viernes Ť 19 Ť octubre Ť 2001

Gabriela Rodríguez

El fantasma del terrorismo y los migrantes

Que los flujos migratorios hacia Estados Unidos no se hayan reducido sustancialmente ni detectado un regreso importante de mexicanos indocumentados en las últimas semanas, a pesar del fantasma del terrorismo, confirma la extrema precariedad y las pocas esperanzas que tienen nuestros jóvenes para realizarse en su propio país.

No sabemos hasta dónde puedan cambiar hoy las condiciones que abriera el presidente Fox para aterrizar en este año un acuerdo migratorio en el Congreso de Estados Unidos, pues ese avance se dio la semana anterior al martes negro de Nueva York. En tal ocasión, además de hacer un reconocimiento al esfuerzo de quienes logran salir adelante por su cuenta y riesgo en "el otro lado", se habló del gran ingreso de divisas que generan los emigrantes y los beneficios de su regularización para permitirles continuar contribuyendo a "esta gran nación". Se refiere obviamente a Estados Unidos, porque la nación mexicana no es tan grande como para que con los dólares que envían los indocumentados se supere el fracaso agrario y se evite que los jóvenes campesinos y los excluidos de los proyectos nacionales sigan fincando sus esperanzas futuras allá, en "el otro lado".

Aunque no todos los emigrantes parten de comunidades rurales, es un hecho que en estas poblaciones el impacto simbólico de la migración en la vida familiar y de pareja cobra sentidos particulares. El cambio de valor de las tierras ligado al fracaso agrario refuerza la dependencia económica de estas comunidades y erosiona el sistema patriarcal, toda vez que se fortalece la autonomía económica de los jóvenes y de las mujeres. Migrar es una alternativa de ascenso social, muchas veces más valorada que los estudios secundarios o superiores, y además da oportunidad a los jóvenes de generar sus ingresos, ser más autónomos y verse menos sujetos a las normas familiares y comunitarias. Las necesidades favorecen también la incorporación de las mujeres al mercado de trabajo y a emigrar, con lo cual ellas adquieren mayor responsabilidad y al mismo tiempo generan condiciones para una autonomía que a mediano plazo se concreta en mayor control sobre sus vidas y sus cuerpos.

El fenómeno de la migración internacional tiene gran influencia en las representaciones de la vida social, hasta convertirse en un referente cotidiano sin el cual no es posible entender la vida en gran cantidad de comunidades rurales, poblaciones donde todo se explica por el contraste entre "el allá" y "el acá"; se trata de dos espacios y dos mundos imaginarios: Estados Unidos y "mi pueblo".

Vivir en Estados Unidos es vivir en "una jaula de oro", metáfora a la que recurren los campesinos para expresar la gran paradoja que está en el fondo de la migración, el reflejo de una discrepancia de status grave: sentimientos ambientales que se debaten entre la ilusión de ir y el desengaño al llegar, el confort del otro lado y la nostalgia del lugar de origen, la prisión de "allá" y la libertad de "acá". "Allá" viven mejor, tienen mejores condiciones económicas, pero se la pasan encerrados, son discriminados, explotados y maltratados; "acá" "van de pobrezas a pobrezas", pero tienen libertad de movimiento y gran prestigio social; los migrantes son los triunfadores, los que traen dinero, novedades, anécdotas de otros mundos.

La situación económica de las esposas que se quedan mejora con los dólares que reciben del "otro lado" y al mismo tiempo ganan libertad. Los maridos mexicanos son muy celosos, exigen atenciones constantes y controlan los movimientos de sus mujeres, así que cuando ellos se van fuera, la vida cotidiana de ellas cambia sustancialmente y baja su carga de trabajo doméstico. Pero si las mujeres casadas ganan libertad, en el caso de las jóvenes que se les va el novio "al otro lado" ocurre lo contrario. Por lo general se acuerda continuar la relación y ellos suelen prometer que volverán para pedirlas o llevárselas. Mientras, son vigiladas por los parientes y amigos del novio, quien suele amenazarla con dejarla si sabe que sale con otro, así que la está checando informándose por teléfono o por carta si es que no ha salido con nadie; muchas veces de los movimientos y libertades sexuales que se permiten las jóvenes, depende la posibilidad de conocer Estados Unidos, casarse con un buen partido y acceder a los recursos económicos de los migrantes.

Además, la fuerza transformadora que representa pisar otras tierras y mirar la propia desde un ángulo lejano desencadena procesos reflexivos inéditos entre campesinos y campesinas. En "el otro lado" los hombres tienen que realizar trabajo doméstico cuando no hay mujeres en el hogar o cuando sus compañeras tienen que acudir a trabajar; las muchachas que han salido, ya sea a California u otras ciudades, tienen un criterio más abierto para juzgar, expresan mayores ambiciones hacia el estudio o el trabajo, y tienen mayor control sobre su ciclo de vida. Los que se van, se casan más tarde; quieren conocer la vida, disfrutar su juventud y ensayar; los que se quedan tienen menos capacidad de riesgo y de búsqueda, y un futuro con muy pocas esperanzas de mejoría.

Por eso no deja de sorprender que hoy, irse a Estados Unidos sea el mejor escenario futuro en el que se ven los jóvenes campesinos, hombres y mujeres, y es casi el único camino que visualizan las nuevas generaciones para mejorar. Las grandes ciudades son otro escenario posible o un paso intermedio antes de cruzar la frontera. Hoy constatamos que ni el fantasma del terrorismo detiene a los migrantes, pues salir es avanzar, arriesgarse para mejorar; quedarse es darse por vencidos y sobrevivir.