LUNES Ť 15 Ť OCTUBRE Ť 2001

Leon Bendesky

Tarde

Llegamos tarde de ida y llegaremos tarde de regreso. Desde hace ya muchos años, cuando menos 35, la economía de México marcha a destiempo y, por lo tanto, se ha ido haciendo cada vez más reactiva, con menos capacidad de acción y dinamismo propios. Este es, quizá, el centro del mayor conflicto que padece actualmente, es decir, su incapacidad de crecer de manera sostenida y sin crisis recurrentes. Le ocurre como al tipo que iba en sentido contrario en la avenida Insurgentes en pleno tráfico y cuando finalmente lo detiene la policía y le pregunta a dónde cree que va, el conductor responde que no sabe, pero que seguramente ya se le hizo tarde, porque ya todos vienen de regreso.

A la apertura del comercio llegamos tarde, cuando las distorsiones en los mercados internos creadas por la protección eran muy grandes, así como el costo de corregirlas; el peso no resistió más las presiones y se devaluó en 1976. Eso hizo que aumentara la dependencia de las corrientes financieras del exterio, primero de los préstamos bancarios que provocaron la crisis de 1982, y aun cuando este país tenía la ventaja del petróleo en el momento en que los precios reales del crudo eran los más altos registrados hasta ahora. Siguió la dependencia de las inversiones, las de cartera, o sea, en compras de títulos financieros, especialmente los emitidos por el gobierno y que llegaron al extremo de los tesobonos, todo ello asociado con la crisis de fines de 1994 y la consiguiente devaluación, inflación, caída drástica del producto y quiebra del sistema bancario al año siguiente.

Ya en el marco del TLC, la estructura económica se ha ido perfilando con una nueva serie de deformaciones que, si bien se notan poco cuando la economía puede crecer, arrastrada siempre por la de Estados Unidos y las inversiones directas, se hacen, en cambio, muy claras cuando el crecimiento se desacelera y se instala la recesión, como ha ocurrido en el curso de todo este año. En la economía hay sorpresas, ya que sorpresas tiene la vida, como dice la canción, pero la imposibilidad de prever el curso de las cosas y, sobre todo, de planear a largo plazo en un escenario de mínima certidumbre, es un rasgo muy ostensible en México.

Llegamos tarde y mal a las privatizaciones y estamos llegando muy tarde a la reforma laboral, la del sector energético y de la política fiscal. Eso es lo que da ventaja a los que tienen más recursos para aprovechar la situación. Las cuentas las hemos pagado en los últimos 20 años y las vamos a seguir pagando. Ahí está como muestra la farsa de quienes dejaron la economía prendida de alfileres y de los que los quitaron como si fueran todos unos sastres remendones.

Todo esto es historia y sobre ella ya no se puede hacer nada. Pero conviene recordarla para evitar ese mal nacional que padecen los políticos, funcionarios del gobierno, empresarios de cúpulas y hasta muchos sindicatos: la amnesia.

Como si lo que hoy ocurre en la economía sólo fuera fruto del azar y del momento; como si únicamente los factores externos fueran los responsables, y no los procesos que se han creado en la producción, la distribución del ingreso y la conformación del territorio; como si el tener 50 millones de pobres no fuera resultado de lo que se ha venido haciendo.

Y hoy Ƒqué hacemos con lo que se ha venido haciendo? Digo desde el principio para evitar discusiones inútiles y necias, que no se trata de volver a lo que hacía antes. Digo en cambio que si seguimos como vamos llegaremos tarde nuevamente a las reformas que son necesarias para empezar a girar el curso; es más, ya estamos muy retrasados. En vez de reaccionar, al parecer estamos esperando que desde afuera, que es del único lugar de donde se captan los mensajes, nos digan que todo este embate del y por el mercado ha sido excesivo y que es necesario replantear las cosas y encontrar un nuevo equilibrio en la gestión de la economía que no violente tanto el orden social. No es que ese mensaje se vea ya de modo claro saliendo de las instituciones que residen en Washington, pero va a llegar y nosotros reaccionaremos de nuevo a destiempo.

La evidencia internacional, esa que tanto gustan de citar nuestros funcionarios públicos, indica que la inversión es el único sostén posible de un proceso duradero y sólido de crecimiento, a pesar de los constantes ciclos económicos. La sola estabilidad macroeconómica y la libertad de acción de los mercados no provocan la generación de riqueza. La inversión requiere de ahorro y éste se puede generar cuando la población tiene un excedente para separar parte de su ingreso, una sociedad pobre no ahorra. Se requiere, además, de muchas otras condiciones de estabilidad y seguridad económicas y de un marco institucional que funcione. La experiencia muestra que una economía puede generar más riqueza cuando está articulada en sus sectores productivos y en su territorio, lo que va en dirección contraria al esquema de exportaciones que se ha ido creando. El empleo que se genera con este patrón de crecimiento es insuficiente y muy vulnerable, pues no surge de la articulación que puede darle una mayor resistencia. En fin, el crecimiento tiene que ver con la base de sostén que da un mercado interno mejor estructurado y con una fuerza motriz autónoma.

El asunto del papel del mercado interno en la economía nacional no es una cuestión de gustos o de opciones ideológicas, sino de la forma misma en que opera el sistema económico y las pautas de la acumulación. No deberían confundirse las condiciones que enmarcan la producción, con aquellas que hacen posible que ellas se reproduzcan. Sin mercado interno se puede aumentar el producto vinculado a las exportaciones, pero no necesariamente se sostienen las bases de la reproducción de las empresas, del empleo y del ingreso.

El lento crecimiento de largo plazo de la economía mexicana, que abarca ya dos décadas, debería ser el signo más claro para el replanteamiento de la política económica. Se tomaron malas decisiones en los campos de la producción, de las inversiones y del uso de los recursos públicos para salvar negocios privados se fueron a la quiebra, se apostó mal a escala nacional en el modelo de crecimiento y en la estrategia de los estados que dieron todo por las maquiladoras. La insistencia en que este modelo está bien y que lo mejor incluso ante la actual recesión es no hacer nada, la insistencia en que la globalización impone tantas restricciones que justifican la pasividad y el acomodo acrítico a las fuerzas dominantes del mercado, es un síntoma muy visible de desgaste político, de falta de imaginación y de compromiso que nos hará llegar tarde otra vez y cuando cualquier ajuste será necesariamente más caro.