lunes Ť 15 Ť octubre Ť 2001

Elba Esther Gordillo

Nuevo orden

Es un hecho que el mundo ha cambiado y que estamos ante la oportunidad de entender el problema como la mejor ocasión para desplegar un nuevo orden global que reconozca la realidad y los actores que en ella participan, antes de ser rehenes de decisiones que pueden generar reacciones sin precedente en la historia universal.

Ya los sucesos del 11 de septiembre mostraban que las contradicciones profundas que caracterizan este tiempo no habían sido adecuadamente interpretadas, lo que se traducía en hechos aberrantes. Junto con el tremendo impacto e indignación que tanta y tan absurda muerte y destrucción generaron, los atentados terroristas hicieron evidente que la ruptura del equilibrio, que alguien bautizó como el fin de la historia, no era sino el anticipo de inéditas presiones para obligar a la construcción de uno nuevo.

La declaración del gobierno estadunidense respecto a que la guerra que ha dado inicio durará mucho tiempo y será la base para "construir una nueva guerra fría", evidencia dos cosas.

En primer lugar: la carencia de una razón geopolítica basada en la polarización ha generado los espacios para que surjan múltiples actores a los cuales no es posible aplicar las medidas de control que fueron efectivas durante más de 50 años con espléndidos resultados en todos los órdenes.

Con todo y que en diferentes momentos a lo largo de ese largo ciclo hubo momentos de crisis que "amenazaron" el equilibrio surgido como consecuencia de la Segunda Guerra Mundial y de quienes emergieron victoriosos de ella, guiándonos por los hechos y no por los supuestos, es evidente que el equilibrio bipolar se mantuvo y que los beneficiarios fueron las dos versiones del poder que ahí operaron. Por más crisis de misiles o guerras focalizadas que hubo, el orden mundial se mantuvo en beneficio de las hegemonías que nacen en Yalta y que sólo se destruyeron cuando la inoperancia de la planificación centralizada dejó vacíos los silos graneleros de la ex Unión Soviética. El conmigo o contra mí que sustentó la guerra fría, supeditó el mundo a los intereses de dos potencias, sus aliados y sus satélites, sin importar las características raciales, culturales, religiosas, políticas y sociales de miles de millones de seres.

En segundo lugar, que la "libertad", o lo que se entienda por eso, debe encontrar la forma de preservarse ante un enemigo sin rostro, sin país, sin bandera, que amenaza a todos y a nadie, en todo tiempo, careciendo de temporalidad simultáneamente, y frente al que ninguna victoria podrá reivindicarse, mucho menos traducirse en la recuperación de la tranquilidad.

No es entendible el argumento de que hay que derrotar la libertad para preservarla, lo cual obliga a un creativo despliegue en materia de política internacional que elimine la amenaza haciendo de la inclusión el eje del nuevo equilibrio. La salida no es destruir lo que se juzga como probable enemigo, ya que por esa vía se estará construyendo una amenaza que no podrá vencerse jamás.

"Ampliar" el número de países a atacar, tarde o temprano habrá de conducirnos a una guerra no sólo religiosa, sino racial de consecuencias impredecibles.

El orden que el mundo requiere no puede basarse en una nueva polarización extralógica del "conmigo o contra mí" debe ser resultado de un nuevo concepto de libertad que tenga en el derecho a la diferencia la esencia de la convivencia. No caer en el simplismo de que el mundo puede volver a funcionar partido en dos complementaría la correcta decisión de construir los nuevos equilibrios. Entendidos así, los tremendos sucesos de septiembre pueden marcar el inicio de la prometedora era que tanto se ha anunciado, pero que cada día vemos más difusa y amenazante.

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