martes Ť 13 Ť noviembre Ť 2001

José Blanco

Cada cual su rumbo

Era previsible que los avances de la democracia mexicana trajeran marasmos, equívocos y desorden político y social. Muerto el rey -el Señor que fue, de Los Pinos-, los políticos, que fueran súbditos habituados a la certidumbre de los dictados de aquel Señor, tienen ahora que hacerse cargo de la cosa pública. Pero pareciera que no se han dado cuenta. Por el contrario, aquí y allá afloran nostalgias de las viejas certidumbres del orden corporativo. No pocos actores políticos del partido oficial -el PAN-, y de la oposición, quisieran que Fox pusiera orden en el desconcierto pero, por supuesto, al propio tiempo cada actor demanda su propio orden de las cosas. En tanto el Presidente con frecuencia quisiera congraciarse con toda la variedad inmensa de nuestros animales políticos (Aristóteles dixit), y con todos va quedando mal. Así el marasmo, los equívocos y el desorden no decrecen sino aumentan.

Un consenso que parece indiscutible entre la clase política es: Fox es el culpable, porque es el Presidente de la República. El Presidente, el Presidente tiene que resolverlo todo. El presidencialismo que aún vive en el tuétano de los huesos de la clase política, no sabe sino repetir ésa que fue su certidumbre más asidera.

El Congreso, que se volvió de mírame y no me toques, no siente tener responsabilidad alguna con el vendaval sin rumbo que se va volviendo la nación. Si no hay reforma hacendaria, se debe a que el Ejecutivo no ha consensuado con los actores económicos y políticos el acuerdo necesario, dicen casi todos en la Cámara de Diputados. Los representantes de los ciudadanos no tienen obligaciones con la nación. Si me presionan -han llegado a este ex abrupto- pueden dar por muerta la reforma fiscal. Lo que pase con el país, simplemente parece no importarles un comino. Algo anda muy mal cuando los diputados trabajan absolutamente al margen de sus representados, y los ciudadanos nada absolutamente saben de su diputado: ni cómo se llama. Ciudadanía y representantes ciudadanos en la Cámara son dos mundos sin relación alguna. Es obvio que la República no puede funcionar en tal estado de desorden.

El pasado domingo 7 de octubre, gobierno y ocho partidos políticos representados en el Congreso, con la presencia de los otros poderes de la Unión y los gobernadores de la República, firmaron el Acuerdo Político para el Desarrollo Nacional, consenso general a través del cual el conjunto de las formaciones políticas de México dijeron buscar enfrentar con sentido de nación y de Estado, grandes problemas de nuestro presente y la reforma del Estado. En este espacio se saludó -ingenuamente- la celebración de un acuerdo en el que estaban presentes todas las fuerzas de la República. En medio de la barahúnda y el desbarajuste de la política, el reconocimiento de una agenda común de la clase política representaba, sin duda, una esperanza, una probabilidad, de que los ex súbditos de Los Pinos pudieran hacerse cargo de la nación. Al día siguiente -y en los días subsiguientes-, sin embargo, los actores políticos de casi todos los partidos y de los distintos espacios de la esfera política del país, estaban cuestionando, cuando no pitorréandose del "gran" acuerdo republicano que en un día, parece, terminó en pura fruslería. Era una nadería, un sueño guajiro, una carta a Santa Claus, dijeron muchos de los actores políticos. ƑY entonces por qué los partidos firmaron acompañados de todas las instancias de poder de la nación? En cualquier país mínimamente civilizado tal affaire hubiera sido simplemente un escandaloso ridículo de la clase política del país, un asunto de locos, pero entre nosotros estos absurdos sin nombre parecen asuntos normales de la política.

En medio de este lunático proceso, sin embargo, casi ha pasado desapercibido el acuerdo unánime de los partidos políticos por la reforma política del Distrito Federal el pasado sábado, después de años y más años de diferencias y desencuentros. Un acuerdo relevante, por fin un acuerdo, prácticamente no ha merecido la atención de los medios y de la ciudadanía. Los habitantes del Distrito Federal seremos -con la venia de los señores de San Lázaro- ciudadanos con los derechos de las demás entidades federativas. La Asamblea Legislativa y el Ejecutivo local tendrán poderes análogos a los de los demás estados del país. Enhorabuena. He ahí un acuerdo relevante que prueba que los acuerdos entre nuestros inefables partidos son posibles. ƑNo puede ocurrir algo semejante con la reforma hacendaria, con la reforma energética, con la reforma educativa en San Lázaro?

Urge, sí, que los señores de San Lázaro aprueben la reforma que haga posible su relección. Es la vía política para articular a la sociedad civil y a los ciudadanos con el Congreso. Así los diputados pasarán a depender del voto ciudadano y no de la política palaciega al interior de los partidos. Así los ciudadanos sabrán quién es su representante, y éste se ocupará de sus representados, so pena de ser enviados a su casa.