EL ATAQUE
Ť Uzbekistán, reacio a una ofensiva contra Afganistán desde su territorio
Diferencias entre Moscú y Tashkent por la región donde comenzará la invasión
Ť El presidente Islam Karimov, ex líder soviético, puso una base a disposición de Washington
Ť Invasión de más de 300 periodistas extranjeros en suelo uzbeko ante posible ataque terrestre
JUAN PABLO DUCH ENVIADO
Tashkent, 19 de octubre. La noticia de que pequeños grupos de fuerzas especiales estadunidenses actúan ya en Afganistán significa que cada día está más cerca el comienzo de la operación terrestre contra las milicias del régimen talibán, pero el gobierno de la república centroasiática de Uzbekistán, cla-ve para esta operación por su ubicación, sigue reacio a que los ataques se lancen desde su territorio.
Los más de 300 periodistas ex-tranjeros que hay aquí, toda una invasión de informadores frente a las 11 corresponsalías permanentes que funcionaban antes del co-mienzo de los bombardeos contra el vecino país, asediaron literalmente las dependencias gubernamentales de Uzbekistán este viernes, en busca de algún indicio o comentario oficial.
No los hubo, más allá de la reiteración rutinaria de la declaración gubernamental que fijó la posición de la ex república soviética respecto del conflicto, que deja un amplio margen para que sobre la marcha se vayan ajustando los "detalles" y que, por lo pronto, ya abrió las puertas a la presencia militar estadunidense con un número indeterminado de soldados de elite, estacionados en la base de Hanabad, contigua al aeropuerto homónimo que recibe todos los días aviones de transporte de la fuerza aérea de Estados Unidos para usarse en futuras "misiones humanitarias".
Las autoridades uzbekas apuestan por crear una falsa sensación de que la guerra tiene dos dimensiones: una real, junto a su frontera misma y que les preocupa mu-chísimo, y otra imaginaria, que inculca a la población a través de los medios de comunicación locales la idea de que el conflicto ar-mado es una situación que no ata-ñe a Uzbekistán, ausente casi por completo a toda información que sobrepase los límites de la versión gubernamental.
Temor a la "nueva guerra"
Sin embargo, como es comprensible, no hay persona que no hable de la guerra en el vecino Afganistán y, por encima del mensaje tranquilizador que quiere transmitir el gobierno, hay temores ciertos entre la gente.
Resulta como un juego, cuyas reglas todos respetan pero que finalmente pocos se creen: la aparente tranquilidad en las calles de Tashkent no parece serlo tanto a la luz del despliegue de vigilancia policial, notoria y sin duda complementaria a la labor que realizan los servicios de seguridad.
Desde el recorrido del aeropuerto a la ciudad, en plena madrugada, empiezan a formar parte del paisaje urbano los grupos de tres a cuatro uniformados que recorren calles, igual que la severa vigilancia que se observa en cualquier edificio gubernamental y las nu-merosas patrullas que detienen a cuanto vehículo les parece sospechoso para una escrupulosa revisión de documentos.
No es fácil saber hasta qué punto las autoridades temen realmente una redición de los atentados de 1999, en las proximidades de la sede del gobierno y atribuidos a un grupo islámico radical, o es parte de una estrategia para re-cordarle a la gente que persiste un peligro latente y un enemigo claramente identificable.
En el tratamiento que hacen los medios locales de lo que ocurre en Afganistán ese es un aspecto que se machaca con insistencia.
Esta misma noche el canal de la televisión local estrenó, primero en uzbeko y luego en ruso, un nuevo documental que fustiga el fundamentalismo islámico, calificándolo de principal amenaza pa-ra Uzbekistán.
Es éste, en palabras de sus propios dirigentes, un país que aspira a ser una isla de estabilidad con orden severo y cuyo gobierno no oculta, más bien justifica, como respuesta a la "expansión de ideas ajenas y violentas" la represión de todo tipo de oposición política, en primer término la de los grupos islámicos radicales, la censura en los medios de comunicación y la supresión de "ciertas" libertades.
El presidente uzbeko, Islam Ka-rimov, antiguo primer secretario del Partido Comunista de Uzbekistán en los tiempos de Mijail Gorbachov e invariable jefe de Estado durante ya más de 10 años, suele responder a las críticas sobre su autoritarismo con el ejemplo de lo ocurrido en el también vecino Tadjikistán, donde los radicales islámicos trataron de derrocar al gobierno y ello derivó en una guerra civil, en 1991-1992, que tuvo como resultado 180 mil muertos y un país arruinado.
Primordial, un acuerdo político
Es claro, en este contexto, que los métodos tradicionales de periodismo aquí no son aplicables y la información tiene que recabarse en conversaciones en corto, no po-cas veces con elevado riesgo para el funcionario que acepta hablar con el enviado de un medio ex-tranjero, a título personal siempre, y tampoco son raros los casos en que no ayuda ni la más enfática recomendación que cada uno procura traer en su agenda.
