LUNES Ť 19 Ť NOVIEMBRE Ť 2001

LA MUESTRA

Carlos Bonfil

Enemigo, querido enemigo

CON SU CINTA más reciente, Enemigo, querido enemigo (Cocorrenza sleale, competencia desleal, un título mucho más sugerente), Ettore Scola retorna veintitrés años después al tema del fascismo y sus espirales de discriminación y odio. En 1977, una de sus mejores realizaciones, Un día especial (Una giornata particolare), con Marcello Mastroianni y Sophia Loren, relataba de manera muy sobria la persecución y arresto de un homosexual en la Italia fascista, y de modo particular su amistad con una vecina conformista y un tanto admiradora del Duce, que paulatinamente tomaba conciencia de la realidad siniestra.

muestra18nov1EN SU NUEVA película, Scola retrata la Italia de 1938 en el microcosmos de una sola calle de comercios y del registro costumbrista de la actividad en dos sastrerías, ubicadas prácticamente una a lado de la otra. La primera es propiedad de Umberto (Diego Abatantuono), apacible paterfamilias, católico y apolítico, y la segunda, el flamante negocio de Leone (Sergio Castellitto), judío emprendedor, cuyo negocio comienza a prosperar en detrimento de las ventas de su vecino. Las muy eficaces técnicas de promoción y venta de Leone contrastan con la abulia y escasa originalidad mercantil de Umberto. De modo muy convencional, el director completa el cuadro presentando no sólo la amistad de dos niños de ambas familias, sino también una historia de amor, entre la hija del comerciante judío y el hijo del patriarca católico. A la mitad de la cinta todo aparece ya simétricamente organizado, los contrastes mencionados auguran crisis familiares, situaciones de melodrama, o el estilo de alguna comedia del Scola de los setenta (Nos amábamos tanto o Sucios feos y malos).

LOS DESENCUENTROS FAMILIARES y el mutuo hostigamiento de los adversarios mercantiles se vuelven pronto los ingredientes de un drama social que los rebasa y avasalla. La promulgación de leyes que impiden a los judíos ejercer su profesión, y a sus hijos asistir a las escuelas, transforman por completo el panorama de la calle Ottaviano en Roma. Auxiliado providencialmente por el régimen fascista, el católico Umberto ejerce ya una "competencia desleal" sobre su vecino humillado, sujeto ahora a una deportación inminente.

ETTORE SCOLA PRESENTA de modo interesante el clima de incertidumbre y miedo que orilla al ciudadano común a aceptar injusticias flagrantes cuando de ello depende su propia seguridad o su prosperidad financiera. La cinta evoca también una diversidad de respuestas posibles, desde la mezquindad hasta el abrazo solidario. Como en una farsa, los personajes son un tanto caricaturescos, como el arribista tío Peppino quien a través del fascismo intenta redimir sus múltiples frustraciones, o el antifascista Angelo (Gerard Depardieu, con inconvincente doblaje al italiano), o el propio conde Treuberg (Claude Rich), desangelada figura del exilio eslavo. Scola, un director capaz de mayores sutilezas, cumple aquí metódicamente con el propósito de señalar una sordidez histórica, avalada por la Iglesia católica, por el Papa Pío XII, y a partir de ella construye una comedia agridulce, ocasionalmente divertida, que lamentablemente se queda a medio camino de la eficacia y originalidad que antes solía desplegar Ettore Scola.
 

Silencio roto


muestra18nov2"EN LOS TIEMPOS sombríos, ¿se cantará también? Se cantará también sobre los tiempos sombríos". Esta cita de Bertolt Brecht la elige el realizador español, de origen vasco, Montxo Armendáriz, para subrayar la intención de su película más reciente, Silencio roto. La historia relatada es en realidad una suerte de crónica sentimental, a medio camino entre el documental y la ficción, sobre la guerrilla antifranquista durante los años cuarenta. El realizador señala los tiempos narrativos, de 1944 a 1948, y estructura la historia en tres partes, al ritmo de las estaciones, y con el año 1946 como punto nodal. En el resto de Europa la guerra ha terminado y el fascismo ha sido derrotado; en España sin embargo se prolonga la pesadilla autoritaria, y un grupo de combatientes de la resistencia (el "maquis", tomando la cinta la expresión francesa) se refugia en el "monte", establece vínculos con los poblados circunvecinos, y desde la clandestinidad combate a la guardia civil con la complicidad de numerosos lugareños. Silencio roto describe este combate desde el punto de vista femenino, algo inusual en el cine español antifranquista, pero que anteriormente ha tenido una expresión similar en un contexto parecido, las historias de resistencia a las dictaduras de Machado y de Batista en Lucía, la película cubana de Humberto Solas, 1968.

LA CINTA DE ARMENDARIZ no se limita sin embargo a señalar lo evidente (el carácter represivo del régimen español fascista), también fustiga a la tentación autoritaria en las filas mismas de la resistencia, los juicios sumarios, la inclemencia de ambos bandos con los colaboracionistas contrarios, la identificación moral a través de la barbarie.

EL PERSONAJE CENTRAL se llama, coincidentemente, Lucía, y es ella quien denuncia con oportunidad los excesos de sus seres cercanos en la resistencia, al tiempo que observa las atrocidades de una guardia civil capaz de ajusticiar fríamente a buena parte de la población en contacto directo con los combatientes. Armendáriz, también guionista, elige para su historia un lenguaje llano, plagado de dichos populares. Una mujer resume: "La pelea con extraños acaba con el año; la pelea entre familias se alimenta cada día", y el comentario es apropiado para sugerir la persistencia de enconos en las dos Españas, aún no reconciliadas con sus fantasmas del pasado. Buena parte del cine español ha procurado exorcizar esos fantasmas, y una película anglosajona, Tierra y libertad, de Ken Loach, ha incorporado perspectivas críticas para el tema de la resistencia antifranquista, mismas que Silencio roto desarrolla y enriquece con las voces de las mujeres que participaron en el combate. Esto lo hace evitando el riesgo mayor de naufragar en la autoconmiseración o en la retórica complaciente, y a pesar de tropiezos algo ingenuos ("Cuando subes al monte pierdes hasta el nombre, es como si volvieras a nacer"). La cinta bosqueja historias sentimentales que finalmente quedan truncas. Inútil buscar desenlaces venturosos en este relato abierto y desencantado. Es como si los tiempos sombríos a los que alude el director evocando a Brecht, no hubiesen terminado todavía, y la historia pudiera repetirse en cualquier instante.