DOMINGO Ť 21 Ť OCTUBRE Ť 2001
Ť Bárbara Jacobs
Nietzsche y Pavese
Son tantas las impresiones que podría retomar de La inmensa soledad, de Frédéric Pajak (Hautes-sur-Seine, 1955), y recrearlas para compartirlas, que me paralizo. Entonces dejo pasar las horas y los días, con la esperanza de que la lectura se asiente y deposite en mí únicamente lo esencial. El problema está en que el libro sigue en ebullición completa dentro de mí, estado que me dificulta seleccionar lo insistente y, sin estar segura de lo que hago, tratarlo como si fuera lo fundamental.
Dice Pajak que no es la biografía de su tocayo Nietzsche, pero lo es; y que no es la de Cesare Pavese, pero también lo es. Y el autor sostiene que no es para nada su autobiografía: ni la historia, el esoterismo, la religión ni la arquitectura de la ciudad de Turín: como no lo es la presencia psiquiátrica en el Museo de antropología criminal, hecha de los archivos que el doctor Lombroso, tocayo de Pavese, recogió de las cárceles y los manicomios de Turín para clasificarlos antes de morir, en 1909: pero lo es.
La inmensa soledad es todo esto y más; lo es en los dibujos, de la autoría del propio Pajak, y en las innumerables citas de viajeros como Montaigne y Montesquieu; en las de pintores como De Chirico, cuya obra es su lectura particular de Nietzsche; en el retrato de Pavese que escribe Natalia Ginzburg de él, su amigo, del que se pregunta por qué, si Turín era su ciudad como no lo era de nadie más, escogió morir en ella, en un hotel de estación, en la forma en que lo habría hecho un extranjero.
Son las coincidencias; es el entrelazamiento y el entrecruzamiento de todo esto; es la superposición de todo sobre todo: la intuición de todo: la base de todo; el todo atravesado por todo, cruzado, soñado, aceptado y rechazado por todo; por todo; es esto, este todo, lo que constituye este libro, este interminable poema, esta ensoñación, como se refiere a su escritura ilustrada, a sus dibujos con pies de página, el propio Pajak; este paseo de la mano con los ''dos enfermos terminales de melancolía", Nietzsche y Pavese, dos atrapados por el sufrimiento, acorralados, orillados a haber sido niños tristes, en busca de un papá que los abandonó temprano porque murió joven, de muerte violenta; en fuga de una mamá, de una hermana: voraces, dominantes; detenidos, poetas incapacitados para mostrar lo que sentían, debido a una imposición, a un mandato implacable que los coaccionó a llorar en silencio, a dirigirse al pasto en vista de que mamá Pavese no entendía sus palabras. ''A mí no me escribas en ese tono", ordenó mamá Nietzsche, la víspera de que él, para alcanzar la libertad, franqueara la frontera y se volviera loco.
Había escrito su obra en Turín cuando, una noche, bajó de su buhardilla a pasear y, al ver cómo un cochero maltrataba a su propio caballo, Nietzsche se abalanzó al cuello del animal y lo besó llorando. Su casero lo rescató y lo condujo a su habitación, para que, en los días que siguieron, no se oyeran salir de ella sino gritos, acordes de piano enloquecidos, frases sin sentido en ningún idioma. El amigo que viajó a auxiliarlo declararía que habría sido mejor quitarle la vida que dejarlo encerrado en un asilo. ''Dame un poco de salud", pidió a uno de los médicos en el sanatorio.
Cómo no va el lector a identificarse con alguna de las tipologías psiquiátricas según Pajak, la mirada del melancólico, por ejemplo; o con alguno de los paisajes, la vía de tren desnuda, una calle desierta, la silla de Van Gogh revisitada, un túnel, una carretera, un barco de noche en el océano. O la ''Escalera sin palacio", según la describe el Presidente de Brosses (Charles de, escritor francés, 1709-1777, llamado Presidente de Brosses) para referirse a ''una de las más hermosas escaleras que hay en el mundo", la del Palazzo de Madama, a cuyo final ''no existen habitaciones", así que ''no busque nada más", se trata de ''una escalera sin palacio", en carta a Madame de Neuilly.
''Habrá otros días,/ habrá otras voces.../ Sonreirás muy sola./ Lo sabrán los gatos./ Y oirás palabras viejas,/ palabras cansadas y vanas/ como trajes ya olvidados/ de las fiestas de antaño", había escrito Pavese, bajo el título de 'The Cats Will Know. Cuando un camarero llama a la puerta del hotel en el que Pavese se alojaba y nadie contesta, entra a fuerza, y ve un gato que se desliza en el interior.