LUNES Ť 15 Ť OCTUBRE Ť 2001
Ť "El gobierno de Alemán es realmente criminal", dice el sociólogo suizo Gerald Fioretta
La miseria de 200 mil cafetaleros, parte visible de la catástrofe alimentaria en Nicaragua
Ť Obreros agrícolas pepenan comida en basureros; otros piden limosna o roban
BLANCHE PETRICH ENVIADA
Managua, Nicaragua. Cada amanecer se organiza un nuevo plan de sobrevivencia desde el parque frente a la Asamblea Nacional, a la vista de los legisladores que sesionan tras los muros. Unos van al mercado oriental, otros al central. Allí recolectan algo de alimento en los basureros. Otros más acuden a los centros de acopio, desde donde algunas ONG solidarias abastecen ollas con guisos y pan. Los demás se despliegan por los semáforos de la ciudad, disputando el espacio a miles de otros menesterosos, niños y adultos, que arañan monedas, por la buena o por la mala, a los automovilistas.
Otros emprenden el camino hacia los hospitales, con los niños y los ancianos que van agotando sus reservas de vida conforme pasan los días a merced de la lluvia y el sol. Desde hace tres meses, días sin futuro.
"Estamos en la sin remedio", caracteriza Carmen Gaitán la realidad de los 200 mil recolectores de café a los que la letal crisis cafetalera arrojó a la miseria. Como a ella: nacida y criada en finca, sin tierra ni techo propios, con seis hijos y sus ancianos padres, despedida por uno de los 4 mil 500 finqueros que quebraron.
Estos obreros agrícolas que han tenido que aprender a ser limosneros son el ángulo más visible y dramático de la crisis múltiple que inscribió a Nicaragua en el mapa de las emergencias alimentarias del mundo.
No son los únicos. El tríptico es completado por los 100 mil maiceros que perdieron todas sus cosechas por la sequía en 47 municipios de occidente, norte y centro. Y por los otros 50 mil indígenas de la costa atlántica, en Alamikamba, municipio de Prinzapolka, que sufren el tercer desastre simultáneo, las inundaciones que acabaron con sus cultivos de arroz, maíz, yuca y plátano.
A esta catástrofe triple se le suma una más, la institucional.
Olvidados por los dos bandos
A principios de agosto, el presidente Arnoldo Alemán, recién llegado de un largo viaje por Asia, cumplía un protocolo festivo cuando fue abordado por la televisión sobre el tema de la crisis alimentaria en Nicaragua, que ya era noticia internacional. "ƑPor qué será que son municipios sandinistas donde hay hambruna? ƑSerá que Dios no quiere a los alcaldes sandinistas?", decía el robusto mandatario con las mejillas coloradas de tanta celebración.
Los periodistas replicaron con datos y hechos. Más risas del pintoresco jefe de Estado. Siete veces repreguntó, como única respuesta: "ƑA cómo está el frijol?"
Después de esta "entrevista", nada más ha dicho el presidente, muy ajeno a los letreros que se han escrito con letras rústicas en los paraderos de autobuses por todo el norte del país: "Señor Alemán, tenemos ambre".
Y para no dañar la campaña presidencial de su correligionario del Partido Liberal, Enrique Bolaños -que disputa milímetro a milímetro las preferencias en las encuestas con el opositor sandinista Daniel Ortega-, Alemán ha preferido no decretar estado de emergencia.
"El gobierno de Alemán -opina en una entrevista con la revista Confidencial Gerald Fioretta, sociólogo suizo y militante desde hace más de veinte años del movimiento de solidaridad con Centroamérica- es realmente criminal. No anticipó ni previó la crisis del café y me animaría a decir que dejó degradar la producción del grano de oro a partir, entre otras razones, de un mezquino análisis político. La nueva burguesía sandinista es fuerte en ese sector productivo y, adicionalmente, las cooperativas y los campesinos que se beneficiaron de la reforma agraria sandinista en los ochenta son, de hecho, el factor dominante en ese rubro. En cierta manera se podría interpretar la negligencia gubernamental como una sanción a un sector productivo que no le es afín."
En los plantones de recolectores de café que proliferan en Managua y Matagalpa, a las orillas de las carreteras y en los pueblos de las montañas del norte -y a los que por razones muy propias les llaman "huelgas de hambre"- caló el dicho del presidente: "El dice que no hay hambre porque come cuatro veces al día. Pero el hambre no tiene partido. Somos olvidados de los dos bandos", dice Zeferino Dávila, un coordinador.
