Guillermo Almeyra
La resistencia que comienza
Los atentados del 11 de septiembre no paralizaron, pero dificultaron la lucha contra la política de recesión y del aumento de la pobreza para la mayoría de la humanidad que se estaba librando a escala internacional, y cuya expresión más visible era el crecimiento del movimiento internacional que iba de Seattle a Génova pasando por Porto Alegre e iba a ocupar Washington. A poco más de un mes del comienzo de la guerra -o cruzada de Washington contra todo el mundo- ese movimiento retoma su camino.
En Estados Unidos, contra la corriente patriotera y xenófoba, en un ambiente de terror, los campus universitarios se unen en red para discutir cómo resistir la guerra y defender los derechos democráticos reducidos o amenazados, se suceden manifestaciones en Washington (15 mil personas), Chicago, San Francisco, y algunos sindicatos comienzan a oponerse a la guerra. Además de los países musulmanes, otros -europeos, latinoamericanos- ven cómo la oposición a la guerra se transforma en movilización contra los gobiernos locales: en Italia 250 mil -según los franciscanos- el domingo último en la marcha Perusa-Asís, 30 mil la semana anterior en Nápoles; decenas de miles en París, Roma, Londres, Berlín, Glasgow, La Habana y las ciudades suecas, más las movilizaciones y protestas de organizaciones sociales, como la Confederación General del Trabajo francesa, la Central de los Trabajadores Argentinos, la Central Unica de Trabajadores de Brasil, la Conaie (central unitaria de los indígenas de Ecuador) y muchas otras más que han repudiado, a la vez, el terrorismo de Estado estadunidense y el terrorismo ciego y provocador del otro fundamentalismo, el islámico. Lo más importante en todo esto es la reanudación del pensamiento crítico en Estados Unidos, que fue fundamental para acabar con la guerra de Vietnam y que puede hacer pagar muy cara esta guerra a los petroleros y armamentistas que gobiernan ese gran país, sobre todo si la recesión creciente da base popular y de masas al valiente sector minoritario que cree en la paz y en la democracia.
Por otra parte, el lavado de cerebro a través de la televisión, utilizada desde hace rato como arma de guerra, no podrá mantener su intensidad ante la testarudez de los hechos que empezarán a hacer pensar. Tampoco la grosería y brutalidad de los "argumentos" de los cruzados resistirán mucho tiempo las críticas que de todas partes -menos de los gobiernos, naturalmente- comienzan a lloverles a los gorilas que remolinean sus letales garrotes tecnológicos por sobre las cabezas de todos.
La hidra de dos cabezas amenaza hoy a la mayoría del género humano: la guerra mediante la cual el capital piensa, como siempre, destruir capital constante (bienes productivos) y masas gigantescas de capital variable (de gente que no puede utilizar) para salir así de la recesión, y también la miseria, agravada intolerablemente por ésta. Un programa común, que unifique en redes todas las resistencias -democráticas, pacifistas, económicas, sociales-, debe contener por lo tanto dos ejes esenciales. Ellos son, por un lado, la oposición a la guerra, la lucha por imponer a Washington el cese de sus aventuras y por hacerle pagar caro, en términos políticos, a quienes lo apoyan en ellas contra los intereses de sus pueblos y de la humanidad. Por el otro, la suspensión del pago de la deuda externa, para invertir esas sumas en el desarrollo del poder adquisitivo de las mayorías y, por ende, del mercado interno; la expropiación por el Estado de los capitales ilegalmente exportados; la recuperación de las palancas fundamentales de la economía nacional o vitales para el bienestar (como las industrias farmacéuticas); la puesta en práctica de planes creadores de empleo (obras públicas, servicios esenciales, promoción del campo y de la pequeña y mediana industria); la anulación de los gastos en armamentos para promover la educación, la sanidad y la investigación; la plena vigencia de la justicia (fin de la discriminación racial o social, de la corrupción, de la impunidad, limpieza en los organismos estatales).
La recesión y las nuevas penurias que ella trae aparejadas a nivel mundial harán que las resistencias de los desocupados y los excluidos aumenten. Pero esa resistencia podría esterilizarse en mil canales separados o llevar a explosiones sociales sin objetivo o incluso a la barbarie del terrorismo. Porque la desesperación y el odio son condiciones sine qua non de la alternativa, pero no suficientes, ya que se necesita además la esperanza de que esa alternativa sea posible. Esta se logra y afianza luchando por objetivos comunes, haciendo alianzas amplias y comprobando, en la lucha, que el enemigo puede ser vencido y que, además de protestar contra el sistema, hay que luchar en el campo cultural y práctico por convencer a las mayorías de que hay que crear otro realmente humano.