MARTES Ť 6 Ť NOVIEMBRE Ť 2001

Michael T. Klare ŤŤ

La geopolítica de la guerra Ť

Existen muchas maneras de ver el conflicto entre Estados Unidos y la red terrorista de Osama Bin Laden: como un concurso entre el liberalismo occidental y el fanatismo oriental, como sugieren muchos expertos estadunidenses; como una lucha entre los defensores y enemigos del auténtico Islam, como opinan muchos en el mundo musulmán, o como una reacción predecible contra la villanía estadunidense en el extranjero, como afirman algunos desde la izquierda. Si bien es útil señalar algunas de las dimensiones del conflicto, estos análisis culturales y políticos ocultan una realidad fundamental: que esto es una guerra, y como la mayoría de las guerras que la precedieron, su raíz está en la competencia geopolítica.

Las dimensiones geopolíticas de la guerra son algo difíciles de discernir debido a que los combates iniciales tienen lugar en Afganistán, un lugar de poco interés intrínseco, y también lo son por el hecho de que nuestro principal adversario, Bin Laden, no tiene un interés de lucro aparente. Pero esto es engañoso porque el verdadero centro del conflicto es Arabia Saudita, no Afganistán (o Palestina), y debido a que los objetivos últimos de Bin Laden incluyen la imposición de un nuevo gobierno saudita que, a cambio, controlaría el más importante premio geopolítico sobre la faz de la tierra: los vastos yacimientos petroleros sauditas, que representan la cuarta parte de las reservas de petróleo conocidas del mundo.

Para apreciar en toda su magnitud el origen del actual conflicto, es necesario viajar hacia atrás en el tiempo, específicamente, a los últimos años de la Segunda Guerra Mundial, cuando el gobierno estadunidense comenzó a formular planes para el mundo que pensaba dominar en la era de la posguerra. A medida de que el conflicto tocaba a su fin, el Departamento de Estado recibió el encargo del presidente Roosevelt de implementar políticas e instituciones que garantizaran la seguridad y la prosperidad de Estados Unidos para las épocas venideras. Esto significó el diseño y la creación de la Organización de Naciones Unidas, la construcción de las instituciones financieras de Bretton Woods, y aún más significativo en el actual contexto, la procuración de un suministro adecuado de petróleo.

Los estrategas estadunidenses consideraron que el acceso al petróleo era especialmente importante debido a que esto había sido un factor esencial en la victoria de los Aliados sobre los poderes del Eje. Aunque fueron los ataques nucleares contra Hiroshima y Nagasaki los que pusieron fin a la guerra, fue el petróleo lo que impulsó a los ejércitos que subyugaron a Alemania y Japón. El petróleo fue lo que posibilitó la movilización de buques, tanques y aeronaves que confirieron a las fuerzas estadunidenses la ventaja decisiva sobre sus adversarios, quienes carecían, precisamente, de fuentes confiables del combustible. Por lo tanto, se aceptó ampliamente como un hecho que el acceso a un abundante suministro de petróleo sería crítico para el éxito de Estados Unidos en cualquier conflicto futuro.

ƑDe dónde provendría este petróleo? Durante la Primera y Segunda Guerras Mundiales, Estados Unidos pudo obtener suficiente combustible para sí y sus aliados de depósitos en el sureste de su territorio, de México y de Venezuela. Pero la mayoría de los analistas estadunidenses concluyeron que estas reservas eran insuficientes para satisfacer los requerimientos de Estados Unidos y Europa durante la posguerra. En virtud de ello, el Departamento de Estado efectuó estudios intensivos para identificar otras fuentes de combustible. Este esfuerzo, encabezado por el asesor económico del Departamento, Herbert Feis, concluyó que sólo un lugar podía proveer del petróleo necesario. "En todos los análisis de la situación", señaló Feis en un informe citado por Daniel Yergin en el libro El Premio, "el indicador se inclinó, en una asombrada pausa, hacia una zona: Medio Oriente".

Más específicamente, Feis y sus colaboradores concluyeron que la reserva petrolera sin explotar más prolífica del mundo se encontraba en el reino de Arabia Saudita. ƑPero cómo hacerse de ella? En un principio el Departamento de Estado propuso la formación de una compañía estatal petrolera para adquirir concesiones de Arabia Saudita que les permitieran explotar los yacimientos del reino. Este plan se consideró demasiado aparatoso, y en vez de eso, los funcionarios de Washington encargaron a la Compañía Arabe Americana de Petróleo (Aramco, por su acrónimo en inglés) crear una alianza con las principales corporaciones petroleras estadunidenses. Pero los funcionarios temían por la estabilidad a largo plazo del reino, por lo que concluyeron que Washington iba a tener que asumir la responsabilidad por la defensa de Arabia Saudita.

