DOMINGO Ť 25 Ť NOVIEMBRE Ť 2001
Carlos Bonfil
Berlin is in Germany
En su artículo Cold warriors, publicado este mes en la revista inglesa Sight and Sound, el historiador y crítico de cine Richard Falcon resume cuatro décadas de creación fílmica en Alemania, desde finales de la Segunda Guerra hasta la caída del muro en 1989. Señala la manera en que los aliados hicieron lo imposible por impedir el resurgimiento en Berlín de una industria fílmica que remotamente tuviera algo en común con la denostada UFA, instrumento propagandístico del Tercer Reich, mientras en el lado oriental de la ciudad, en la zona cercana a Potsdam, funcionaban aún los estudios Babelberg, con agudas revisiones de la historia reciente, entre las que destaca la cinta de Wolfgang Staudte, Los asesinos están entre nosotros (Die mörder sind unter uns, 1946), con Hildegard Knef, una actriz hoy legendaria. En su reflexión, Falcon no atiende tanto al desarrollo paralelo de las dos cinematografías alemanas, opuestas en todo por las prevenciones de los aliados y más adelante por un clima de guerra fría, sino a las vicisitudes de un cine berlinés occidental que durante los años setenta consigue una primera definición en el radicalismo político que le permite distinguirse del nuevo cine producido en el resto del país, principalmente en Munich, y entre cuyos exponentes de mayor visibilidad y prestigio internacional figuran Wim Wenders, Werner Herzog y R.W. Fassbinder.
En Berlín, en la nueva Academia de Cine y Televisión (DFFA), surgen sucesivamente las tendencias de un cine proletario, con incisivas denuncias de la explotación laboral y de las desigualdades sociales (Madre querida, todo va bien, Ziewer/Wiese, 1971; Salarios y amor, Lücke, 1973), y un cine de mujeres atento al activismo político antisexista, a la cuestión del aborto y a la violencia doméstica. Al respecto Falcon destaca los trabajos de Jutta Brückner, Ula Söckl y Helke Sander. Desafortunadamente, este cine se conoce poco fuera de Alemania, y al buscar testimonios sobre Berlín nos encontramos invariablemente con las visiones tremendistas que en un espíritu de guerra fría proponía Hollywood, y también con alguna sátira excepcional (Uno, dos, tres, de Billy Wilder, 1961), y con incontables historias de espías con tétricas encarnaciones del mal rojo, entre las que sobresalen Funeral en Berlín (Hamilton, 1966) y El espía que venía del frío (Ritt, 1965). En México se exhibió también Christine F, prostituta y drogadicta (Uli Edel, 1981), basada en un bestseller de denuncia, muy popular en los ochenta, cuyo epicentro era una estación ferroviaria de Berlín frecuentada por adolescentes al margen del bienestar económico alemán. Existen también las visiones románticas, la evocación de Bob Fosse, Cabaret (1972), acercamiento al Berlín de los años dorados, los años veinte de la República de Weimar, la serie de televisión Berlin Alexanderplatz (Fassbinder, 1980), según la novela homónima de Alfred Döblin, y la reflexión metafísica de Wenders, Las alas del deseo (1987), donde un anciano nostálgico recorre, en compañía de un ángel, los terrenos baldíos que medio siglo antes ocupara la bulliciosa Potsdamer Platz. Este extraño territorio insular lo recorre también el profesor homosexual de Taxi zum klo (Ripploh, 1981), quien cada día se hace conducir por un taxista a todos los mingitorios de la ciudad en busca de calidez y emociones en la urbe ya deshumanizada. El historiador Richard Falcon no explora la ciudad después de la caída del muro, ni la reconversión de la Potsdamer platz en el experimento urbanístico ultramoderno donde simbólicamente sobresale hoy un espléndido museo del cine -augurio de mejores días para una industria aún modesta, o monumento para sus glorias pasadas. No refiere tampoco la crónica de las transformaciones físicas de la urbe en el estupendo documental Berlin Babylone, de Hubertus Siegert (2000), ni el azoro de un ex presidiario de Berlín oriental, detenido injustamente diez años antes de la caída del muro, que al ser liberado se encuentra en una ciudad desconocida. Berlin is in Germany, primer largometraje de Hannes Stöhr, es una de las raras reflexiones del cine comercial sobre las relaciones aún conflictivas entre los habitantes de las dos Alemanias apenas reconciliadas. El protagonista, Martin Schulz (Jörg Schüttauf), descubre al salir de la cárcel que su mujer vive con otra persona, que en su ciudad no circula ya la moneda que le ha sido entregada, y que las perspectivas laborales son aún más difíciles para quien, como él, ha tenido que franquear dos muros al mismo tiempo. A través de la fábula del desempleado crónico, con historial incómodo a cuestas, Stöhr resume, en un tono de tragicomedia, la experiencia de numerosos berlineses orientales con dificultades para aclimatarse a la nueva realidad política.
De esta realidad berlinesa y de sus reflejos en el resto del territorio alemán, podemos apreciar esta semana dos ciclos de cine, uno dedicado a la producción más reciente (Segundo Festival de Cine Alemán), y el otro, una retrospectiva de una de sus representantes más destacada, Doris Dörrie. Estos programas se exhiben respectivamente en la Cineteca Nacional y en la sala José Revueltas del Centro Cultural Universitario de la UNAM.