DOMINGO Ť 28 Ť OCTUBRE Ť 2001

Ť Carlos Bonfil

Comedias de la inocencia

Prosigue la ronda de exhibiciones del quinto Tour de Cine, que se celebra en la ciudad de México hasta el 1o. de noviembre. Probablemente sea ésta, entonces, la última oportunidad para que el cinéfilo capitalino descubra algunas de las mejores propuestas de la fiesta fílmica, cuya programación ulterior es siempre azarosa. Se trata de obras recientes de dos cineastas extraordinarios: el chileno Raoul Ruiz y el portugués Manoel de Oliveira. Imposible decir sus obras "más recientes", pues si algo comparten estos directores es una creación prolífica, desmesurada, a la que es difícil seguirle el ritmo, pues apenas terminan una cinta y dos o tres proyectos más se encuentran ya en una primera etapa de producción.

A sus 60 años, el realizador chileno radicado en Francia tiene ya 36 títulos en su filmografía. A los 93, Oliveira despliega una enorme vitalidad y una madurez artística envidiable. El realizador de El valle de Abraham, Inquietud, La carta es capaz de transitar de la verbosidad de un fresco histórico o una adaptación literaria, a un cine minimalista, de diálogos escasos y emociones contenidas. Ruiz, por su parte, diversifica aquí todavía más su relación con el texto literario, como ya lo hacía en Tres vidas y una sola muerte, o de modo más polémico en El tiempo recobrado, su aproximación a la obra de Marcel Proust.

Algo demuestran ambos cineastas: el frenesí de filmar, de agotar en lo posible las posibilidades de expresión artística, no requiere de grandes presupuestos ni de grandes maquinarias tecnológicas: basta un buen guionista, productores cómplices, y un fiel reparto de comediantes talentosos. Para ambos directores, Catherine Deneuve ha sido una compañía indispensable; Isabelle Huppert se vuelve hoy cómplice del chileno, en tanto el productor Paulo Branco sigue siendo el mejor apoyo para las temerarias incursiones del portugués nonagenario.

En este Tour el tema de la inocencia reúne de nuevo a estos dos talentos. A partir de la novela de Massimo Bontempelli, El hijo de dos madres, Ruiz explora para La comedia de la inocencia el relato fantástico de un niño que, cámara digital en mano, penetra en la intimidad de una madre (Jeanne Balibar) que ha perdido a su hijo. Esta aventura trastorna el equilibrio de su propio hogar, y muy pronto la estabilidad emocional de Ariane (Isabelle Huppert), su madre. La acusación que comúnmente se le hace a Raoul Ruiz de complacerse en ficciones demasiado herméticas y yuxtaposiciones narrativas confusas, no tiene aquí mayor sustento. El relato es lineal y por momentos parece incluso algo previsible y plano, como en las apariciones del niño fantasma. Abundan sin embargos momentos de emoción genuina, y guiños al cinéfilo, como la presencia de Edith Scob, actriz veterana, favorita de Georges Franju, aquella joven de identidad misteriosa en el clásico francés de terror Los ojos sin cara (1959). Ella es aquí de nuevo una presencia enigmática, la persona que tal vez posea la clave de las identidades infantiles trastocadas. Por su parte, Huppert brilla en cada escena, dejando ella y Balibar en plano muy secundario a los personajes masculinos -el hermano y el esposo- meros comparsas de una comedia donde el instinto maternal, la pulsión de muerte, y la evasión fantástica son los platos fuertes, la indispensable mezcla de candor y de malevolencia.

Inocencia también en la mirada casi exhausta del actor de teatro Gilbert Valence (Michel Piccoli) en Regreso a casa (Je rentre a la maison), de Oliveira. Tragicomedia de la vejez y de la pasión escénica. Valence, el gran intérprete de Shakespeare (La tempestad) y de Ionesco (El rey se muere) sufre una primera crisis al enterarse tras bambalinas del accidente en que perecen sus familiares más cercanos. Tiempo después -discreta elipsis- el comediante se siente orillado a participar en proyectos comerciales que juzga insulsos, hasta que al fin obtiene, providencialmente, un ofrecimiento para un pequeño papel en una adaptación a telefilme del Ulises, de Joyce. Lo que sigue es la génesis y desarrollo de una segunda crisis y de su paulatino acceso a un estado de gracia -la recuperación de la inocencia. Oliveira hace gala en esta cinta de su talento humorístico en estupendos gags visuales (la manía de elegir un mismo sitio en un café, de pronto contrariada; o las fallidas entradas a escena en la serie que dirige un John Malkovich impasible). Piccoli, actor favorito de Oliveira, es aquí casi su alter ego, aun cuando la poesía crepuscular de su personaje (un actor que se retira -un rey que muere- por voluntad propia), sea casi oposición perfecta de la tenacidad con que a los 93 años Oliveira prosigue su carrera portentosa. Regreso a casa es una delicia de cine intimista, y como fábula y reflexión sobre la vanidad del éxito, una pieza realmente invaluable.