lunes Ť 15 Ť octubre Ť 2001
Armando Labra M.
De arrepentidos; política y economía
El desarrollo político en México dista de ser un acontecimiento surgido de la noche a la mañana. Es un proceso social fruto de la intensa y permanente adecuación que la sociedad ha impuesto a las instituciones. Emana de la sociedad cuyo referente sigue siendo el proyecto nacional contenido en nuestra Constitución política, a pesar de sus parches y anacronismos. Así es y será todavía por algún tiempo.
La economía mexicana, lejos de haber cambiado en los últimos veinte años, ha permanecido inmutable a pesar de que todo lo demás cambia. Y es que la política económica de los gobiernos mexicanos es tercamente inamovible. Se sigue expresando en decisiones que aumentan la desigualdad entre mexicanos, pero no sólo eso. Ahora que ya no hay inflación, la combaten como si existiera. Con las recetas de siempre. Sin imaginación ni oficio. Con resultados cada día peores.
Hemos sido testigos de una constante evolución del sistema electoral para brindar confianza, transparencia y certidumbre a los procesos electorales, que hoy innegablemente conforma un sistema político de mayor pluralidad y con oportunidades reales de alternancia en el poder. Y no sólo para quitar al PRI del poder, también para reivindicarle.
Sin embargo, en materia de política económica no hemos sido tan afortunados ni aparece en el horizonte cambio alguno. Ni esperanza. Persiste la idea de que las soluciones únicas y correctas para la economía son las de siempre, a pesar de que la realidad nos rinde a la evidencia de que en economía, también siempre, existen alternativas. Existen siempre diversos enfoques para atacar y solucionar cualquier problema económico. Y es que la economía es, primero, un asunto político y cambiente hoy más que nunca. Desconocer esto es imperdonable.
Hasta ahora hemos avanzado en una etapa más del proceso que adapta las instituciones políticas a fin de responder a una sociedad plural, crecientemente participativa y exigente, cuyos valores y demandas son cada vez más dinámicos y complejos. Pero el camino no termina ahí, apenas comienza.
La reforma política de 1996 favoreció la transformación de aspectos medulares de la vida institucional de la nación, dando lugar a nuevas oportunidades y también a flamantes desafíos. Para 1997 el padrón electoral estaba constituido por 52.2 millones de ciudadanos, mientras que para las elecciones de 2000 se llegó a 59.6 millones, 14.2 por ciento mayor, creciendo más aceleradamente que la población del país y que el segmento poblacional en edad de votar. Eso nos demuestra una sociedad que asume su destino político, así sea sólo por instinto de sobrevivencia.
El proceso electoral presidencial de 2000 estuvo vigilado por más de 454 mil funcionarios en más de 113 mil casillas que se instalaron en la República Mexicana. Acudió 64 por ciento del total de la lista nominal de electores, cifra que demuestra la magnitud y voluntad de la participación ciudadana y el grado de compromiso popular con la democracia. O el hartazgo. O las dos cosas.
La composición de los gobiernos locales también se ha transformado; mientras en 1994 sólo eran tres los gobernadores de partidos distintos al PRI, para estas fechas hay 14.
La nueva distribución del poder en el Congreso de la Unión implica la construcción de acuerdos por medio del diálogo y el cabildeo en un ambiente plural sin precedente. Ninguna fracción parlamentaria ostenta la mayoría absoluta y en consecuencia el debate legislativo y político cobra una naturaleza eminentemente democrática y plural. El precio ha sido una dosis de desconcierto, es verdad, pero... a pesar de todo, vale la pena.
Son claras las evidencias de cómo la política influye en los procesos económicos cotidianos. El ejemplo más reciente lo tenemos en los desafortunados acontecimientos del 11 de septiembre de este año. Los atentados terroristas en Estados Unidos transformaron el escenario económico internacional hasta para los ricos.
La Bolsa Mexicana de Valores tardó tres semanas en recuperar los niveles de cotizaciones y fue hasta el 20 de septiembre cuando logró rebasar la barrera de los 5 mil puntos. Para los pobres el efecto es peor. Las expectativas de bienestar para la mayoría de los mexicanos, de suyo precarias, son ahora en el mejor de los casos inciertas, pero en ningún caso mejores.
El principal desafío para la democracia mexicana consiste en asegurar de manera plena la participación social no sólo organizada sino consciente, informada y comprometida. Sólo así podremos lograr revisar las política económica y un desarrollo pleno de la sociedad mexicana. Y lo que es mejor, evitar los arrepentimientos extemporáneos como los de innumerables mexicanos que votaron por Fox y hoy lo lamentan al despertar cada día y contar los centavos para el gasto.