TOROS
Ť En la cuarta corrida, nuevo desfile de mansos de los hermanos Garfias
En lamentable combinación, Ortega, De Mora y Bricio mostraron voluntad
Ť Supuestos cinqueños de buena presencia pero nula acometividad Ť Otra pobre entrada
LEONARDO PAEZ
Al concluir la tediosa función, irónico un viejo aficionado planteó la falsa disyuntiva: "Qué querían, ¿edad y trapío o bravura? No se puede todo y menos en tiempo de cambios, así sean en reversa".
Ahora nos tocó cartel cuadrado ?el segundo en sólo cuatro tardes de la actual temporada grande?, en oposición al cartel redondo, que combinaba una figura, otro en vías de serlo y un joven que había demostrado que quería y podía, con ganado de reconocida bravura, no docilidad.
Hoy, por cartel redondo se entiende una terna con tres o cuatro coletas famosos y toritos de la ilusión con los que aquellos puedan si no hacer arte por lo menos torear bonito, la plaza se llene y todo mundo salga contento, en el concepto más fresa que se haya tenido de la tauromaquia.
Así, un cartel cuadrado no sólo reduce a su mínima expresión la competencia entre los toreros anunciados, sino que además neutraliza a alternantes incómodos para los consagrados, como es el caso del tlaxcalteca Rafael Ortega, primer espada en la corrida de ayer, y cuyas cualidades han sido inversamente proporcionales a los aciertos de su administración.
¿300 ganaderías?
No
obstante que en el país hay registradas más de 300 ganaderías
de reses bravas, la incorregible empresa anunció otra corrida de
Garfias, ahora cinco de don Javier, que sumados a los nueve de José
Antonio dan 14 garfeños, es decir, 14 mansos lidiados en los cuatro
primeros festejos. Para ello sirven hoy las asociaciones, para repartirse
el pastel algunos asociados, no para dignificar un gremio.
Y hasta eso, los de don Javier tuvieron la gallarda presencia de toros mexicanos con edad ?mínimo cuatro años cumplidos?, pero acusaron el descastamiento que hace varios años mantiene a la baja a la aún cotizada ganadería.
Sin empujar en varas o de plano volviendo la cara al caballo y varios de ellos perdiendo las manos desde los lances iniciales, todos ?incluido el parche de De Santiago que salió en segundo término- llegaron a la muleta soseando, rebrincando, escupiéndose de las suertes o parándose. Sin embargo por extrañas razones muchos de los diestros que figuran, nacionales y extranjeros, siguen suspirando por tan menguados hierros.
Ortega, solidez sin administración
Si algo perjudica a un torero que ya alcanzó los primeros niveles, si no de popularidad sí de merecimientos en el ruedo, es la falta de una administración a la altura de esos logros.
Con 18 corridas en la México y 23 orejas cortadas, once de ellas en triunfos consecutivos, así como dos Orejas de Oro ?97 y 98?, Rafael Ortega es sistemáticamente evitado por los que figuran, por lo que la complaciente ?con los de fuera? empresa de la México prefiere ponerlo de primer espada en carteles modestos, habida cuenta que cuando ocasionalmente ha alternado con los que lo evitan, o los ha superado o los obliga a sudar el terno.
Desde el paseíllo se le nota a Rafael esta frustración, y en carteles tan desalmados como el de ayer su desempeño disminuye, y no sólo por la falta de emotividad en los toros. Con Toledano, que abrió plaza, banderilleó certero pero sin cuadrar en la cara, consiguió meritorios muletazos por ambos lados, sobrado de sitio y de técnica pero sin establecer contacto con el tendido y escuchó tibias palmas.
Y al cuarto, Mariposo, con recorrido y alegría hasta la primera mitad de la faena, Ortega lo recibió con una larga, lo veroniqueó y le hizo un quite por navarras, le colgó un preciso quiebro en tablas, lo llevó a los medios y le sacó los escasos pases que su menguada fuerza permitió, por lo que tras un pinchazo hondo y un descabello fue llamado al tercio. ¿Lo veremos alguna tarde con los consagrados?
De Mora, cabeza torera
Luego de su digna presentación la temporada pasada, Eugenio de Mora tampoco merecía regresar en un cartel "diseñado por el enemigo". Si con el infame parchecito de De Santiago logró aislados pero templados naturales que le merecieron salir al tercio, con su segundo, Palmero, muy bien armado pero igual de manso que sus hermanos, Eugenio, en alarde de colocación y de entrega inteligente, instrumentó derechazos y pases de pecho increíbles, coronados con tres cuartos de acero apenas desprendido. Lástima que no se haya atrevido a dar la vuelta. Quienes le pitaron no tienen idea de lo que implica pensar y poder delante de un manso con peligro.
El joven Antonio Bricio, tercer espada, anduvo variado con el capote ?gaoneras y bello recorte? y bien intencionado con la muleta, pero sigue sin decir ni transmitir. A su serenidad y solvencia les falta sello, incluso frente a reses mansas pero de prestigio.