LUNES Ť 22 Ť OCTUBRE Ť 2001

Ť Robert Fisk

Puras promesasŤ

Colin Powell le dice al general pakistaní Musharraf que lo ayudará a resolver el problema de Cachemira. Tony Blair le ofrece a Yasser Arafat la visión de un Estado palestino. ƑHabremos de dar crédito a sus palabras? La historia nos muestra que las seguridades prometidas en tiempos de guerra no siempre son lo que parecen.

En 1915 T.E. Lawrence prometió la independencia de Arabia a cambio del respaldo de líderes como Sherif Husseyn.

En 1917, en una carta de Arthur Balfour dirigida a Lionel Rothschild, Gran Bretaña prometió una patria judía en Palestina.

En 1944 el presidente Roosevelt le aseguró al rey Ibn Saud que Estados Unidos no permitiría que los palestinos fueran despojados.

Entre 1979 y 1990 los presidentes Carter y Reagan prometieron ayudar a reconstruir Afganistán si los mujaidines expulsaban a los invasores soviéticos.

En 1991 el presidente Bush prometió "un oasis de paz" en Medio Oriente si los árabes apoyaban la Guerra del Golfo.

En 2001 Tony Blair le asegura a Yasser Arafat que Gran Bretaña se compromete a buscar "un Estado palestino viable" que incluya Jerusalén.

 

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Té en el jardín. Quizá sólo en el viejo imperio británico se prepara té negro con leche en la misma tetera hirviente, y se sirve con montones de azúcar en frágiles tazas.

La bugambilia estalla en púrpura y carmesí junto a la pared de ladrillo, mientras algunos mirlos agresivos se persiguen unos a otros sobre el césped recién cortado de mi hotel en Peshawar. Al final del caminito en que se encuentra está el pequeño cementerio británico donde hay lápidas que marcan el asesinato de los soldados del Raj en el siglo XIX, hombres de Surrey y Yorkshire masacrados por aquellos que fueran llamados ghazis, los afganos fundamentalistas de esa época, que con frecuencia entraban en batalla acompañados -y aquí cito al capitán Mannering, en la segunda guerra afgana- "por hombres religiosos llamados talibs".

En aquellos días hacíamos promesas. Una de ellas, apoyar a los gobiernos afganos si impedían la entrada de los rusos. Prometimos riqueza, comunicaciones y educación a nuestro imperio en India a cambio de su lealtad. Poco ha cambiado. Ayer -después de un largo día que se tornó atardecer sudoroso- los cazabombarderos pulsaron el cielo amarillo por encima de mi jardín, chorros supersónicos grises que se elevaban como halcones desde las poderosas pistas de Peshawar para internarse en las montañas de Afganistán. Sus motores de propulsión deben de haber vibrado por entre las osamentas inglesas que yacen en el cementerio al fondo del camino, igual que el fuego en el canal de Hardy alguna vez perturbó los restos mortales de Parson Thirdly. Y en la negra y enorme televisión de mi cuarto, la pantalla jaspeada y fragmentada fue la prueba de que la historia imperial no hace sino repetirse.

El general Colin Powell se colocó a la derecha del general Pervez Musharraf después de prometerle analizar seriamente el problema de las representaciones de Cachemira y Pashtu en la conformación de un futuro gobierno afgano. El general y secretario de Estado estadunidense, a quien ahora debemos llamar presidente de Pakistán, invirtió gran parte de su tiempo en charlar sobre el bombardeo nocturno con artillería por parte de otra vieja reliquia del imperio, el ejército de India. El general Musharraf deseaba una "breve" campaña contra Afganistán, el general Powell la firme promesa de un respaldo paquistaní a Estados Unidos en su "guerra al terror". Musharraf quería una solución al problema de Cachemira. Powell, jurando que Estados Unidos era ahora el amigo cercano de Pakistán, se dirigió a India.

Las vanas promesas siempre han sido parte de nuestros conflictos. En la guerra de 1914-1918 -otra lucha contra el "mal", que no se nos olvide- fueron los británicos quienes hicieron las promesas. A los judíos del mundo, en especial a los judíos rusos, les prometimos respaldar la creación de una patria judía en Palestina. A los árabes, Lawrence de Arabia les prometió la independencia. Hay un momento maravilloso en la película de ese nombre, cuando Peter O'Toole, envuelto en una túnica árabe y con apariencia no muy diferente a Osama Bin Laden, le pregunta al general Allenby (Jack Hawkins) si puede prometerle a Sherif Husseyn la independencia a cambio del respaldo árabe para destruir al ejército turco. Por un breve y devastador segundo, Hawkins duda; luego su rostro se vuelca en una sonrisa benevolente: "Por supuesto", dice. ƑAcaso no vi justo la misma sonrisa en la cara de Tony Blair mientras entre sus manos apretaba la mano de Arafat conforme lo conducía a través de la puerta de Downing Street número 10, la semana pasada?

