LUNES Ť 15 Ť OCTUBRE Ť 2001

Ť Lluvia de claveles rojos en casi tres horas de concierto de El Divo de Linares

Raphael en el Metropólitan: del drama a la comedia y de la balada al rap

Ť Comenzó con Maldito duende, de Enrique Bumbury, tema que da título a su más reciente disco y se despidió con Yo soy aquél Ť Concluirá gira por México el 24 de noviembre

ARTURO CRUZ BARCENAS

Sobre las columnas clásicas, el espectro de Raphael agitaba las manos, hacía poses que por famosas se reconocen en el mundo. La luz marcaba su figura, su sombra, a un lado del candelabro, de las musas del arte, del querubín que toca la flauta. Llovía afuera del teatro Metropólitan, pero adentro una especie de pertinaz llovizna caía en el escenario: cientos de claveles rojos que las admiradoras del cantante español le lanzaron en cada interpretación, la noche del sábado pasado, en la primera de sus presentaciones de una gira por la República Mexicana que concluirá en el mismo foro el 24 de noviembre.

Desde finales de los sesenta del siglo pasado, Raphael creó un estilo en la interpretación de la balada, género que hoy está en crisis y que es sobrexplotado a nivel de cover. En él, cada canción es actuada, es un happening de unos tres minutos. Muchos creen que este artista es un viejo decrépito, pero no. Lo que ocurre es que comenzó joven, a los 14 años, "de la niñez pasé a la garganta", canta en una de sus varias piezas en la que define lo que él es, en breviarios. Sus años mozos los vivió en escenarios, en estudios de grabación, tal como lo relata en el primer tomo de su biografía Y mañana qué, distribuida en 1998.

Destaca su derecho a ser él

rafaiEn 2002 dará a conocer el segundo volumen de ese repaso escrito de su vida (serán cuatro, ha explicado). Subraya su derecho a ser él y a que lo dejen en paz. Su postura la lleva hasta la impertinencia, la intolerancia. Es un divo al ciento por ciento. No en el sentido peyorativo del término. Hoy un divo (a) es un (a) mamón (a), pues la industria del show-bussines crea falsos ídolos.

Raphael es El Divo de Linares, y lo mismo ruega ordenando que ya no le tomen fotos que en las ruedas de prensa clama que le pregunten más los inhibidos reporteros. Pero sus seguidores por décadas todo le perdonan y hasta le aplauden sus desplantes. "¿Qué le importa a la gente? ¿Qué sabe nadie de nadie? ¿Qué sabe la gente de mí?", gritó-cantó la noche del sábado, cuando ya tenía al público en la bolsa. Para Raphael un cantante no debe ser un pelele. Un artista domina a su público, a quien puede esclavizar. Rechazó los ramos que algunas bellezas maduras le quisieron dar. Sólo recibió uno; dio las gracias. Para él, suficiente. Otra dama de plano le arrojó lo más cerca que pudo el arreglo floral, a sus pies.

Lleva casi 40 años de dominar a esa masa amorfa que exige diversión. No le da concesiones, pero tampoco -justicia, equidad de artista- se las da a sí mismo. Fuerza su garganta al máximo. De repente se le va la cuadratura, pero sus músicos y el juego de luces, la atmósfera escenográfica, su mirada segura, aguda, más un tono mordaz permanente, salvan la situación.

Un tipo divertido

Comenzó con Maldito duende, de Enrique Bumbury, ex Héroe del Silencio, tema que da título a su nuevo disco, el 91 de su trayectoria. "¡Qué tipo tan divertido!", dijo un joven. Ese es el fin actual de Raphael: llegar a las nuevas generaciones. El eslogan del concierto del sábado anunciaba un recital antológico. Eso fue una exageración, corroborada por el propio cantante al informar que "son tantas canciones... unas mil 600". Habría que hacer una teoría de conjuntos para decantar una selección objetiva. Costumbres... "viejas costumbres"; Somos; Desde aquel día; Esta noche, el tema de la depresión absoluta, de la soledad universal, de la dependencia sentimental, flaubertiana; la insinuante Provocación; Qué tal te va sin mí, a la que añadió un silbidito burlón, del amante que se sabe insustituible.

En sus interpretaciones los dramas pueden acabar en comedia. En varias ocasiones, al finalizar un tema, hace que se va, para retomar el micrófono, al que clava la vista, pues ha sido convertido en fetiche, en el medio para hablarle a la compañera lejana, casi perdida en las vicisitudes de la vida.

Cantando dice que sigue actual y con un intro de Coqueta de The Beatles, en un tono de go-go, baila con pleno carácter Estuve enamorado. Luego hará algo parecido con la onda disco, a la que tampoco fue ajeno. Se reafirma con Yo sigo siendo aquél, Acuarela del río. Se revienta un rap, creando ahora un nuevo género: la balada rapera, con Escándalo. Se va, pero lo regresa una solicitud colectiva. Canta Ave María, el rencuentro de un alma noble y pura ante la Virgen, a la que el personaje ha robado flores, una vez más, para colocarlas en el altar. Raphael lleva la interpretación a lo óptimo: un haz santifica la letra y la melodía.

Tras dos horas y media de concierto se va con Yo soy aquél; es decir, el mismo artista que gustaba a las secretarias y a las madrinas de los alumnos de sexto año en los setenta del siglo pasado.