En lo que fue uno de los más extraordinarios sucesos en la historia moderna de Estados Unidos, el presidente Roosevelt se reunió con el rey Abd al Aziz Ibn Saud, el fundador del régimen saudita moderno, a bordo de un buque de guerra en el canal de Suez, poco después de la conferencia de Yalta en febrero de 1945. Aunque los detalles de este encuentro jamás se han hecho públicos, muchos creen que Roosevelt prometió al rey la protección de Estados Unidos a cambio de un acceso privilegiado al petróleo saudita: un convenio que continúa funcionando en su totalidad hasta hoy, y que constituye el núcleo esencial de la relación estadunidense-saudita.

Dicha relación ha otorgado enormes beneficios a ambas partes. Estados Unidos ha disfrutado de un acceso preferencial a las reservas petroleras sauditas, al obtener la sexta parte del total de sus importaciones de crudo del reino. Aramco y sus socios estadunidenses ha obtenido ganancias inmensas tanto de sus operaciones en Arabia Saudita como de la distribución del petróleo saudita en el resto del mundo. (Pese a que los holdings de Aramco fueron nacionalizados por Riad en 1976, la compañía sigue administrando la producción petrolera saudita y comercializando sus productos en el extranjero). Arabia Saudita también compra anualmente entre 6 mil y 10 mil millones de dólares de productos de empresas estadunidenses. De su parte, la familia real saudita se ha vuelto inmensamente rica debido a que la protección estadunidense le ha permitido mantenerse a salvo de agresiones internas y externas.

Pero esta extraordinaria alianza también ha producido buena cantidad de consecuencias que no fueron previstas, y sus efectos son los que ahora nos conciernen. Para proteger al régimen saudita de sus enemigos externos, Estados Unidos ha expandido de manera sostenida su presencia militar en la región, al desplegar a miles de tropas en el reino. De manera similar, y para cumplir la tarea de proteger a la familia real de sus enemigos externos, el personal estadunidense se ha involucrado profundamente en el aparato de seguridad interno del régimen. Al mismo tiempo, la vasta y muy conspicua acumulación de riqueza de la familia real ha enajenado a la mayor parte de la población saudita y traído como consecuencia actos sistemáticos de corrupción.

En respuesta, el régimen ha declarado ilegales todas las formas de debate político en el reino (no hay Parlamento, ni libertad de expresión, no hay partidos políticos, ni derecho de asamblea), y además ha utilizado a las fuerzas de seguridad entrenadas por Estados Unidos para aplastar cualquier expresión de disidencia.

Todos estos elementos han generado una oposición al régimen oculta y actos ocasionales de violencia , y es de este medio clandestino del que Osama Bin Laden obtuvo su inspiración, lo mismo que sus principales lugartenientes.

La presencia militar estadunidense en Arabia Saudita se ha incrementado sostenidamente a través de los años. Inicialmente, de 1945 a 1972, Washington delegó la responsabilidad primaria de la defensa del reino a Gran Bretaña, que por mucho tiempo fue el poder dominante en la región. Cuando Inglaterra retiró a sus fuerzas del "Este de Suez" en 1971, Estados Unidos adoptó un papel más directo al desplegar a sus asesores militares en el reino y proveerlo de un vasto arsenal. Algunas de estas armas y programas de asesoría estaban dirigidos a la defensa externa, pero el Departamento de Estado también fue un actor central en la organización, equipamiento, entrenamiento y administración de la Guardia Nacional Arabe Saudita (SANG, por sus siglas en inglés), el aparato de seguridad interna del régimen.

El involucramiento militar estadunidense en el reino alcanzó un nuevo nivel en 1979 cuando ocurrieron tres cosas: La Unión Soviética invadió Afganistán, el sha de Irán fue derrocado por fuerzas opositoras y militantes islámicos protagonizaron una breve revuelta en La Meca. En respuesta a esto, el presidente Jimmy Carter lanzó una nueva formulación de la política estadunidense: Cualquier tentativa de un poder hostil encaminada a lograr el control sobre el Golfo Pérsico será considerado "un ataque sobre los intereses vitales de los Estados Unidos de América", y será repelido "por todos los medios necesarios, incluida la acción militar". Esta declaración, conocida ahora como la Doctrina Carter, ha gobernado la estrategia estadunidense en el golfo desde entonces.

