SABADO Ť 27 Ť OCTUBRE Ť 2001
Ť Victor M. ToledoŤ
La guerra biológica, una puerta hacia el infierno
En La espada en la piedra, la magistral historia convertida por Walt Disney en película infantil, Merlín el mago vence a la malvada hechicera echando mano del último recurso que le queda: se convierte en un microbio infeccioso. Más allá (o más acá) de la fantasía disneylandiana, la realidad cae contundente: se estima que una bomba atómica de 12.5 kilotones, que explotara encima de una ciudad, podría causar unas 80 mil muertes, en tanto que sólo 100 kilos de esporas de ántrax podrían acabar con entre uno y tres millones de personas.
Hablar de guerra biológica, hoy en día, es acercarse a las puertas del infierno. Porque, Ƒcómo soslayar el hecho de que una sola bacteria convertida en arma de destrucción al dividirse cada 20 minutos da lugar a más de 100 mil copias en tan sólo 10 horas? ƑCómo olvidar que durante el siglo XX el virus de la viruela cobró la vida de 500 millones de seres humanos? ƑCómo evitar imaginarse las escenas resultantes de una sola cucharada de esporas del ántrax esparcidas en un centro comercial mediante la simple tecnología del aerosol?
La guerra biológica es, sin duda, la forma más perversa y horripilante de autodestrucción que haya engendrado el ser humano, convertido ya en un organismo suicida. Ello significa utilizar la vida para la muerte, siniestra ocurrencia surgida no de la "conciencia del universo" sino del homo demens.
Pocos de los actuales protagonistas se salvan de haber alimentado, en el pasado o en el presente, este instinto suicida. Quienes han hecho la historia de las armas biológicas suelen remitirnos a la Roma antigua y al año 1336, cuando los tártaros utilizaron catapultas para lanzar cadáveres infectados. También suelen ignorar que la destrucción de la población indígena de América, a causa de las bacterias y virus traídos por los europeos, fue quizás la mayor hecatombe de la historia, un hecho vergonzoso que ha sido documentado con detalle por el historiador A. Crosby en su Ecological imperialism (1986).
Tampoco puede soslayarse que las armas biológicas han sido utilizadas por los principales gobiernos del mundo para llevar a cabo un "terrorismo de Estado". La práctica de infectar a las poblaciones aborígenes (los "pueblos sin historia", como les llamó Eric Wolf) con enfermedades exóticas, es decir, mortales, fue una acción realizada recurrentemente durante la expansión europea. Aunque de manera restringida, Inglaterra, Alemania y Japón emplearon armas biológicas durante la segunda guerra mundial. En los ochenta y principios de los noventa el gobierno sudafricano utilizó de manera secreta vacunas, venenos y bacterias esparcidas en el agua para acabar con la población negra. Desde los setenta, los cubanos han acusando a Estados Unidos de eliminar cerdos, caña de azúcar, tabaco y abejas mediante la introducción intencional de virus y bacterias a la isla.
Estados Unidos mantuvo durante tres décadas un programa de producción de armas biológicas (en Fort Detrick), hasta que en 1972 firmó con otros cien países la Convención de Armas Biológicas y Toxinas. Este tratado, de enorme importancia para regular a nivel mundial la peligrosa guerra biológica, ha sido sin embargo violado de manera recurrente. Entre 1988 y 1992 la ex Unión Soviética mantuvo un programa clandestino de producción de armas biológicas llamado Biopreparat, que incluía tres grandes fábricas. En la actualidad organizaciones ambientalistas y pacifistas han denunciado acciones promovidas por Estados Unidos, en algunos países de Asia y Sudamérica, para probar armas biológicas (hongos, insectos y virus) durante el combate a los cultivos de drogas (coca, opio y mariguana). En fin, suele citarse a los gobiernos de unos 17 países como entidades sospechosas de producir secretamente armas biológicas y de violar los acuerdos internacionales. Entre éstos se encuentran Irak, Irán, Libia, Siria y Egipto, pero también Israel, India, China y Rusia.
En la era de los "sin precedentes en la historia", las armas biológicas han llegado ya a manos del "otro terrorismo", una situación que es todavía más peligrosa, incontrolable e impredecible porque se trata de acciones que responden a voluntades individuales o de pequeñísimos grupos. El paso de las armas biológicas del "terrorismo de Estado" al "terrorismo civil" implica avanzar un peldaño en la escala del riesgo.
Y es que ante el uso mediato o inmediato de armas biológicas lo que hoy comienza a jugarse no es "solamente" la suerte de los países occidentales o de las naciones islámicas. Lo que se pone sobre la mesa es el destino de todos. Bajo la perspectiva de la guerra biológica lo que se considera el comienzo de una "guerra santa" puede ser el inicio de una batalla infernal por la supervivencia de la especie.
Hoy, en el mundo globalizado que promueve y facilita el movimiento de mercancías, informaciones y seres humanos a lo ancho y largo del planeta, los microorganismos convertidos en armas letales pueden igualmente esparcirse a través de los canales de comunicación y de transporte, y convertirse en epidemias incontrolables. La velocidad y amplitud con las que se expandió el virus del sida es más que un ejemplo. Los ciudadanos de todo el mundo estamos obligados a impulsar iniciativas tendientes a exigir decisiones y acciones sensatas en los gobiernos involucrados en la "nueva guerra", que desactiven la amenaza de las armas biológicas. Si los principales actores del actual conflicto se han vuelto ciegos al riesgo que implica el empleo de gérmenes, las sociedades civiles deben denunciar hasta el cansancio los enormes peligros que ello implica. De lo contrario nos veremos abriendo una puerta hacia el infierno.
ŤInvestigador del Instituto de Ecología de la UNAM. Email: [email protected]