En este sentido, La Jornada pu-do conversar este viernes tanto con funcionarios del gobierno uz-beko como con militantes de la oposición afgana aquí, del entorno del general Rashid Dostum, de origen uzbeko, uno de los líderes de la Alianza del Norte, cuya presencia en territorio de Uzbekistán no es reconocida públicamente.
Llama la atención una coincidencia significativa: unos y otros consideran que el verdadero problema de fondo en Afganistán no es liquidar al régimen de los integristas talibán, sino que ello no suceda antes de que se alcance un acuerdo sobre la futura composición del gobierno afgano.
Es la clave que puede evitar una prolongación de la guerra civil que lleva ya 22 años y que por el momento no se ha podido resolver, por las divisiones internas de la Alianza, por los menos en cinco grandes facciones, cada una de las cuales se orienta o busca apoyos en el exterior.
Lo más difícil, aseguran, es que el futuro gobierno de Afganistán, aunque termine por ser encabezado por un pashtún, como correspondería al grupo étnico más nu-meroso del país, no excluya a re-presentantes de las minorías, entre ellas la uzbeka, por supuesto.
El general Dostum, de obvia preferencia para Tashkent, no aspiraría a un liderazgo nacional y se conformaría con ser amo y se-ñor de las regiones adyacentes a la frontera con Uzbekistán, como de hecho lo fue hasta 1996, en que fue traicionado por el hombre de su mayor confianza, quien entregó la ciudad de Mazar-e-Sharif, capital de dicha región, al talibán.
Tienen también una gran diferencia. Los funcionarios uzbekos consideran que no sería "prudente" que las tropas de Estados Unidos entren a Afganistán por su frontera; en cambio, la gente de Dostum cree que ello ayudaría a finiquitar la ofensiva para la toma de Mazar-e-Sharif, empantanada desde que la milicia talibán logró recuperar el aeropuerto que ya estaba en manos de la oposición armada afgana.
Lo curioso es que los uzbekos de ambos lados de la frontera admiten necesitar que Mazar-e-Sharif sea liberado cuanto antes, así como toda la parte noroccidental de Afganistán. Creen que ello daría un vuelco a la operación Libertad Duradera y sólo entonces podría empezar la operación terrestre en gran escala.
Porque, de este modo y sin usar para esos fines Uzbekistán, Estados Unidos tendría un amplio espacio para crear la infraestructura necesaria -aeropuertos para aviones de combate y helicópteros, cuarteles para los soldados, hospitales, centros de comunicación, etcétera- en el territorio mismo de Afganistán.
Uzbekistán, en ese supuesto, no pondría reparos a abrir su frontera para que entre por tierra la ayuda humanitaria destinada a los refugiados afganos, toda vez que los lanzamientos desde aviones realizados hasta ahora -casualmente en las zonas del norte del país hubo, eso sí, abundantes cámaras de televisión extranjeras prestas para registrar el histórico momento- rara vez han cumplido su cometido.
La mayoría de las veces acaban en manos de criminales armados que venden los alimentos en los bazares locales, caen en despeñaderos y otros lugares inaccesibles o son requisados por el gobierno talibán que los quema, después de hacerles creer a los hambrientos lugareños que los "infieles" quieren envenenarlos.
Repartir la ayuda humanitaria por tierra sería más efectivo, estiman los uzbekos, siempre y cuando cada paquete siga incluyendo como hasta la fecha un radio de transistores para intensificar la labor de propaganda entre la población afgana, aspecto al que el gobierno de Uzbekistán atribuye mu-cha importancia para evitar futuros resentimientos y odios, los cuales serían mucho más acentuados de creer los pashtunes, ma-yoría entre los afganos y base actual del ré-gimen talibán, que sus vecinos permitieron que la operación terrestre empezara desde su territorio.
"Estados Unidos está muy lejos y tarde o temprano sus tropas regresarán a su país, mientras nosotros aquí estamos y, nos guste o no, seguiremos teniendo como vecino a Afganistán. Además, negarnos a que se utilice nuestro territorio para lanzar la operación terrestre nos da mayor margen para negociar con Estados Unidos y, en un mo-mento dado, nuestro gobierno podría cambiar de opinión si la situación lo compensa", explicó uno de los funcionarios que hablaron con La Jornada.
Hay otros motivos para que los uzbekos quieran que los estadunidenses comiencen la operación terrestre desde la parte noroccidental de Afganistán. Se comenta aquí que los primeros asesores militares estadunidenses aparecieron hace unos días en el cuartel general de Dostum, pero el dato no está confirmado.
Preocupa también a Tashkent que la ayu-da rusa se esté concentrando en la facción de Mohamed Fahim, volcado hacia la toma de Kabul, pero les preocupa más la insistencia de Rusia de que abra el puente de Termez para que pueda entrar la primera partida de tanques y otro armamento pesado, estimada por los uzbekos con un valor de 46 millones de dólares.
Por la difícil y montañosa frontera tadjika, ese armamento no puede ser ingresado a Afganistán.