JUEVES Ť18 Ť OCTUBRE Ť 2001

Michael KlareŤ

ƑEstaremos ante el atolladero de Bush?

Hasta ahora, la guerra estadunidense contra Bin Laden y el talibán sigue el detallado plan diseñado en las últimas semanas por la Casa Blanca y el Pentágono: primero, ataques aéreos y con misiles contra las escasas expresiones visibles del poder militar talibán, al que seguirán irrupciones tipo comando sobre los supuestos escondites terroristas. Lo que se desconoce, sin embargo, son los pasos subsecuentes. Mientras la mayoría de estadunidenses apoyaría una guerra relativamente breve para aplastar el régimen talibán y capturar a Bin Laden, hay signos de que el presidente Bush y sus asociados favorecerían un conflicto mucho más largo y elaborado -que conlleva todos los riesgos de volverse un pantano tipo Vietnam.

La probabilidad de que enfrentemos un conflicto de largo aliento fue puesta en el tapete de las discusiones por el propio presidente al anunciar los primeros ataques estadunidenses, el domingo 7 de octubre, en su discurso televisado. "Hoy nos enfocamos sobre Afganistán -dijo a la nación-, pero la batalla es más amplia." Cualquier nación que brinde ayuda o respaldo al terrorismo, sugirió, será también atacada por Estados Unidos.

La idea de una guerra continuada contra los grupos terroristas y contra aquellos Estados que apoyen el terrorismo ha sido punto constante en la retórica de la Casa Blanca. "Esta guerra no será como aquélla contra Irak hace diez años, que concluyó súbitamente con la liberación de un territorio", dijo Bush el 20 de septiembre en la sesión conjunta del Congreso. "Los estadunidenses debemos prepararnos no para una batalla, sino para una larga campaña, diferente a todo lo que hayamos visto."

ƑExactamente qué entraña un conflicto así? En este punto hemos escuchado muy poco, excepto alusiones e indirectas por parte del Departamento de Defensa. Si partimos de los movimientos de tropas estadunidenses que han trascendido al público, parece que el Pentágono se prepara para una extensa campaña en Afganistán, dirigida a derrocar el régimen talibán y para atacar toda cueva o refugio que pudieran mantener Bin Laden y sus asociados. Esto, a su vez, puede implicar la colaboración cercana con las fuerzas antitalibán de la Alianza del Norte, más el despliegue, por algún tiempo, de tropas terrestres estadunidenses en áreas alguna vez ocupadas por las fuerzas de Bin Laden.

Pero si hemos de tomar las aseveraciones de Bush por su valor nominal, éste es sólo el estadío número uno en la guerra contra el terrorismo. Los pasos siguientes, con toda probabilidad, incluirán incursiones a los campamentos terroristas en otros países, junto con ataques aéreos contra los Estados que se dice los respaldan.

Es imposible, en este momento, predecir cuáles grupos terroristas estarán en la mira de Estados Unidos. Los posibles candidatos incluyen al Hezbollah en Líbano, el Movimiento Islámico de Uzbekistán, la Jihad Islámica en Egipto, y a Abu Sayyef en Filipinas. Es también probable que Washington dé pasos hacia una guerra indirecta contra los grupos guerrilleros de Colombia.

En algunos casos, estos operativos podrían ser relativamente modestos, cooperando con las fuerzas del gobierno local para realizar incursiones de corto plazo con comandos. Pero otros pueden evolucionar hacia campañas mucho más prolongadas, con ataques aéreos múltiples y el despliegue de tropas terrestres. Dado que las organizaciones mencionadas operan en áreas remotas e inhóspitas, y han resistido repetidos ataques de las fuerzas gubernamentales locales, existe el peligro real de que las fuerzas estadunidenses se vean involucradas en costosos y prolongados conflictos como los que alguna vez enfrentaron en el sudeste asiático.

El presidente Bush ha hablado también de la necesidad de castigar a los gobiernos que albergan o respaldan a los terroristas, además del talibán. Aunque Bush se ha resistido a nombrar los gobiernos específicos en los que está pensando, no hay gran misterio en torno al blanco favorito de un ataque estadunidense: el régimen de Sadam Hussein en Irak. Desde el ataque del 11 de septiembre a Nueva York y Washington, los miembros del círculo interno del presidente cuelan insinuaciones de que su intención es irse contra Hussein y completar la asignatura que quedó pendiente tras la Guerra del Golfo de 1991.

Es muy probable que una nueva ronda de ataques al régimen iraquí implique ataques aéreos con misiles dirigidos contra los numerosos palacios y residencias de Hussein, y contra edificios clave del gobierno de Bagdad. Mucho de este despliegue se parecería a los primeros días de la Operación Tormenta del Desierto, pero es probable que desatara un mayor número de ataques a las instalaciones directamente vinculadas al dirigente iraquí y su círculo interno. Es de suponer que los ataques continuarían hasta que Hussein hubiera muerto o fuera derrocado.

Por supuesto, es posible que Hussein perezca en los primeros días de la campaña, lo que llevará a una rápida y decisiva victoria. Pero igual es factible que sobreviva y lance formas alternas de ataque contra las fuerzas estadunidenses y sus instalaciones. Esto, a su vez, instigaría al gobierno estadunidense a ordenar una campaña terrestre contra Irak.

Ambos escenarios -el de incursiones a los campamentos terroristas fuera de Afganistán o un ataque a gran escala en Irak- sin duda producirán numerosas bajas civiles y provocarán una nueva ola de protestas antiestadunidenses en el mundo islámico, desatando, tal vez, estallidos ulteriores de terrorismo.

Es imposible predecir cuál de estos resultados habrá de materializarse. Pero una cosa es clara: el presidente no ha fijado límite alguno en rango o duración a las operaciones militares estadunidenses. Por ahora, actúa con el respaldo del pueblo de Estados Unidos. Pero corre el riesgo de perder dicho apoyo si se embarca en una campaña interminable contra enemigos no identificados. Habiendo tantas vidas de por medio, es su deber ante el pueblo especificar sus intenciones e invitar a un debate público en torno a la estrategia más deseable.

Ť Profesor de Estudios para la Paz y la Seguridad Mundiales en la Universidad de Hampshire, en Amberts, Masachusetts, y autor del libro Resource wars: the new landscape of global conflict. (Las guerras por los recursos: el nuevo paisaje del conflicto global), Metropolitan Books.