Ť Manolenta demostró a 45 mil personas en el Foro Sol la ironía de su sobrenombre
Eric Clapton transformó al blues-rock en cuento de hadas
Ť Sin estridencias ni aspavientos, ''echó el resto'' e interpretó sus más grandes éxitos
LUIS HERNANDEZ NAVARRO
Manolenta Clapton camina sin prisa rumbo al escenario y se sienta. Lo acompañan los cinco compañeros de su banda. Carga en las manos una guitarra acústica. Viste camisa azul, rompevientos y pantalón blanco. Son las diez de la noche y la silbatina de impaciencia ante la espera desaparece de las graderías. Sin preámbulo comienza a tocar una pieza instrumental de su último álbum, Reptile, y 45 mil personas se entregan. Al concluir da las gracias en español.
Tiene 56 años y cuatro décadas de hacer música, y se le notan esta noche en el Foro Sol. No gasta energía en aspavientos o coreografía pero hace alarde de técnica. Alejado de estridencias, se dedica a interpretar con gusto y oficio sus canciones. Nada en su presentación pretende aparecer como el paraíso o el nirvana, por más que algunos de sus seguidores sigan haciendo carteles en inglés que dicen "Clapton es dios", como lo hicieron sus fans ingleses en 1965. Pero la calidad de su producción no deja lugar a dudas: hace la diferencia.
Durante algunos minutos los espectadores, muchos de ellos serios cuarentones otoñalmente desinhibidos por una noche que debieron anhelar desde siempre para ver en vivo a Manolenta en México, discuten entre sí. El bando de los que quieren escuchar el concierto sentados pelea con quienes desean estar de pie o trepados en las sillas. Chiflidos, mentadas de madre, amenazas de aventar "el agua", papelazos definen la contienda. El triunfo por K.O. técnico pertenece a quienes corean el "sentados/sentados/sentados" para poder ver las dos grandes pantallas que muestran las imágenes de los artistas como si se tratara de un videoclip.
El mito de Clapton como el músico blanco inglés que toca como negro, inspirado por las desdichas y desventuras personales, se hizo presente de inmediato en la audición nocturna. El admirador de B.B. King, con quien grabó hace poco más de un año el disco Riding with the King, del que se ha vendido más de un millón de copias, es también admirado por él: "Trabajar con un verdadero genio ha sido una inspiración y puro gusto", dijo King de su experiencia musical con Clapton. Apenas en la segunda pieza, sin apuro alguno, comenzaron a salir de su guitarra los gentiles ?por utilizar el adjetivo de su viejo amigo George Harrison? acordes de un blues de los antiguos, de los que siempre ha abrevado y a los que invariablemente ha sido fiel, mientras cantaba Got you on my mind. Gracias, volvió a decir el artista ante los aplausos desbordados del público, pero ahora en su idioma.
Siguió el turno a ese homenaje fúnebre transformado en himno a la vida que es Tears in heaven. Y como sucede con los himnos, miles de personas se pusieron de pie en el Foro y comenzaron a cantar todos y cada uno de los versos de la canción, como si la hubieran entonado decenas de veces en los últimos años. Pero, también, cantaban como diciéndolo a ese hombre que estaba frente a ellos y que sabe ?como lo dice en esa misma pieza? que no pertenece al cielo, para muchos su ídolo, que estaban al tanto de su tragedia, que estaban con él, que lo acompañaban en su dolor.
La hora de la Stratocaster
Culminó entonces la primera parte de su show. Durante segundos el Foro Sol se oscureció mientras el músico se ponía de pie, dejaba atrás su guitarra acústica y empuñaba una Stratocaster color crema con pinturas a los lados, como lo hacía su carnal Jimi Hendrix. Manolenta se disponía a mostrar la ironía de su sobrenombre, la destreza, agilidad y rapidez de sus dedos, la habilidad para manejar el distorsionador, el dominio de su instrumento, la fusión de blues con rock.
Para ese entonces el frío de la noche obligaba a usar chamarra y en el cielo se asomaron algunas estrellas, aunque Clapton prefirió despojarse de su rompevientos y quedarse, literalmente, en mangas de camisa.
Comenzó una exhibición en la que el artista mostró su calidad sin buscar el alarido del público, aunque éste respondió, invariablemente, ovacionándolo, bailando y chiflando. Viejo lobo de mar, conocedor del campo de juego, se retiró de la cancha acústica adecuada para salones cerrados y se echó a navegar impulsado por las ondas de su guitarra eléctrica. Con ponderación, prescindió de tocar los largos solos con los que a menudo, en el mundo del rock, se identifica el virtuosismo. Hace apenas cuatro meses declaró a la revista Rolling Stone: "No puedo tocar ya solos demasiado largos sin aburrirme a mí mismo. Creo que es importante decir algo poderoso de manera concisa. Es algo que no podía conseguir cuando era un músico joven. Me movía el ego. Si creía que algo me salía bien lo repetía toda la noche".
