miercoles Ť 17 Ť octubre Ť 2001
Carlos Martínez García
Diversas formas de laicismo
Laico y laicismo son de esos conceptos cuya construcción histórica escapa a las definiciones cerradas y atemporales. No es la misma laicidad, ni por las mismas razones sociales, la del Estado francés, la del estadunidense o la del mexicano. Sin embargo, el núcleo duro de la naturaleza laica del Estado es compartido en los casos anteriores, y otros que en el mundo contemporáneo han elegido la misma vía: la separación de las Iglesias, y su corpus doctrinal, en el ejercicio del poder político; la libertad de cultos y el alejamiento del sistema educativo público de las explicaciones religiosas para, en su lugar, incorporar la difusión del pensamiento científico.
En la sociedad mundial contemporánea, y en México, frente a la resurrección de los integrismos religiosos que niegan la diversidad en todos los órdenes, es necesario refrendar el laicismo como el mejor camino para que se relacionen la pluralidad de cosmovisiones y sus adeptos en la arena pública, en el espacio que le es común a todos(as). Por lo mismo me parece muy oportuno el Código laico que fue publicado en estas páginas (12/10/01), y que cuenta con el respaldo de la Academia Mexicana de Derechos Humanos, Acción Ciudadana por la Tolerancia, Debate Feminista, Grupo de Información en Reproducción Elegida, la Facultad de Psicología de la UNAM y decenas de organizaciones civiles y académicas. El desplegado brinda varios puntos para el análisis. Estoy de acuerdo con la mayor parte del pronunciamiento. Aquí llamo la atención a unas líneas del mismo que, me parece, debieran ser analizadas detenidamente por sus redactores. Se trata de la sección donde dice: "el adjetivo 'laico' indica un punto de vista, una posición, o una actitud que no se basa en creencias religiosas". No siempre es así, hay laicismos que sustentan su posición en desarrollos teológicos de una fe.
En el cristianismo, desde la Iglesia primitiva hasta nuestros días, existe una tensión entre la corriente laicista y la teocrática. La primera ha mantenido que la Iglesia cristiana se conforma por la adhesión voluntaria de hombres y mujeres, sostiene la imposibilidad de que una sociedad y su gobierno, por completo, puedan ser cristianos y regularse por unas enseñanzas que se han de practicar por propia iniciativa y no por coerción. Esta vertiente fue perdiendo terreno y recibió un golpe contundente en el siglo IV, cuando Constantino I El Grande se "convirtió" al cristianismo y éste fue adoptado como la fe imperial. Pero el remanente de la Iglesia de creyentes (no conformistas o libres como algunos estudiosos del tema les llaman) siguió presente en la cristiandad desafiando la simbiosis religión/poder político. Aun en el mismo siglo IV el donatismo (por Donato, obispo de Cartago) proclamaba la separación entre la Iglesia y el Estado. Ante la amenaza de cisma, San Agustín aprobó la represión de los donatistas y, tal vez sin desearlo, fortaleció el sector teocrático.
La corriente laica del cristianismo basa su posición en un entendimiento bíblico de la naturaleza de la Iglesia, que debe mantener una distancia ante los poderes temporales. Remite este entendimiento al mismo ministerio de Jesús, quien rechazó ser entronizado como rey de Israel. Fue esta comprensión la que llevó a los anabautistas pacifistas en el siglo XVI a confrontar a las Iglesias territoriales (católicas, luteranas, zwinglianas y calvinistas), recordándoles a unas y otras que era necesario mantener la separación entre los dos reinos, el secular y el de Cristo (la Iglesia como asociación voluntaria). Los reinos católicos y protestantes tenían pavor a la tolerancia religiosa porque, argumentaban, eso implicaba permitir que se practicara el error en sus territorios, con lo que se sembraría el caos y la división política. Mucho antes, y en un sentido más profundo que John Locke, el anabautista Hans Denck en su Comentario sobre Miqueas (1527) abogó por un Estado que permitiera la libertad de creencias a todos, incluso a los musulmanes: "tal seguridad va a existir en las cosas externas, y con la práctica del verdadero evangelio que permite que el otro -sea turco o pagano, creyendo lo que quiera- se traslade a otro lugar y viva en paz, pasando por su tierra y viviendo en ella, sometiéndose en obediencia al gobierno (a un gobierno respetuoso de la libertad de conciencia, CMG). ƑHay algo más que se pudiera desear? Me quedo con lo que el profeta dice aquí. Cada quien puede trasladarse en nombre de su dios. Es decir, nadie privará a otro -sea pagano, judío o cristiano- sino que permitirá que todos pasen por todos los territorios en nombre de su dios. Así podremos disfrutar de la paz que Dios da".
El recorrido histórico de lo que hemos llamado la corriente laica del cristianismo es largo y muy rico. Obviamente aquí no tenemos espacio para analizarlo, pero sí apuntamos que en las Iglesias libres el laicismo brota de convicciones teológicas (subrayo que el protestantismo asentado en México es el de la vertiente evangélica, que se identifica abrumadoramente con el modelo de la Iglesia de creyentes). Esto demuestra que algunas confesiones religiosas posibilitan en sus feligreses la adopción, sin incurrir en negaciones de su fe, de conductas laicas en la plaza pública que es la sociedad plural de nuestros días.
Lejos de esta posición se encuentran el integrismo católico y algunos protestantismos de corte constantiniano. Es el mismo caso del Islam, que desde su fundador no reconoce la separación de las esferas religiosa y secular. Mahoma fue tanto profeta religioso como dirigente político y militar.