martes Ť 13 Ť noviembre Ť 2001
Alberto Aziz Nassif
Elecciones
La principal noticia de la última jornada electoral de 2001 es que por fin, después de varios intentos, el estado de Michoacán es ganado por una coalición de partidos encabezada por el PRD y Lázaro Cárdenas Batel, nieto del general e hijo de Cuauhtémoc. Al mismo tiempo, en las otras elecciones, Tlaxcala, Puebla y Sinaloa sobrevive la mayoría del PRI en los Congresos locales y un reparto plural de los ayuntamientos. Otro rasgo que se repite es el contraste entre la presencia de mejores instrumentos para organizar comicios, contar los votos, tener resultados y encuestas de salida confiables, casi simultáneamente al cierre de casillas, con la obsesión priísta de querer madrugar, hacer trampa y torcer la voluntad popular, como sucedió con la declaración de un triunfo en falso en Michoacán.
El estado purépecha tendrá de nuevo a un integrante de la familia Cárdenas en el gobierno: en 1928, el general Lázaro Cárdenas; en 1950, su hermano Dámaso; en 1980, su hijo Cuauhtémoc, y ahora su nieto.
A diferencia de sus parientes, Lázaro llega desde un partido de oposición y de forma democrática, lo cual no quiere decir que sus familiares no hayan ganado, pero su triunfo se daba en condiciones políticas diferentes, desde un partido hegemónico y en un México que no era democrático.
Desde 1988, con la ruptura que representó la Corriente Democrática del PRI y después con el surgimiento del PRD en 1989, el territorio michoacano ha sido un bastión muy importante de esa corriente política y no hubiera sido extraño que fuera la primera gubernatura de ese partido. Sin embargo, los obstáculos fueron diversos; primero fue el salinismo -que se empeñó con todos los recursos de un presidencialismo autoritario- el que impidió el crecimiento y los triunfos perredistas. Elección tras elección fue un conflicto tras otro durante todos esos años. Posteriormente, fueron problemas internos, divisiones entre las corrientes perredistas, lo cual no es excepción en Michoacán, lo que debilitó esa opción y produjo su derrota.
Hoy los detractores impugnan el apellido, lo cual ayuda, pero no es condición automática. Hay una ecuación difícil de vencer en Michoacán: la candidatura de un Cárdenas sumado al PRD es, por regla general, equivalente a un triunfo en las urnas: así fue con Cuauhtémoc en sus tres intentos por la Presidencia, y con Cárdenas Batel que ganó la diputación federal en 1997 y un escaño en el Senado el 2 de julio de 2000. De nuevo vale la diferencia de los triunfos de la familia, desde el poder o desde la oposición.
Este triunfo no sólo se queda en Michoacán, seguramente va a remover los equilibrios de fuerza y la posición de los grupos dentro del PRD; hacia afuera también tiene repercusiones porque representa una gubernatura más para ese partido, y desde un liderazgo que es puramente perredista, que no pasó por el PRI.
Para el tricolor representa una derrota más, otro espacio perdido. Después del 2 de julio del 2000 se han disputado seis gubernaturas, de las cuales el PRI sólo ha podido ganar una, la de Tabasco y en comicios extraordinarios; y ha perdido Chiapas a manos de una coalición amplia; perdió Yucatán; no pudo recuperar Jalisco ni Baja California, que permanecen en poder del PAN; y ahora dice adiós a Michoacán.
Con datos preliminares, en la pista de los Congresos locales es donde el PRI se defiende mejor, ya que ha conservado su mayoría relativa, salvo en los casos de Baja California y Jalisco. Los últimos comicios del domingo indican que mantendrá su mayoría legislativa en Puebla, Tlaxcala y Sinaloa; no así en Michoacán, donde la mayoría quizá sea para el PRD.
En los municipios existe un panorama de contrastes y la confirmación de mapas plurales: electorados que dividen sus votos, por ejemplo en Michoacán, la capital Morelia será gobernada por el PRI; en Puebla el PAN gana la capital, pero pierde Tehuacán a manos del PRI; en Tlaxcala, las principales ciudades se dividen: la capital es para el PRI, Apizaco para el PRD y Huamantla para el PAN; en Sinaloa el PRI pierde Mazatlán, que pasará al PT, y conserva Culiacán. Los niveles de participación siguen en niveles bajos, similares a los que se han presentado a lo largo del año.
Con las múltiples experiencias que nos ha mostrado la alternancia, ahora la preocupación se extiende más allá de las urnas, porque ni la alternancia ni el partido garantizan por sí mismos el buen desempeño de un gobierno. Al mismo tiempo, los gobiernos divididos, que en principio eran oxígeno contra la subordinación del Poder Legislativo, ahora muestran que pueden llegar a ser un factor de parálisis o incluso de ingobernabilidad.