INDIGNACION
Digna
Ochoa Plácido, defensora de los derechos humanos y abogada litigante,
fue encontrada muerta ayer --con disparos de arma de fuego en cabeza y
piernas-- en su despacho, ubicado en la colonia Roma de la ciudad de México.
Pese al hermetismo de la Procuraduría General de
Justicia del Distrito Federal sobre este indignante crimen, es posible
afirmar --por su trayectoria y la forma en que fue muerta-- que Digna Ochoa
fue víctima de un ajuste de cuentas directamente relacionado con
su labor como defensora de los derechos humanos, hecho que pone de relieve
la vigencia de redes de delincuentes altamente peligrosos en el país,
que siguen funcionando en complicidad con oscuras fuerzas políticas,
económicas y militares.
Como suele suceder en estos casos, el valor y determinación
con que Digna Ochoa enfrentó a miembros del Ejército, las
procuradu- rías o los servicios secretos, le costó el ser
sujeto de múltiples y sistemáticas agresiones.
La ola de amenazas en su contra se intensificó
tras haber puesto en evidencia en un careo a dos militares que torturaron
a dos campesinos ecologistas guerrerenses, y por su labor en el equipo
de defensa de los presuntos zapatistas encarcelados en 1995. Ante la falta
de garantías para su seguridad por parte del gobierno federal, tuvo
que dejar el país temporalmente; en 1999 fue secuestrada, y un mes
después asaltada con lujo de violencia en su domicilio.
A pesar de que en 1999 la Comisión Interamericana
de Derechos Humanos y la Corte Interamericana de Derechos Humanos de la
OEA emitieron una recomendación en la que urgían al Estado
mexicano a garantizar su seguridad, así como la de otros integrantes
del Centro de Derechos Humanos Miguel Agustín Pro, Digna Ochoa fue
asesinada en su despacho, a plena luz del día y sin contar con la
mínima protección por parte de las autoridades.
Desde ningún punto de vista este suceso debe minimizarse
o verse como un hecho aislado, porque se dio en un contexto de creciente
violencia en el país, en un clima de incertidumbre en todos los
ámbitos de la vida nacional, al tiempo que sobre las acciones urgentes
ha pesado más la retórica.
El crimen se inscribe en tiempos que ya presentan rasgos
de ingobernabilidad y en los que privan profundas diferencias entre el
Legislativo y el Ejecutivo y, para colmo, ya son más que manifiestas
las desavenencias entre los integrantes del primer círculo del gabinete.
Al margen de las investigaciones que tanto el gobierno
federal como el del Distrito Federal deben realizar para esclarecer y dar
con los autores del homicidio, es necesario que, de una vez por todas,
se definan las acciones necesarias para alcanzar una convivencia social
sana, que debe estar sobre los acuerdos económicos y financieros.
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