miercoles Ť 17 Ť octubre Ť 2001
Luis Linares Zapata
La moral, lo legal y lo propio
Levantar juicios morales condenatorios contra el liderazgo estadunidense por su espíritu guerrero parece ya más un desahogo colectivo que crítica fundada. Hacer escarnio de Bush, su presidente, para muchos espurio, tonto e ignorante y que no desperdicia oportunidad para relegirse martirizando afganos miserables es asunto, por ahora, de trato común y corriente. Poner en la picota conceptual e histórica la política exterior yanqui por sus desalmados modos de sacar ventajas indebidas, sojuzgar, explotar al mundo, aparece como un lugar revisitado en la literatura de estos aterrados tiempos. Poner al descubierto las conveniencias económicas de adueñarse de esa vasta región del centro asiático, rica en petróleo y gas, es misión de muchos para llamar la atención sobre lo que se juzga una verdadera llaga occidental: el insaciable afán de lucro del imperio que no titubea en arriesgar la paz del resto del mundo por saciar su apetito de riqueza. Se trata, alegan otros, de justificar los arrestos asesinos de una sociedad corrupta con la excusa de hacer justicia y buscar, en el lugar donde se encuentre, al terrorista por excelencia de los días de la posmodernidad marcados por la debacle de las Torres Gemelas.
La andanada de cañonazos que lanzan EU y su aliada, la pérfida Albión, sobre los indefensos afganos no es más que, sostienen otros iracundos, el descarado juego de poder de la elite política mundial que trata de someter bajo sus designios al resto de la humanidad mediante el desembozado terrorismo de Estado. La acción contestataria, por consiguiente y a manera de conclusión derivada, debe centrarse en resaltar las muertes "casuales", la ausencia de derecho, la provocación subsecuente al posterrorismo, la miseria circundante con su cauda de hambre y sufrimiento en esa tierra, ya devastada por años de aislamiento noticioso y luchas fratricidas por el poder local, que antes de ello apenas ocupaba pequeños recuadros de los diarios del "mundo civilizado".
Es difícil encontrar, en las comunicaciones y análisis de la actualidad, argumentos que se centren en los sentimientos y en los intereses de los nutridos grupos de mexicanos que residen en EU y los de aquellos -otros tantos más de millones de conciudadanos- habitantes del México marginal, que de ellos dependen, y que habrán de aumentar sus limitaciones y penas al menguar sus remesas. Las tribulaciones por las que están pasando los emigrantes que desean perseguir el sueño americano, porque les da resultados inmediatos e inmejorables, se acrecientan, con preocupación a flor de piel, ante las indecisiones y aun el rechazo para entender y colaborar con las acciones de represalia del pueblo estadunidense. Piensan, esos emigrados, muchos de ellos irregulares, que la crítica de amplios sectores que se expresa en distintos medios políticos, religiosos, académicos, sociales o empresariales del país, les condicionan sus oportunidades para llevar una vida normal dentro de las distintas comunidades donde se mueven. A la discriminación que ya padecen se añaden ahora el rencor, el rechazo y hasta el ninguneo que traslucen las posturas que les llegan desde su frontera del sur. Tampoco se escuchan aquí, con la frecuencia debida, la solidaridad que debía conocerse con aquellos mexicanos, miles quizá, que se han enrolado en el ejército de EU como medio para integrarse a esa sociedad; o la humana e interesada consideración para con los centroamericanos que han entrado al tobogán de las tragedias colectivas, mucho debido a los sucesos de septiembre 11. Similar silencio se nota para con los argumentos que aportan los organismos multilaterales, ciertos líderes reconocidos por sus aportaciones o también asociaciones de países, cuando han respaldado, sin titubeos y apelando al derecho, la política estadunidense. Las resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU forman ya, a juicio de expertos en asuntos internacionales, un cuerpo de jurisprudencia que legitima las represalias contra aquellos regímenes que patrocinan o protegen a terroristas y obligan a los firmantes (México entre ellos) a tomarlas como propias. Habría que reparar también en los propios acuerdos de la asociación de países árabes que ven, en los actos de células fundamentalistas, una amenaza contra ellos mismos y por eso aportan su decidida colaboración (bases militares y hasta sangre) a la lucha emprendida y liderada por EU. Haber tenido que construir y sostener una alianza, casi mundial, para castigar el terrorismo es una ruta política penosa que ejercerá restricciones severas sobre las acciones unilaterales, que bien podrían haberse ejecutado de todos modos. A pesar de que las solicitudes a los medios de comunicación (tv principalmente) de tomar conciencia adicional sobre sus transmisiones han sido tomadas como mordazas, o llana censura, es prudente tener confianza en los complejos balances de poder, informáticos, en los códigos de conducta de editores y empresarios de medios o en las tradiciones y organismos de libertades civiles que conforman la sociedad estadunidense.