LUNES Ť 15 Ť OCTUBRE Ť 2001
Ť Hasta ahora las propuestas se sitúan en la cúpula universitaria, dice el experto del CESU
La reforma en la UNAM debe involucrar a cada miembro para evitar resistencias: Hugo Casanova
Ť Plantea trascender lo normativo y buscar formas de propiciar cambios estructurales
KARINA AVILES
Las reformas en la UNAM emprendidas a mediados de los ochenta han encontrado resistencia y oposición de diversos sectores universitarios, al hacerse patentes las insuficiencias de los mecanismos para construir y ejecutar decisiones y manifestarse los límites de los acuerdos que habían permitido el funcionamiento de la institución a lo largo de la segunda mitad del siglo xx. Por ello, establece el investigador Hugo Casanova, la actual transformación debe ser atribución de todos sus miembros, pues hasta ahora las propuestas han tendido a situarse en la "cúpula universitaria", que muchas veces está alejada de los problemas académicos.
En el análisis titulado Los retos de la reforma de la UNAM, Casanova Cardiel, especialista en educación superior e investigador del Centro de Estudios sobre la Universidad (CESU), plantea un panorama de las reformas en la universidad de 1970 hasta la fecha y establece algunas de las metas que a su juicio deben considerarse en el presente cambio.
En la década de los setenta, establece, se verificaron dos importantes proyectos de reforma. El del rector Pablo González Casanova y el del rector Guillermo Soberón. El primero implicó "un esquema aperturista e innovador al interior de la institución y con gran influjo en el ambiente universitario, así como en la sociedad, al abrir nuevas plazas y modalidades alternativas como el Colegio de Ciencias y Humanidades y el Sistema de Universidad Abierta (SUA)".
El segundo incluyó "la creación de nuevas modalidades académicas, la Escuela Nacional de Estudios Profesionales (ENEP) y de manera paralela una profunda reconfiguración institucional basada en un complejo control administrativo y político de la Universidad Nacional".
"Agotamiento institucional"
Más adelante, el rectorado de Octavio Rivero ofrecería "un ejercicio diagnóstico con altas expectativas pero poca efectividad, el cual, pese a producir un documento titulado La reforma universitaria, careció de impacto. Pensado como estrategia para alcanzar una segunda gestión, el proyecto de Rivero ilustra la preminencia de los contenidos políticos y administrativos del concepto de reforma", indica Casanova.
El académico señala que a partir de mediados de los ochenta las reformas institucionales emprendidas en la UNAM encontraron la resistencia y la oposición de diversos sectores de la universidad.
Tanto en los movimientos estudiantiles de 1986-1987 y 1999-2000 como en las movilizaciones de 1992 y 1995 -que enfrentaron al proyecto de cuotas y a la política de selectividad- "se harían patentes las insuficiencias de los mecanismos para construir y ejecutar las decisiones y, en consecuencia, se manifestarían los límites de los acuerdos que habían permitido el funcionamiento de la institución a lo largo de la segunda mitad del siglo xx", añade.
Apunta que la reforma propuesta por el rector Jorge Carpizo, la cual significaba el incremento a las cuotas, aplicación de exámenes departamentales y restricción de las condiciones del pase automático, constituyó el detonador "de la más importante movilización estudiantil en México luego de 1968". Ese plan, añade, se topó "con una decidida oposición que ya expresaba los signos de agotamiento institucional".
El congreso universitario de 1990, en la gestión de José Sarukhán, constituyó "un importante intento de reforma, pero que, excepto su contribución al establecimiento de un pacto de civilidad entre los universitarios, no generó efectos concretos. Por el contrario, pareció que la estrategia consistía en no permitir la verificación de acuerdos para reformar a la institución", indica.
En cambio, añade, Sarukhán impulsó una reforma progresiva de la vida académica. "Bajo el llamado proyecto de academización se impulsaron profundos cambios que colocaron a la UNAM en una posición de mayor consonancia frente a las políticas gubernamentales y a las tendencias internacionales tanto académicas como financieras. Tales cambios se situaron en torno a la modernización y la evaluación como referentes de la reforma."
La propuesta de Francisco Barnés, indica, no radicaba en el mejoramiento de las finanzas universitarias -porque se sabe que el aumento (de cuotas) era poco significativo en el marco global-, sino en la generación de una reforma que respondiera de mejor manera a las perspectivas modernizadoras oficiales hacia la UNAM.
A la luz de las experiencias en las décadas pasadas, Casanova plantea que la reforma universitaria actual analizar las posibilidades de renovar las estructuras y modalidades del gobierno de la institución.
No obstante, precisa, la reforma no puede limitarse a la dimensión normativa. Deben buscarse formas de propiciar cambios estructurales. Enfatiza que la transformación debe ser inclusiva, y una condición para llevarla a cabo es el reconocimiento de lo académico como referente esencial de la universidad.
Por ello, señala que quienes ejercen la academia han de ser quienes orienten a la UNAM. Pero aclara que en este proceso también debe ser considerada la participación de los estudiantes y del resto de los sectores. Por último indica que la reforma "ha de atender a las demandas sociales, a las políticas gubernamentales y las condiciones propias del saber. El ajuste entre esa concurrencia de factores es un tema de gran complejidad y los criterios para llegar al mismo han de ser académicos".