Para implementar esta doctrina, Carter estableció la Fuerza de Despliegue Rápido (RDF), una colección de fuerzas de combate con base en Estados Unidos, pero listas para ser desplegadas en el Golfo Pérsico. (La RDF más tarde se transformó en el Comando Central de Estados Unidos que ahora conduce todas las operaciones militares en la región). Carter también desplegó buques de guerra en le Golfo y arregló que las fuerzas estadunidenses pudieran hacer uso periódicamente de bases militares en Bahrein, en Diego Garcia (una isla bajo control británico en el océano Indico), así como en Omán y Arabia Saudita. Todas estas bases fueron empleadas entre 1990 y1991 durante la Guerra del Golfo, y se están usando hoy en día.

 

Convencido de que la presencia soviética en Afganistán representaba una amenaza para el dominio estadunidense en el Golfo, Carter autorizó el inicio de operaciones secretas para socavar al régimen soviético en ese país. (Es importante hacer notar que el régimen saudita estuvo tan profundamente involucrado en este esfuerzo, al aportar mucho del financiamiento destinado a la rebelión anti soviética y al permitir que sus ciudadanos, incluido Osama Bin Laden, participaran en esa guerra, tanto como combatientes y recaudadores de fondos). Y para seguir protegiendo a la familia real saudita, Carter incrementó las acciones de su país en las operaciones de seguridad interna del reino.

El presidente Reagan intensificó los abiertos movimientos militares de Carter e incrementó el apoyo oculto estadunidense a los mujaidines anti soviéticos de Afganistán. (Eventualmente, armas con costo de unos 3 mil millones de dólares fueron otorgadas a los mujaidines). Reagan también incluyó un importante codicilo a la Doctrina Carter: Estados Unidos no dejaría que el régimen saudita fuera derrocado por disidentes internos, como ocurrió en Irán. "No permitiremos que (Arabia Saudita) se convierta en un Irán", dijo a periodistas en 1981.

Luego vino la Guerra del Golfo Pérsico. Cuando las fuerzas iraquíes invadieron Kuwait el 2 de agosto de 1990, la principal preocupación del presidente Bush padre fue que la amenaza sobre Arabia Saudita, no Kuwait. Durante una reunión en Campo David el 4 de agosto, decidió que Estados Unidos tomaría acciones militares inmediatas para defender al reino saudita de un posible ataque iraquí. Para permitir la exitosa defensa de la monarquía, Bush envió a su secretario de Defensa, Dick Cheney, a Riad para convencer a la familia real de permitir el despliegue de fuerzas estadunidenses terrestres en el territorio saudita y el uso de sus bases militares para lanzar ataques aéreos sobre Irak.

No es necesario relatar aquí el desarrollo posterior de la operación Tormenta del Desierto. Lo que es importante destacar es que la presencia militar de Estados Unidos en Arabia Saudita nunca fue replegada del todo al finalizar la lucha en Kuwait. Aviones estadunidenses siguen volando desde bases sauditas en sus patrullajes sobre las "zonas de exclusión" en el sur de Irak (cuya supuesta intención es prohibir a los iraquíes usar ese espacio aéreo para atacar a rebeldes chiítas en el área de Basra o llevar a cabo una nueva invasión a Kuwait). Las naves también participan en el esfuerzo multinacional para reforzar la continuidad de las sanciones económicas contra Irak.

El presidente Clinton, posteriormente, reforzó la posición de Estados Unidos en el golfo al incrementar las instalaciones estadunidenses, y también optimó la capacidad de trasladar rápidamente por la región a las fuerzas ahí estacionadas. Clinton también buscó extender la influencia de su país en el valle del mar Caspio, un área rica en energéticos al norte del Golfo Pérsico.

Muchas consecuencias surgieron de todo esto. Las sanciones contra Irak han causado inmenso sufrimiento a la población iraquí, mientras que los regulares bombardeos sobre instalaciones militares en Irak provocan una creciente pérdida de vidas civiles. La preocupación por estos hechos ha empujado a muchos jóvenes musulmanes a unirse a las filas de Bin Laden. El mismo Bin Laden, sin embargo, está más preocupado por Arabia Saudita. Desde el fin de la Guerra del Golfo, ha concentrado sus esfuerzos en alcanzar dos objetivos colosales: la expulsión de los "infieles" estadunidenses de Arabia Saudita (el corazón de la Tierra Santa musulmana), y derrocar al actual régimen saudita para sustituirlo por otro más coherente con sus creencias fundamentalistas islámicas.

