MARTES Ť 23 Ť OCTUBRE Ť 2001
Ť EU, Rusia y países limítrofes tienen proyectos propios para un nuevo régimen
Batallas políticas por la conformación del nuevo gobierno afgano, cuando sea derrocado el talibán
Ť Obliga el próximo invierno a tomar una decisión para evitar se prolongue el conflicto
JUAN PABLO DUCH ENVIADO
Tashkent, 22 de octubre. La composición del futuro gobierno afgano, clave para evitar la prolongación de la guerra civil en Afganistán tras la previsible caída del régimen talibán, es motivo de batallas políticas, incruentas pero no menos intensas que la ofensiva militar en el vecino país.
En Uzbekistán se percibe que el tiempo es un factor que juega en contra y que puede resultar determinante. Es una peculiar carrera contrarreloj porque se tiene que encontrar una solución antes de tres semanas como máximo.
Normalmente, a mediados de noviembre cambian de manera drástica las condiciones climatológicas en Afganistán, con el comienzo del invierno, y las nevadas y bajas temperaturas se mezclan con la niebla y las tormentas de polvo, lo cual dificultaría sobremanera los bombardeos aéreos y la operación terrestre.
Por las mismas fechas se inicia el Ramadán o mes de ayuno para los musulmanes, periodo en que los ataques deberían moderarse, en congruencia con la tesis oficial de que es una guerra contra el terrorismo y no contra la religión. Tendría que ser así, a menos que Estados Unidos quiera provocar un incremento de las protestas en muchos países islámicos, cuyos gobiernos se han tenido que alinear con la coalición y a los que cada vez les resulta más difícil contener a su población.
Un tercer aspecto se sobrepone, por su dramatismo, a los dos anteriores, y es la situación desesperada de los refugiados afganos. La catástrofe en Afganistán es cada día más grave y no habrá ayuda humanitaria que pueda revertirla, de no proporcionarse de manera urgente y masiva por tierra o a través de aviones de carga que puedan descender en aeropuertos afganos.
Las diferencias
Mientras tanto, de palabra, Estados Unidos, Rusia y los países limítrofes, todos con proyectos particulares respecto de la recomposición pos-talibán, dicen estar de acuerdo en que el nuevo gobierno de Kabul debe ser de coalición y basarse en un amplio convenio entre todas las facciones afganas, que no excluya a ningún grupo étnico.
Difieren no sólo en los matices, que en este caso dejan de ser secundarios, como incluir o no a representantes de los talibanes "moderados", propuesta de Pakistán apoyada por Estados Unidos y rechazada por Rusia, la opositora Alianza del Norte afgana y los países centroasiáticos ex soviéticos.
Queda por resolver todavía una controversia importante, que se centra en la figura que pudiera encabezar dicho gobierno, pues aparentemente ninguno de los candidatos promovidos cuenta con el necesario consenso, sin el cual se antoja imposible conciliar intereses tan encontrados al interior de Afganistán y fuera de éste.
Estados Unidos y Pakistán favorecen la opción del ex rey afgano Zahir Sha, derrocado en 1973 por su primo Daud y exiliado desde entonces en Italia. Es pashtún, grupo étnico mayoritario en Afganistán, pero su avanzada edad, 87 años, lo convierte en un gobernante de transición que no resuelve el interrogante de quién tomará el relevo.
Rusia, Tadjikistán y una facción de la Alianza del Norte, la de Mohamed Fahim, favorecen como punto de partida el gobierno de Burhanuddin Rabbani, que representa los intereses de la minoría tadjika de Afganistán.
Uzbekistán no tendría nada en contra de un candidato pashtún al frente del gobierno de coalición, siempre y cuando se den dos condiciones: que no vuelva al poder Rabanni, quien para empezar no es pashtún, y que el general aliancista Rashid Dostum, de origen uzbeko y sin aspiraciones de liderazgo nacional, sea reconocido como amo y señor de las regiones afganas colindantes con Uzbekistán.
Irán, que se opone a los ataques de Estados Unidos, no quiere permanecer al margen de la decisión y tiene candidato propio. Habla por sí misma la reciente negativa de Teherán de recibir a un emisario de Zahir Sha. Querría decir que apoya a otro líder pashtún y, aunque se ha mantenido en la sombra desde su exilio en Irán, esa figura de transacción podría ser Gulbuddin Hekmatyar.
Este ya desempeñó el cargo de primer ministro, justamente en el gobierno de Rabbani, el cual abandonó por serias diferencias y por la tendencia a acumular poder de su antiguo compañero de lucha contra los soviéticos. Militarmente, Irán y Hekmatyar tienen presencia en la guerra de Afganistán en la persona del comandante Ismail Jan, lanzado sobre la ciudad de Herat, que es un pashtún formalmente integrado a la Alianza del Norte.