El candidato sandinista a la presidencia, Daniel Ortega, por su parte, también camina por las orillas del problema, sin abordarlo de lleno. En una gira de campaña reciente en Matagalpa ni siquiera se acercó al Parque de los Monos, adonde llegó la primera caravana de cafetaleros desposeídos y donde se concentra el contingente más grande, un campamento de miserias con mil 800 almas. Los representantes de ese contingente discutieron qué hacer frente al abanderado de las causas populares: acudir a él y pedirle apoyo o abstenerse. Finalmente decidieron "no colorearse" con la bandera sandinista, que en esta ocasión luce un rosa subido, en lugar de su histórico blandón rojinegro.
Café amargo
No fue de la noche a la mañana que los recolectores de café se convirtieron en menesterosos. Hubo tiempos, como dice Rosalinda Martínez, cortadora desde los 10 años y a quien la vida ruda la hace ver anciana a sus 50, en que "todos caminábamos riendo".
En los años sesenta, cuando Nicaragua era el segundo productor después de Brasil, con la familia Somoza al frente de los grandes hacendados -Pellas, Montealegre, Chamorro, eran otros- los salarios de estos obreros agrícolas siempre fueron los más bajos de la región. Estas familias nunca se interesaron en mejorar técnicamente los cultivos y ya a fines de los setenta la producción cafetalera nicaragüense era la más baja y de menor rendimiento en Centroamérica.
En parte debido al proceso de expropiaciones aplicadas por el gobierno sandinista en los años 80 y en parte por las dotaciones que se repartieron entre desmovilizados de la contra y del Ejército Popular Sandinista con la firma de la paz -y la posterior reprivatización del sector- las propiedades cafetaleras se atomizaron en miles de pequeños productores cada vez menos solventes.
Pero su peso en la economía es aún determinante. En 2000 las exportaciones aún constituyeron 30 por ciento del ingreso en divisas.
En los meses anteriores a la actual ruina de las fincas, dos importantes bancos ligados a este emproblemado cultivo fueron declarados en quiebra, en una maniobra turbia y cuestionada, el Interbank y el Banco del Café. Los productores no tuvieron créditos para seguir operando.
Fue entonces -cuentan las mujeres que hoy, en harapos, se agolpan en un parque público para relatar su parte de la historia- cuando los patrones empezaron a despedir gente. En junio, los "mandaderos" de las fincas cafetaleras les mandaron decir que lo sentían mucho, pero que este año no habría corte de café y que tendrían que desalojar las propiedades. La noticia corrió de hacienda en hacienda en las laderas, los ricos valles y las colinas que se extienden desde la cordillera Dariense hasta las montañas de Jinotega, en el noroeste de Nicaragua. En medio del verdor y la riqueza potencial de una región que dio origen -un siglo atrás- a la aún poderosa oligarquía cafetalera, por primera vez en muchas generaciones, familias de recolectores del grano se encontraron, de un día para otro, despojados de todo: salario, empleo, vivienda. Ni un pedazo de suelo propio. Ni una sola opción para sobrevivir.
En cuestión de semanas eran miles los que deambulaban entre La Tuma y La Dalia, La Estrella, Los Robles, La Mora, Santa Luz, La Viola. De ahí fue de donde salió Manuel Arturo Moreno, uno de los primeros en organizar el plantón que finalmente acampó en el parque de Los Monos, en las orillas de Matagalpa. Cuando murieron los primeros niños, otros dos contingentes se desprendieron y durante ocho días caminaron hasta Managua. No todos llegaron. La madre de Carmen Gaitán cayó desmayada en la carretera al llegar a Estelí. Por los centros de salud en el camino fueron quedando los más ancianos, o los niños más débiles. "Llegamos a la capital con los pies sangrantes, sin podernos mover más. Hasta que Managua se puso la mano en la conciencia y nos socorrió. Si no, a morir habríamos llegado", narra Carmen.
Los trabajadores del café, dice Hervin Hernández, coordinador del plantón en Managua, tienen propuestas de solución. "Tenemos nuestros puntos cardinales." Lo dramático es que el gobierno no ha entablado ninguna interlocución con ellos. "Lo que no queremos -señala- es volver al café. No queremos seguir echando el hombro a los finqueros que no supieron agradecer. Queremos otras cosas, un pedazo de tierra, créditos, capacitación."
En un estudio de José Luis Rocha que publica la revista Envío -"Crónica del café: historia, responsables, interrogantes"- se concluye: "Tal vez lo más dramático no lo hemos visto todavía. Los trabajos agrícolas para asegurar la próxima cosecha no han sido desarrollados por falta de medios. Significa que desde ya se puede prever una reducción de 60 por ciento de la producción cafetalera en el próximo ciclo, con la consiguiente parálisis laboral y con la correspondiente estampida desesperada de muchos trabajadores o campesinos del café hacia Costa Rica".
Como dice Carmen Gaitán, recolectora de café sin futuro: "Estamos en la sin remedio".