Artista excepcional dentro de una generación de músicos talentosos, es un sobreviviente de sí mismo y de las fantasías de los sesenta. Fiel a su sendero y a sus raíces, las canciones de esta gira, iniciada en Inglaterra y que culminará en diciembre en Japón, son simultáneamente un recorrido por su trayectoria musical y su vida.
Amores y desamores, desdichas y encantamiento, heroína y alcoholismo, amistades y traiciones, raíces y razones, todas las historias de una vida privada que se ha hecho pública fluyen en sus acordes y estrofas con una vitalidad y fluidez inusitada. El mito de la energía creadora del artista surgida de su lucha contra las tinieblas retorna en cada una de sus rolas, al punto de que el enorme ejército de aficionados que lo sigue sabe distinguir la asociación que hay entre tragedia y música.
Sólo que el Clapton de esta noche está muy lejos de ser el músico de los jams de Blind Faith cuando, según él, "la única personalidad que tenía estaba en mis dedos. Podía tocarlo pero no decirlo. Cuando no teníamos una canción, sólo pensaba, vamos a darnos un pasón". El artista de esta noche, en cambio, es el que afirma querer "una carrera con dignidad, hacer grabaciones donde pueda decir: está terminada, está completa." Navega, sí, en las aguas de su creación entre el rock y el blues, pero no se engolosina con su sonido. Entrega a su audiencia productos terminados.
Dorothy y el mago de Oz
Manolenta es cuidadoso con su endiosamiento. Sus palabras sobre el asunto muestran más debilidad que fortaleza: "Fue un gran apoyo", le dice a Rolling Stone. Y añade: "me apoyó al darme la confianza para empujar hacia delante. Cuando dejé a los Yardbirds, a John Mayall y a Cream, tuve que tomar decisiones muy atemorizantes. Podría haberme quedado y seguir adelante. Pero me apoyé diciéndome: estoy haciendo la correcto".
Los dioses también se cansan y, dios o simple mortal, Clapton no es la excepción. La audición de esta noche mostró a un artista fatigado pero que, como los grandes deportistas, "echa el resto". Así lo reconoce él mismo al hablar de las maratónicas giras: "Me da indigestión. Me cansa", le dijo al periodista David Fricke en junio de este año.
Manolenta no ha parado de hacer música desde su inicio artístico en Richmond, un barrio del sur de Londres. No ha dejado de experimentar y producir, aun en contra de lo que parece ser un destino trágico en su vida personal. Remando contra la corriente de su éxito profesional y comercial (a veces más peligroso que todas las otras adversidades juntas), continúa cargando su propia sencillez. Y eso es lo que salió a mostrar en el Foro Sol a 45 mil desconocidos cercanos que lo tratan como si lo conocieran desde siempre.
Ya cerca del final tocó Layla y la multitud enloqueció nuevamente. Probablemente sólo Cocaine, Wonderful tonight, Hoochie coochie man y Lágrimas en el cielo provocaron una respuesta de esa magnitud en el auditorio. Este desgarrador canto al amor no correspondido, a la infidelidad y el engaño es, con mucho, uno de sus grandes éxitos. Esta noche en la ciudad de México lo interpretó con su sonido original, y no en la versión grabada para MTV. Clapton dijo "pusiste mi mundo de cabeza" y la gente le respondió: Layla, con una fuerza que debió llegar hasta la mismísima Pattie Boyd, la versión pop de una Madame Bovary de carne y hueso, inspiradora del arrebato fallido.
Al llegar el momento final, que no es el verdadero final, la gente lo ovacionó hasta hacerlo salir nuevamente al escenario. Regaló entonces una versión de Sunshine of your love capaz de levantar a los mismísimos difuntos de sus tumbas. Aprovechó además el momento para presentar a su banda: Steve Gadd, en los tambores; David Sancious y Greg Phillinganes, en los teclados; Andy Fairweather, en la guitarra, y Nathan Est, en el bajo.
Para finalizar, Clapton tomó nuevamente la guitarra acústica y, contra el viento, desafiando la gruexez de los gruesos, comenzó a tocar Somewhere over the rainbow, de la película El mago de Oz, la pieza interpretada por Judy Garland en su papel de Dorothy, cuando sueña un mundo mejor. Manolenta cuenta que la aprendió durante un reciente viaje al Caribe para probar "mi inteligencia musical", influido por la música que escuchaba cuando de joven iba al cine como chaperón de su tío y la novia de éste, y que la incluyó en el repertorio de la gira en contra de las quejas de su equipo de sonido. Las graderías marcaban el ritmo de la pieza prendiendo y apagando encendedores, a lo que Clapton respondió con una gran sonrisa
Y, así, sin más, como en un cuento de hadas y una evocación a un mundo mejor en tiempos de guerra terminó un concierto, aunque nunca haya aparecido en las pantallas del escenario la frase The end que anuncia los finales felices de los grandes filmes.