cinematográfico, racionalizan la muerte. Apoyarse en la oscuridad de la noche para evitar develar el rostro de sufrimiento de los de siempre. La censura impuesta por ambos lados reduce la crueldad. Unos para señalar el fracaso de los ataques y otros para resaltar el éxito. En ambos casos no hay salida. En esta guerra sucia -si es que hay alguna limpia- los muertos son pocos o inexistentes. Las bombas inteligentes cumplen a rajatabla su cometido, se apartan de la población y explotan en zonas deshabitadas.
El terrorismo de Estado ha logrado validarse, internacionalizarse y ser propuesto como acción de respuesta legítima a los actos de violencia indiscriminada que se producen en los diferentes países miembros de la alianza occidental, que va más allá de la OTAN y la Unión Europea.
Los verdaderos beneficiarios de esta guerra son pocos, pero consistentes. Los nada despreciables estrategas de la guerra sucia y los servicios de contrainteligencia. Igualmente las grandes compañías fabricantes de armamentos y las empresas multinacionales del petróleo. El gobierno republicano de Bush y las elites políticas y económicas más reaccionarias, para quienes en la lucha contraterrorista todo es válido y en la cual no existen límites. No es extraño que muchos países occidentales, cuyos dirigentes han sido acusados de impulsar guerras sucias sean los más proclives a justificar la acción de Estados Unidos. Sus actos están igual de viciados y corruptos como aquellos de quienes dicen combatir en nombre de la paz mundial.