Al final, impusimos la ocupación militar anglo-francesa a los árabes que nos ayudaron y tres décadas después les dimos a los judíos sólo la mitad de Palestina. "Las promesas", recalcó alguna vez el académico palestino Walid Khalidi, "son para cumplirlas." Pero no las que se hacen en tiempos de guerra.

Para la Segunda Guerra Mundial, le prometíamos independencia de Francia a los libaneses si se alineaban contra los amos de Vichy. Luego los franceses rompieron su promesa e intentaron quedarse hasta que fueron expulsados con ignominia en 1946. Dos años antes, el presidente Roosevelt -ansioso de asegurar derechos petroleros sauditas contra los intereses británicos, cuando la guerra tocaba a su fin- prometió a la monarquía saudita que no permitiría que los palestinos fueran despojados.

En 1990, después de la invasión de Kuwait, queríamos que el mundo árabe y musulmán estuviera de nuestro lado, contra Irak. El presidente Bush, padre, prometía "un nuevo orden mundial" en el cual Medio Oriente, libre de la amenaza nuclear -de hecho libre de toda amenaza armamentista- pudiera vivir en un "oasis de paz". Sin embargo, una vez expulsados los iraquíes, llamamos a una "cumbre de Medio Oriente" en Madrid, que duró muy poco, y luego vendimos más misiles, tanques y aviones caza a israelíes y árabes que en los 30 años previos. El poder nuclear de Israel ni se mencionó.

Y ahí vamos de nuevo. A escasos tres días antes de que el señor Powell se interesara repentinamente por los problemas de Cachemira, Yasser Arafat, ese anciano de Gaza hoy desacreditado -"nuestro Bin Laden", como indecentemente lo llamara el ex general Ariel Sharon- fue invitado a Downing Street, donde Tony Blair, a la fecha cauto partidario de la independencia palestina, declaró que había la necesidad de un "Estado palestino viable", incluido Jerusalén. "Viable" es el barniz aplicado a una versión menos tasajeada del bantustanato que originalmente se propuso al señor Arafat. Por supuesto, el señor Blair no tiene por qué temer la ira estadunidense, ya que el presidente Bush Jr. descubrió que antes del 11 de septiembre -por lo menos eso dice- había tenido "una visión" de lo que podría ser un Estado palestino que aceptara la existencia de Israel. El señor Arafat -hablando inglés en extenso, por primera vez en años-- apoyó de inmediato el bombardeo aéreo contra Afganistán. Pobres afganos. No estuvieron a la mano para recordarle al mundo que el señor Arafat apoyó con entusiasmo la invasión soviética de Afganistán.

ƑPor qué siempre hacemos política sobre las rodillas mediante promesas que son componendas, a aliados vulnerables y de conveniencia, después de que por años hemos aceptado, incluso creado, las injusticias en Medio Oriente y en el sudeste de Asia? ƑQué tan pronto nos decidimos -no nos anticipamos- a levantar las sanciones a Irak y permitir que decenas de miles de niños iraquíes vivieran en vez de morir? ƑO prometimos (a cambio del derrocamiento de Saddam) retirar nuestras fuerzas de la Península Arábiga? Después de todo -no digan esto en voz alta- si prometimos y hubiéramos cumplido todo esto, se habría cubierto cada una de las demandas de Osama Bin Laden.

Intriga leer el texto completo de lo que Bin Laden demandaba en su video posterior al ataque del World Trade Center. El dijo en árabe, en una sección extensamente cercenada de la traducción al inglés, que "nuestra nación (musulmana) ha sufrido más de 80 años de esta humillación..." y se refirió al momento en que "la espada ha alcanzado a Estados Unidos después de 80 años". Bin Laden puede ser cruel, perverso, despiadado, la personificación del mal, pero es muy inteligente. Me imagino que se refería específicamente al Tratado de Sèvres, que data de 1920, redactado por las potencias aliadas victoriosas que desmembraron el Imperio Otomano y desvanecieron -tras 600 años de califatos y sultanatos- el último sueño de unidad árabe.

