LUNES Ť 15 Ť OCTUBRE Ť 2001

Ť Los jinetes del Apocalipsis en la fiesta del espíritu

Aun en la destrucción puede existir la belleza trascendente

Ť La Stalker Theater Company de Australia busca mediante su labor la exploración del inconsciente humano: Clarkson

ANGEL VARGAS ENVIADO

stalker_theatreGuanajuato, Gto., 14 de octubre. Los cuatro jinetes del Apocalipsis aparecen en medio de la noche y se descubren con movimientos que transitan entre el ballet y la acrobacia. Son sumamente altos y atléticos, de gesto adusto y mirada gélida. Sus voces y alaridos se confunden con las percusiones del tambor y los platillos. Es como un baile de máscaras, un pequeño carnaval de gráciles y asombrosas imágenes.

Llegan por los empedrados de las calles aledañas a la plazuela de San Fernando. Por la estridencia del ruido y el alboroto que producen parecen ser, en realidad, un ejército. La multitud, expectante, parece no advertir que una profecía bíblica comienza a cumplirse, la del Armageddón, en pleno centro del Bajío. El fin del mundo y las eras ha iniciado.

La Stalker Theater Company se ha propuesto demostrar con el montaje de Four riders (Los cuatro jinetes) cómo "aun en la destrucción puede existir una belleza trascendente".

Porque, según el director de la compañía australiana, David Clarkson, si alguien se acerca a la oscuridad con imaginación necesariamente encuentra algo hermoso.

"El nuestro es un teatro que busca hacer conocido lo desconocido, que el universo inconsciente se revele. Cuando buscamos la manera de hacer una obra de arte desde la perspectiva del teatro nos valemos ante todo del instinto, porque aquí la razón no cabe. La misión del teatro, al final, es explorar el inconsciente humano".

La gente los persigue en ese deambular de un lugar a otro. Los tamborazos no logran superar el Ojalá, de Silvio Rodríguez, que se escucha de un trovador de un restaurante cercano. Los cuatro jinetes se posesionan del centro de la plazuela y comienzan una especie de coreografía moderna, muy a la Broadway, donde el error no tiene cabida.

Los cuatro actores, dos mujeres y dos hombres -los jinetes-, muestran un derroche de equilibrio y de fuerza física. El público los ovaciona ensordecedoramente cuando se dejan caer al suelo y, sin ninguna ayuda, vuelven a levantarse para galopar, furiosos, para acabar con la humanidad pecadora.

La música proviene de un sintetizador y de una batería. Son sonidos embelesantes, embriagadores, los que realzan las acciones que se representan sobre la explanada callejera, en una danza de luces que trastoca también los sentidos.

madeleine_samiLa historia está inspirada en un grabado de Alberto Durero y los actores, montados en zancos de casi dos metros, desarrollan un sinfín de movimientos y evoluciones que sorprenden y provocan anímicamente a los espectadores.

"Queremos hacer poesía y expresar estados de ánimo, aunque narrativamente no sea lógico. Los ambientes y las sensaciones siempre cautivan, atrapan", explica Clarkson.

"Los zancos nos permiten trabajar en espacios abiertos. Es un gusto muy particular ése, por eso optamos por conformarnos como una compañía de teatro callejero. Los espacios cerrados les pertenecen solamente a los actores, los abiertos, a casi todo el mundo".

Nadie parece advertir que el mundo ha sido exterminado con el último actor que sucumbe por el filo de una lanza y con el fondo ensordecer de la batería y el sintetizador a todo volumen.

Los aplausos y las ovaciones se desgranan como antes lo hicieron un sinfín de piruetas asombrosas. Los actores-jinetes, extenuados y sudorosos, agradecen con reverencias y se aprestan a su camerino para descansar, en su última presentación cervantina. Este domingo deben viajar a la ciudad de México para montar su obra en el Festival Arte 01, el lunes y el martes.

"Nuestro trabajo es muy físico, como lo es el teatro y la danza, en general en Australia", abunda Clarkson. "Nos gusta hacer yoga y ejercicios que nos vigoricen. No lo ocultamos, cada vez que no es posible le rendimos homenaje al cuerpo".

Desdoblamiento múltiple de personalidades

Con sus 21 años, la actriz Madeleine Sami se apoderó de la admiración del 29 festival Cervantino gracias a la sorprendente interpretación de nueve personajes en la obra Número dos, de Toa Fraser.

De Nueva Zelanda, la joven artista cautivó al público que asistió al Teatro Cervantes por la credibilidad que logra en su constante transformación dentro del montaje.

Lo mismo una anciana que un niño, diversas mujeres y un gañán, Sami se desdobla en diversos personajes para contar el último día de una dama que decide legar su herencia y toda la ambición que ello despierta entre los posibles beneficiarios. La ovación en su primera de dos presentaciones cervantinas, ocurrida ayer, es indescriptible.