martes Ť 13 Ť noviembre Ť 2001

Marco Rascón

La crisis de la transición

Una interrupción del periodo sexenal de Vicente Fox significaría que México "no estaba preparado para la democracia" y que esta transición, conducida y avalada desde Washington, ha fracasado. El deseo de la clase política mexicana, hecho realidad, apunta hacia un fenómeno de reversión política, conspiración, vacíos y perversión que alimentan el odio y conducen a muchos países hacia la descomposición. Y así, México entra poco a poco al esquema no de la España posfranquista ni del Chile pospinochetista, tan invocados, sino al de Ruanda, Somalia, Sierra Leona o Liberia, donde "la nueva democracia" se convirtió en una guerra de baja intensidad entre fuerzas regionales y tribales, alimentada desde las metrópolis coloniales.

En nuestro país el fracaso político tiende a dejar desnudo el nuevo mapa inventado: Puebla-Panamá, del que ya nadie se acuerda después del 11 de septiembre.

La democracia como valor empresarial dirigido desde las oligarquías económicas y financieras implica el auge del belicismo y la degradación general de la política en el mundo, porque se ha impuesto la histeria, la incertidumbre y el terrorismo mediático como formas principales de gobierno.

La democracia se ha convertido en una ficción de formas al carecer de un proyecto económico, socialmente incluyente, que desarrolle de manera positiva las fuerzas productivas y reconstruya mínimamente el Estado nacional. En vez de ello, la tendencia es hacia la polarización y el crecimiento de una elite militar que desea poder económico, a partir de manipular la inseguridad y el terrorismo.

El esquema de las transiciones pactadas, como juego cupular de los partidos políticos, constituye un fracaso ante el escepticismo general y la evolución de los problemas económicos y sociales, generados por la recesión, cuya única salida, desde el esquema imperial estadunidense, es la guerra.

En México se gestan los elementos de la ruptura constitucional. En el momento en que Vicente Fox deja de conducir sus propias expectativas de cambio y decide pactar con las fuerzas del viejo régimen, pierde fuerza, credibilidad y consenso, y genera vacíos profundos e inquietantes hasta para la oligarquía que lo llevó al poder.

El país promotor y director de esa transición, Estados Unidos, ya no existe ni es el mismo, por lo cual ha dejado la transición mexicana a la deriva y sin respaldo, a merced de los intereses del antiguo régimen y sin capacidad de operar las contradicciones internas.

Fox ha sido abandonado y por eso le resulta más seguro el exterior y los sistemas de seguridad de los otros países antes que el propio.

Un ejemplo de ello es que sigue pensando en los términos en que se presentó ante el Congreso estadunidense, días antes del 11 de septiembre, y que la clase política cree que estamos en la misma situación del primero de septiembre, cuando se insurreccionó y demandó en coro un nuevo pacto político o el equivalente a la entrega del poder.

En este sentido, la paralización de la reforma fiscal, la disputa por el Cisen, el asesinato de Digna Ochoa, la desorganización del gabinete y hasta los chistes sobre el arrepentimiento crean el detonante que hará explotar las contradicciones reales y estructurales acumuladas desde hace 30 años y que no desembocaron en un proyecto de nación alternativo al régimen autoritario priísta, sino en una caricatura de democracia y transición.

Entre los Tratados de Ciudad Juárez, firmados en mayo de 1911 y la Decena Trágica, en 1913, se pasó de la fiebre maderista a la soledad y la muerte. Bastaron esos meses para que las fuerzas internas del viejo régimen y la embajada estadunidense organizaran el desgaste y el golpe.

Madero, como diría Vasconcelos, demostró trágicamente que servía más al país como mártir y apóstol que como político y estadista. En su ingenuidad empresarial frente a los intereses y fuerzas del régimen porfirista y la demanda de cambios sociales, políticos y económicos, pactó para ahorrarle al país una revolución y sin querer provocó con su propio vacío y sus errores una de las mayores guerras civiles mexicanas en su historia.

Si el juego sigue siendo cupular, el rompimiento interno y las fracturas podrían generarse en la cima misma del poder económico y político. La incapacidad que ha demostrado la oligaquía mexicana para conducir el país en paz y con estabilidad ha requerido abrir un espacio a la elite militar, que pareciera disputar los vacíos políticos que han dejado el PAN y el foxismo.

El PRD, que fue referencia para el cambio bajo un programa económico y social de vanguardia, ya no lo es. Ante su fracaso y descomposición, y más allá de sus avances y retrocesos electorales, se requiere poner los pies en la tierra, es decir, colocarse entre las contradicciones reales y los sentimientos de la nación para dar resupesta y una auténtica alternativa al México de hoy que camina hacia una nueva debacle histórica. Ť

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