domingo Ť 21 Ť octubre Ť 2001
Rolando Cordera Campos
La palabra y la acción
En Valladolid, España, los mexicanos emplearon el lenguaje para comunicar angustias y convocar a la acción para la paz y el desarrollo. Miguel León Portilla nos recordó la importancia crucial de la palabra para impedir la violencia, mientras Carlos Fuentes habló de un mundo a la deriva, rumbo al desastre, sobre el que el propio mundo debe actuar pronto, sanando heridas profundas de pobreza y desigualdad y saliendo al paso de los fundamentalismos que dicen su nombre, pero también de los que lo esconden bajo el disfraz de cruzadas justicieras.
Por su parte, Carlos Slim se atrevió de nuevo a desafiar la sabiduría convencional que se empeña en ser pensamiento único, y planteó la necesidad y la conveniencia de encarar la recesión con acciones públicas, estatales, destinadas no tanto a evitar la caída, que es imposible, sino a suavizarla. Se trata de actuar, podría decirse, pero no de caer en fantasías económicas. Pragmatismo ilustrado, en lugar de la soberbia canónica que ha imperado en la conducción económica nacional por demasiado tiempo.
Keynes en Valladolid, comentó Raúl Trejo en su columna del viernes pasado (La Crónica, 19 de octubre, p.7). En rápida pero jugosa entrevista con Armando G. Tejeda en La Jornada (19 de octubre, p.16), el hombre de empresa perfiló más sus ideas sobre la economía y reiteró su convicción de que es el momento de poner en marcha la voluntad colectiva y organizada de la sociedad, a través del Estado, para evitar daños mayores a los que ya sufre el país como consecuencia de un declive productivo que el terror de septiembre y su secuela no han hecho sino agudizar y, aquí sí, globalizar.
Nadie se salva solo, menos en una economía internacional acentuadamente sincronizada. Mucho menos un país como el nuestro que apostó todo, o casi todo, a la exportación y dejó de lado la asignatura fundamental del mercado interno y su expansión en tiempos de apertura. Aquí, faltó apertura mental y sobró confianza en el mercado, y ahora somos reflejo y espejo inerme del ciclo internacional precipitado y orquestado por el de Estados Unidos, nuestra fuente principal de comercio e inversión foráneos. La falta de soportes productivos y de defensas y redes sociales protectoras debería desatar una deliberación sobre política económica que no se ha dado y que se puede volver a atascar si no acertamos a darle al verbo el lugar que le corresponde en estos tiempos oscuros.
La llamada de atención de Slim es importante y pertinente. Puede discutirse el recetario, pero no la argumentación central: es posible y obligado suavizar el descenso y en las crisis es erróneo hacer ajustes cuando lo que se requiere es crecer, o decrecer lo menos posible.
Devolver impuestos, en un país donde pocos los pagan, puede no ser la mejor de las medidas a adoptar. Lo más probable es que los grupos que se beneficiarían de tal decisión no canalizaran sus recursos extra al consumo o la inversión que mejor pueden amortiguar el receso, que en nuestro caso va a ser más bien estancamiento o crecimiento negativo. Lo que se requiere es gasto para la infraestructura y empleo para los desocupados y subocupados de la base social, quienes sí destinarían de inmediato los ingresos adicionales al consumo esencial, donde está también la planta productiva que puede aumentar la ocupación y la producción sin recurrir a las importaciones excesivas ni presionar los precios demasiado.
Keynes renovado o redivivo, pero Keynes al fin. Vendrán los regaños de los guardianes del bien pensar que todavía se creen los dueños de la verdad. Pero la palabra está en la cancha de quienes prefieren arriesgar en la acción, en vez de gozar de las seguridades pírricas de la contemplación resignada.
No es una vuelta al pasado lo que Slim o Carlos Fuentes proponen. Keynes, lo sabemos bien, produjo un conocimiento y unas políticas para enfrentar la crisis y poner en movimiento la máquina económica. Se trata de acción inmediata y no de una estrategia de desarrollo, que el país tiene que diseñar cuanto antes, si en verdad quiere aprovechar por fin una sintonía con el mundo que hasta ahora le ha traído sobre todo descalabros económicos y sociales. Pero no habrá desarrollo en medio del hielo, en una sociedad petrificada por el desempleo y la informalidad marginal.
La palabra en vez y por encima de la violencia. Esperemos que no se vuelva a incurrir en el mal uso del lenguaje y descompongamos, por el exceso verbal y el celo de una ortodoxia ridícula, una deliberación que urge iniciar antes de que se apodere del país el reumatismo económico y social, del que luego se sale siempre contrahecho.