En medio de este rompecabezas, no provocó entusiasmo en Tashkent la reunión tripartita que celebraron la madrugada de este martes, en Dushanbé -capital del vecino Tadjikistán- los presidentes de Rusia, Vladimir Putin; de Tadjikistán, Emomali Rajmonov, y de la República Islámica de Afganistán, Burhanuddin Rabbani.
El hecho de haber excluido de la reunión al presidente uzbeko, Islam Karimov, y a los líderes de los países que apoyan a un candidato pashtún, indica que el apresurado cónclave de Dushanbé, durante una escala técnica en el vuelo de Putin de Shanghai a Moscú, tras participar en el foro del APEC, no fue un intento de contribuir a una solución, sino sólo un gesto para fijar una posición, por lo demás ya bastante conocida.
Quizá para mitigar el malestar del presidente uzbeko, Putin telefoneó esta tarde a Karimov. La televisión local se limitó a informar del hecho, con las frases protocolarias de rigor, pero destacó que hablaron "durante 40 minutos".
El apoyo ofrecido por Putin a Rabbani es una apuesta riesgosa que busca involucrar en la negociación de un gobierno pos-talibán a la Organización de Naciones Unidas, a partir de una realidad indisputable: el gobierno afgano derrocado por los talibán en septiembre de 1996 es el único reconocido como legítimo por la ONU.
La legitimidad que ponen en duda los países excluidos de la reunión de Dushanbé es la del propio Rabbaní. El acuerdo de los líderes de los mujaidines, al convertirse en gobierno en el exilio, era que la presidencia sería rotatoria, y cada dos años cambiaría de manos para mantener la representación de todas las etnias y facciones. Cuando le tocó el turno a Rabbani, se adueñó del cargo y no lo ha soltado hasta la fecha.
Al Consejo de Seguridad, tarde o temprano
Tarde o temprano el asunto tendrá que ser discutido en el Consejo de Seguridad de la ONU y es difícil que prospere la iniciativa rusa de seguir considerando a Rabbaní como legítimo presidente de Afganistán. Es más probable que la ONU sea formalmente la instancia para ayudar a los afganos a formar nuevo gobierno, con base en el consenso que se alcance en una Loya Jirga, la gran asamblea de 120 representantes de todas las facciones y tribus afganas, aún por celebrarse.
En la práctica, incluso si la ONU designa a un negociador oficial, como por razones naturales podría ser Lakhadar Brahimi, que ostenta ya el cargo de representante personal del secretario general de Naciones Unidas para asuntos de Afganistán, sería muy reducido el margen de acción de éste, mientras no se alcance un acuerdo de fondo entre los países interesados.
Además, la Loya Jirga puede acabar siendo una simple mampara para la verdadera lucha que se está dando por cada puesto de su Consejo Supremo, que de hecho podría empezar a actuar como nuevo gobierno en el exilio.
Aquí surge una pregunta inevitable: al frente del nuevo gobierno afgano Ƒse impondrá el candidato apoyado por el más fuerte, o la decisión puede complicarse dependiendo de qué ciudad y quién la tome primero Kabul (Fahim), Mazar-e-Sharif (Dostum) o Herat (Jan)?
Lo que puede captarse en Tashkent sugiere que el más fuerte está tratando de influir también en la segunda parte de la pregunta. Hay varios indicios: los bombardeos estadunidenses, de unos días para acá, se concentran fundamentalmente en el frente de Mazar-e-Sharif y no en el de Kabul u otros; en la base militar de Hanabad, según trascendió este lunes, empezaron a cargar combustible los bombarderos pesados B-52 para no tener que regresar a su base en la isla de Diego García, en el Indico, y Uzbekistán, además, tiene la "llave" de la ayuda humanitaria por tierra.
Esta noche llegó a Tashkent el secretario general adjunto de la ONU, Kenzo Oshima, probablemente con la misión de pedir al presidente Karimov que abra el "puente de la amistad" que se construyó en los tiempos de la invasión soviética para unir la ciudad uzbeka de Termez con la afgana de Jairaton, separadas sólo por el río Amudariá, con el fin de que pueda fluir la ayuda humanitaria.
Hasta ahora, las autoridades uzbekas se han mantenido inflexibles en sostener que abrirán el puente, únicamente después de que las tropas del general Dostum ocupen toda la zona contigua a la frontera.
Cuando ello suceda, todo parece indicar que Estados Unidos se instalará en Mazar-e-Sharif para lanzar la operación terrestre en gran escala. Puede ser coincidencia, pero también se comenta aquí que, en la base de Hanabad, los militares estadunidenses han empezado a contratar personal uzbeko que domine el inglés.