El profesor estadunidense James Robbins lo descubrió sagazmente en las palabras que Ayman Zawahiri, lugarteniente de Bin Laden, gritó desde su cueva afgana -en el video de hace unos días- remachando que el movimiento Al Quaeda "no tolerará en Palestina una tragedia como la de Andalucía". ƑAndalucía? Sí, la debacle de Andalucía marcó el fin del dominio musulmán en España, en 1492.

Podemos rociar componendas en forma de promesas a nuestro alrededor. Pero el pueblo de Medio Oriente tiene memoria antigua. A mediados de los 90 solíamos visitar las librerías de Argel. Del triángulo de la muerte en torno a Bentalha, salían a la luz cientos de inocentes con la garganta cortada por un grupo islámico -o posiblemente por las fuerzas gubernamentales- muchos de cuyos miembros habían luchado en Afganistán contra los rusos. Yo buscaba libros sobre el Islam. Cultura musulmana, historia islámica, pensamiento imbuido de Corán. Ahí estaba todo. Lo curioso es que en los estantes vecinos -lo mismo me ocurrió en librerías de El Cairo- invariablemente hallaba libros sobre física nuclear, ingeniería química, aeronáutica e investigación biológica.

Los textos de aeronáutica adquieren hoy, por supuesto, una nueva y atemorizante resonancia. Pasa también con los libros de investigación biológica. Pero la razón para su concurrencia, me temo, yace en la historia de la humillación árabe.

Los árabes se contaban entre los primeros científicos al inicio del segundo milenio mientras los cruzados -otra de las fijaciones de Bin Laden- cabalgaban con ignorancia tecnológica hacia el mundo musulmán. Así que mientras en las últimas décadas nuestra concepción popular de los árabes los convertía en un pueblo venal, en gran medida atrasado pero rico en petróleo, que confiaba en nuestras dádivas anuales y en sus vírgenes celestiales, muchos de ellos se hacían las preguntas pertinentes en torno a su pasado y a su futuro, en torno a la religión y a la ciencia, e indagaban cómo -así lo entiendo- podrían ser parte del mismo universo Dios y la tecnología.

No tenemos nosotros ese pensamiento de largo alcance ni emprendemos tales indagaciones en la historia. Nos la hemos pasado apoyando a nuestros dictadores musulmanes por todo el mundo, especialmente en Medio Oriente -a cambio de su amistad- con vagas promesas de rectificar la injusticia histórica.

Permitimos a nuestros dictadores erradicar a sus partidos socialista y comunista; a su población le dejamos poco espacio para ejercer una oposición política, excepto la religión. Preferimos bestializarlos -el ejemplo son los señores Jomeini, Abu Nidal, Kadafi, Arafat, Saddam y Bin Laden- en vez de cuestionar con filo histórico.

Y de nuevo más promesas. Los presidentes Carter y Reagan, según recuerdo, le prometieron a los mujaidines afganos: combatan a los rusos y los ayudaremos. Habría entonces asistencia para recuperar la economía de Afganistán; reconstrucción del país, incluso "democracia" (esto último lo decía el inocente señor Carter), concepto que no parece ahora muy prometedor para paquistaníes, palestinos, uzbekos o sauditas.

Por supuesto, una vez que se fueron los rusos en 1989, no hubo asistencia económica. Pero el año pasado ahí andaba el presidente Clinton vociferando una vez más las promesas de ayuda económica a Pakistán a cambio del rechazo a Bin Laden, y su sentido de perspectiva no dio sino para decirle al pueblo paquistaní que su historia era -agárrense- "tan larga como el río Indos".

El problema, me temo, es que sin un sentido de la historia no podemos entender la injusticia. Compendiamos dicha injusticia, después de años de indolencia, únicamente cuando queremos chantajear a nuestros aliados potenciales con promesas de inmensa importancia histórica -una resolución para Palestina, para Cachemira; un Medio Oriente libre de armas, la independencia árabe, un Nirvana económico- sólo porque estamos en guerra. Diles lo que quieren oír, promételes lo que quieren, lo que sea, en tanto logremos que nuestras flotas surquen los cielos en nuestra más reciente "guerra contra el mal".

Ahí anduvo el general Powell ayer, prometiendo lidiar con Cachemira mientras el general Musharraf pedía que la guerra fuera breve, mientras los aviones atronaban hacia Afganistán habiendo partido de la base aérea en Peshawar.

 

Ť Este artículo fue publicado el pasado 17 de octubre en The Independent, UK, medio que autorizó su publicación en La Jornada.

Traducción: Ramón Vera Herrera