Ambos objetivos ponen a Bin Laden en conflicto directo con Estados Unidos. Es esta realidad, más que cualquier otra, la que explica los atentados terroristas contra instalaciones y personal militares estadunidenses en Medio Oriente, así como contra símbolos clave de su poder en Nueva York y Washington.

La actual guerra no comenzó el 11 de septiembre. Hasta donde podemos decir, comenzó en 1993 con el primer ataque contra el World Trade Center. A este siguió el de 1995 contra cuarteles de la SANG en Riad, y con la explosión , en 1996, de las torres de Khobar, en las afueras de Dahran. A eso siguieron los atentados contra las embajadas estadunidenses en Kenia y Tanzania, y el más reciente ataque contra el USS Cole. Todos estos acontecimientos, lo mismo que los atentados contra el World Trade Center y el Pentágono, son consecuentes con una estrategia a largo plazo para erosionar la decisión de Washington de mantener su alianza con el régimen saudita y así, como conclusión final, destruir el pacto de 1945 forjado por el presidente Roosevelt y el rey Abd Al Aziz Ibn Saud.

Al luchar contra este esfuerzo, Estados Unidos está adoptando acciones, en primer lugar para proteger a sus ciudadanos y a su personal militar de la violencia terrorista. Al mismo tiempo, sin embargo, Washington está apuntalando su posición estratégica en el Golfo Pérsico. Con Bin Laden fuera del camino, Irán sufriendo de una constante agitación política y con Saddam Hussein inmovilizado por los incansables bombardeos aéreos, la posición dominante de Estados Unidos en el golfo estará garantizada por algún tiempo. (La gran preocupación de Washington es que la monarquía saudita enfrenta una creciente oposición interna debido a su asociación con Estados Unidos. Esta es la razón por la que la administración Bush no se ha atrevido a pedir al régimen monárquico usar bases en territorio saudita para atacar Afganistán, ni le ha exigido congelar bienes de organizaciones benéficas vinculadas con Bin Laden).

Para ambos bandos, entonces, el conflicto tiene importantes dimensiones geopolíticas. Es de esperarse que un gobierno saudita controlado por Osama Bin Laden destruiría todos los nexos con las compañías petroleras estadunidenses y adoptaría nuevas políticas en cuanto a la producción y distribución del petróleo del país, medidas que traerían, potencialmente, devastadoras consecuencias para Estados Unidos y, desde luego, para la economía mundial. Por supuesto, Washington está luchando para evitar esto.

A medida de que se desarrolla el conflicto, es improbable que los personajes centrales en la historia mencionen todo lo dicho aquí. En la búsqueda de apoyo público para su campaña antiterrorista, el presidente Bush nunca reconocerá el hecho de la geopolítica convencional tiene un papel en la estrategia estadunidense. Osama Bin Laden, de su lado, también es reacio a hablar en estos términos. Pero el hecho es que esta guerra, lo mismo que la del Golfo Pérsico, proviene de un poderoso concurso geopolítico.

Será muy difícil, en el actual ambiente político, analizar a profundidad estas cuestiones. Bin Laden y sus socios han causado un daño masivo a Estados Unidos, y la prevención de más ataques es, comprensiblemente, la principal prioridad de la nación.

Cuando las condiciones lo permitan, sin embargo, será necesaria una revisión seria de la política de estadunidense en el Golfo Pérsico. Entre las muchas preguntas que, con toda legitimidad, surgirán en ese momento, será si no sería más conveniente para los intereses a largo plazo de Washington el alentar la democratización de Arabia Saudita. Seguramente, si más ciudadanos sauditas tiene permitido participar en un diálogo político abierto, menos se verán atraídos por el dogma anti estadunidense de Osama Bin Laden.

Ť Artículo publicado en la revista The Nation, el 5 de noviembre de 2001

ŤŤ Profesor de estudios para la paz y la seguridad mundiales en la Universidad de Hampshire, en Amberts, Masachusetts, y autor del libro Resource wars: the new landscape of global conflict. (Las guerras por los recursos: el nuevo paisaje del conflicto global) Metropolitan Books.

Traducción: Gabriela Fonseca