JUEVES Ť 18 Ť OCTUBRE Ť 2001

Olga Harmony

Teatro en el Cervantino /I

La parte teatral del Festival Internacional Cervantino abrió con Shoot me in the heart (Dispárame al corazón) que la compañía británica Told by and idiot escenifica, basada en un cuento del argentino Julio Llinas. Los directores Hayley Carmichael y Paul Hunter cuentan una dolorosa historia de amor a base de trabajo actoral más que basada en palabras con un chispeante ritmo, pleno de momentos muy graciosos, a pesar del triste destino final que tendrá Leonora. Aún el misterioso acto de apalear a los gnomos -que tiene su sombrío eco en la premonición de la madre a la llegada del circo y el destino final de Carlota- se realiza sin mayor énfasis, con la misma levedad y elegancia con que está contada toda la historia. Las soluciones casi vertiginosas, la excelencia de los actores y los muchos momentos de gran comicidad hacen de este montaje algo muy disfrutable, muy tierno y emocionante, aunque no se trate de una propuesta mayor.

Del mucho más lejano, para nosotros, teatro de Lituania, el director Rimas Tuminas y el Pequeño Teatro Estatal de Vilnius traen dos de sus escenificaciones. Según entrevista con Angel Vargas, publicada en este diario, Tuminas busca la provocación intelectual ante un teatro que en su país, disgregada lo que fuera la URSS -sigue el director lituano- se ha convertido en algo ligero, olvidando a los grandes clásicos antes representados, muy probablemente -agrego yo- de una manera muy convencional. Es muy posible que por ello la manera de enfocar la escena de Rimas Tuminas ha revolucionado lo que se hace en su país. La vieja tradición rota ahora por un teatro sin sustancia, da el salto a nuevas formas teatrales que para nosotros, que hemos tenido otra historia teatral, ya no resultan tan nuevas, con ese juego acerca del texto, manierismos gratuitos, lo visual más destacado que lo dramático.

Esto no quiere decir que el teatro de Tuminas no sea propositivo, simplemente para quienes llevamos muchos años viendo transcurrir modas y vanguardias por los escenarios, no resulta tan novedoso. Mascarada, del poeta romántico ruso Mikhail Lermontov, tiene momentos muy interesantes y cambios muy bien resueltos, amén de un cierto tono irónico hacia los desplantes del héroe romántico que aquí aparece un tanto ridiculizado. Pero las gracejadas inútiles para la acción dramática, como es ese juego con el cuerpo del cadáver congelado o la aparición de un pez deliberadamente de utilería en el río Moyka, y otros detalles que nos recuerdan mucho de lo visto hace decenios realizado por nuestros directores innovadores. El excelente desempeño de los actores, capaces de lograr multitud de matices diferentes, y las muy buenas soluciones escénicas con momentos de plena teatralidad logran interesar aun a quienes no nos parece tan definitivamente provocador.

Por muchas razones, y no es la menor que se trata de una de las grandes tragedias shakespereanas, Ricardo III, escenificado por el mismo director y la misma compañía, aunque con diferente reparto salvo excepciones, resulta mucho más importante. Con una escenografía mínima (a base de espejos -sólo utilizados en los mejores momentos del montaje- y un columpio son silla de montar), debida al propio director, con el vestuario intemporal, más cercano a fines del siglo XIX aunque no sea realista, la tragedia del desagradable usurpador (y que no nos quieran decir que no era cruel) y asesino, se desenvuelve con altibajos, por la misma sensación de lo ya visto y conocido que produce su anterior escenificación. Grandes momentos como el de la boda, soluciones excelentes como la del fin de la guerra de las dos rosas, comparte el escenario con los viejos vanguardismos que ya poco nos agregan, como es que los lacayos del tirano, que hacen las veces de tramoya sean seres infernales con todo y rabo. De cualquier manera, es bueno conocer lo que se hace en países como Lituania en que se van redescubriendo los caminos de un teatro diferente a lo que, al parecer, se ha hecho desde hace decenios.