LUNES Ť 22 Ť OCTUBRE Ť 2001
Ť Fue sepultada ayer en el panteón de Misantla
Que se haga justicia, exige la madre de Digna Ochoa
Ť Canciones, rezos y cohetones enmarcaron el sepelio
BLANCHE PETRICH ENVIADA
Misantla, Ver., 21 de octubre. La abogada Digna Ochoa fue sepultada esta tarde, a los 37 años, en el panteón de su pueblo, en las laderas brumosas donde termina la Sierra Madre Oriental. Mientras, en los archivos de las procuradurías General de la República y de Justicia del Distrito Federal vagan por la ruta burocrática de los trámites inacabables las múltiples denuncias de hechos que en vida presentó por diversas amenazas de muerte.
A este rincón veracruzano llegaron defensores de derechos humanos del puerto de Veracruz, del Distrito Federal, de Oaxaca, de Chiapas y hasta de Chihuahua. Mientras se congregaban los colegas y amigos de Digna, se entonaron canciones y se rezaron rosarios. Cuando salió el cortejo de la pequeña casa de la calle Obregón, la gente del pueblo se fue sumando. Desde la peluquería, la pollería y hasta la cantina, los hombres se quitaban el sombrero y las mujeres se persignaban al paso del cuerpo de la hija de Eusebio Ochoa, el albañil.
No hubo discursos ni gritos cuando el féretro bajó a la tierra. Sólo los tradicionales cohetones que, en esta región, anuncian en el cielo la llegada de una nueva ánima.
Al caer la noche, la familia Ochoa y Plácido se fue quedando sola. Doña Irene, la madre, sacó su silla a la banqueta para tomar el fresco. ''Yo lo que quiero -dice- es que este crimen se aclare. Digna merece que le hagan justicia. No debe haber impunidad, ella no sólo era una persona, sino una persona muy valiosa.''
Sus hermanas y hermanos hacen tertulia. Recuerdan a la ''más tremenda, la más peleonera, la más inteligente'' del clan. A La Negrita, niña de dieces en la primaria, excelente en la preparatoria, al grado de que ganó una beca. Ya para entonces estudiaba por las mañanas y trabajaba en un bufete de abogados por la tarde. Cuando terminó la carrera empezaron sus problemas políticos. En 1988, sus hermanos se habían enfrascado en la campaña electoral de Cuauhtémoc Cárdenas aquí, donde el priista Carlos Salinas perdió ''seis por uno''. Digna no participó en esa campaña, pero sobre ella cayó la represalia de los agentes del estado, en ese tiempo gobernado por Fernando Gutiérrez Barrios: la joven pasante de leyes fue secuestrada.
Cuando salió de ese trance entró a trabajar en la parroquia de San Bruno, en Jalapa. De ahí salió convencida de su vocación religiosa. En el DF pasó la dura prueba de tres años de noviciado en la congregación de madres dominicas y finalmente tomó los hábitos religiosos en 1989. Tenía 24 años. El año pasado, después de una larga reflexión, volvió a su condición seglar.
Sus hermanos no conocen muchos detalles de la vida profesional de Digna, como abogada de lo penal, especializada en derechos humanos. En las vacaciones de verano, este año, regresó por última vez a su terruño. Visitó a su hermana Esthela, en Martínez de la Torre. Juntas pasaron unos días en la playa de Casitas. Nadie de su familia la volvió a ver con vida.
Por su parte, su colega José Lavanderos señala que ''es lógico tener grandes dudas'' sobre la voluntad política y la capacidad del gobierno de no dejar impune el asesinato. ''Vicente Fox no tiene el poder real. Lo prueba el hecho de que haya nombrado al general Rafael Macedo en la PGR. Significa que le cedió al Ejército el control de la procuración de justicia. Fue un gesto discordante con lo que la sociedad esperaba de la transición. La autoridad militar no garantiza la aplicación de la justicia, tanto por su formación como por la inclinación en su comportamiento frente a los ciudadanos'', expresa.
Concluye que para que una investigación como ésta sea eficaz ''tendría que ser monitoreada por especialistas de las organizaciones de derechos humanos, o en su defecto por expertos penalistas de organismos internacionales''.