Ť Espectáculo de teatro callejero a cargo del grupo francés La Salamandra
En la penumbra de una plazuela de Guanajuato, nuevos prometeos indagan la poesía del fuego
Ť Los actores son al mismo tiempo acróbatas, danzantes, faquires... lo que sea
ANGEL VARGAS ENVIADO
Guanajuato, Gto., 17 de octubre. Lo que sucede en la plazuela de San Fernando es muy cercano a la Troya homérica o la Roma de Nerón. Nadie sabe a ciencia cierta si se trata de un rito o de un acto circense. Lo cierto es que el lugar arde, literalmente, sin importar el frío penetrante de la noche.
El miocardio es un pistón acelerado desde que el primer flamazo desgarró la oscuridad de la explanada y una docena de seres extravagantes comenzaron a bailar y hacer piruetas por los confines de ella, al embelesante ritmo del tambor y cantos guturales.
El grupo teatral La Salamandra, de Francia, parece no tener límite en su capacidad de despertar el asombro. Sus integrantes son una especie de nuevos prometeos que procuran descubrir todas las posibilidades lúdicas y poéticas del fuego, más que dominarlo.
''Lo que nos importa es actuar. Hemos creado un estilo peculiar en el que la emoción está dentro de la calle y la espectacularidad adquiere una personalidad per se''.
La Salamandra lleva al público no a una ceremonia ni a un ritual. Es sólo ''un performance, teatro de la calle'', que utiliza la oscuridad de la noche como lienzo y varios tipos de antorchas como pinceles.
Diversas pinturas abstractas se suceden unas a otras, mientras la sensación de peligro está latente. Son gimnastas, acróbatas, danzantes, tragafuegos, faquires, lo que sea, pero los actores logran lo que muy pocos: mantener a su merced a uno de los cuatro elementos naturales.
''El fuego es un espectáculo de primera clase, siempre sorprendente, porque tiene gran alegría y mucha humanidad'', explica Cesar Frade, uno de los protagonistas.
Sobre la explanada sopla el viento de manera violenta, un reto más que deben sortear los artistas europeos. Sus torsos desnudos, así como sus pies, son alcanzados frecuentemente por las llamas. Pero los actores parecen ser inmunes al dolor de las conflagraciones.
Llueve fuego; controlado, se extiende por todo el escenario. Es una coreografía similar a una erupción volcánica, que demanda concentración y destreza profundas de los ejecutantes.
Emotividad recíproca
Diversos signos y símbolos se suceden unos a otros tanto en la escenografía como en el desarrollo dramático, entre ellos, un gran círculo blanco de tiza pintado en el suelo, maquillaje que evoca a tribus autóctonas y vestidos renacentistas.
''Nuestras obras no admiten improvisación. Retomamos diferentes arquetipos y danzas de varios lugares del mundo. Cuando la primera flama aparece, el corazón late de manera apresurada. El público y nosotros compartimos un proceso de emotividad recíproca.
''El fuego y la música nos apartan del silencio. Los cantos suben, las percusiones progresivamente se desarrollan y, creo, se encuentran. La música es una comparación libre entre el cielo y la tierra. La frase es esencial, algo espiritual. Así son nuestros espectáculos, en general, un punto donde lo terrenal se encuentra con lo espiritual''.
El escenario callejero arde a plenitud, aunque muy lejos de ser un cuadro dantesco. El asombro ha llegado a su límite y el espectáculo termina.
La Salamandra debe reponerse para sus próximas funciones cervantinas, consecutivas todas las noches hasta el sábado próximo. Luego viajará a la ciudad de México para participar en el Festival Arte 01, el 22 y el 23 de octubre.