VIERNES Ť 30 Ť NOVIEMBRE Ť 2001

Ť Adentro tienen resueltas sus necesidades más elementales: director del Reclusorio Sur

Pese al miedo, para muchos jóvenes vivir en prisión es mejor que la calle

Ť Aun así sufren carencias económicas Ť Hay quienes se han suicidado al no poder pagar deudas

ELIA BALTAZAR

Cada mes ingresan a los reclusorios de la ciudad de México mil 200 presuntos delincuentes, en promedio. No todos se quedan. Pero de los que permanecen, la mayoría son muchachos que no rebasan los 25 años.

Allí están, tras las rejas, rostros vueltos angustia. Porque en la zona de ingreso todos se quiebran, sobre todo los primodelincuentes, como lo es poco más de 70 por ciento de los jóvenes de entre 18 y 25 años en prisión, según las estadísticas. El resto ya tiene tras de sí una historia de reincidencia o en consejos tutelares, aunque para estos últimos su pasado no cuenta en este nuevo capítulo. En rigor, para todos es la primera ocasión.

reclusorio_m28ksEl miedo de los que han llegado por primera vez los hace conducirse con prudencia frente al resto de los internos, relatan los directores de los reclusorios Oriente y Sur, Hazael Ruiz y Fernando Alonso.

Pero si se trata de reincidentes o de aquellos que ya tienen experiencia en consejos tutelares, su actitud es otra. "Llegan con toda la energía y la confianza de quienes conocen los métodos. Saben cómo caminar", explica Ruiz.

A pesar del miedo, para muchos jóvenes la vida en prisión es mejor que en la calle. "Adentro tienen resueltas sus necesidades elementales y en ocasiones comen mejor aquí que afuera. Tienen un espacio donde dormir y, algo casi inalcanzable para ellos, atención médica", dice Fernando Alonso, quien relata cómo llegan a veces con padecimientos crónicos que sólo allí les atienden.

En cualquiera de los casos, terminan adaptándose. Porque tarde o temprano encuentran a alguien ya conocido, gente del barrio, de la banda, que los involucra con la vida carcelaria y los organiza, explica Fernando Alonso.

Esta opinión, sin embargo, no la comparten Sergio Azuela y el padre José Luis Téllez, de Pastoral Penitenciaria, ni el director de la Penitenciaría Santa Martha Acatitla, Rigoberto Herrera, para quienes la cárcel es, en sí misma, una experiencia traumática. "Viven la experiencia como una ruptura, se doblan, se quiebran. Cuando salen ni siquiera pueden hablar de lo que les ocurrió", dice Sergio Azuela.

Drogadicción, problema principal

Mi familia me visita, pero no puede dejarme dinero, así que adentro tengo que trabajar. Corto el pelo a los otros, limpio zapatos, hago lo que puedo porque no hay de otra. Y en los días de visita vendo algunas cosas que me dan en las tiendas de aquí dentro. Prefiero eso que estar en los talleres, porque allí ni siquiera pagan. Y traté de ir a la escuela para acabar la secundaria, pero la verdad no me gusta. Ariel, 23 años. Reclusorio Oriente.

Las carencias económicas en un reclusorio no son fáciles de afrontar. Y la necesidad hace a los jóvenes presa fácil de la influencia de quienes detentan un poder económico, sobre todo de aquellos dedicados a la venta de droga. Porque la drogadicción es uno de los principales problemas. No son pocos los que trabajan sólo para pagarla. Y los que han muerto por no pagarla.

"En el Norte uno de los chavos prefirió suicidarse porque tenía una deuda de 10 mil pesos y su familia no podía darle el dinero", relatan Octavio y Carlos, quienes allí estuvieron para presenciarlo. "Siempre tienes que pagar, como sea, pero pagar."

Mariguana, cocaína y piedra son las drogas más consumidas por los internos. Y por ellas pagan adentro más. Una grapa de cocaína puede costar en la calle 50 pesos, la piedra 20 y un cigarrillo de mota 10 pesos. En la cárcel a veces se vende al doble, como los cigarros, como el alcohol, como todo.

Así las horas, los días, las semanas se queman en una lata de refresco donde la piedra se funde, se inhala, se sorbe hasta llevarlos a un estado de inconsciencia.

Los narcotraficantes, aceptan las autoridades, tienen mucho control sobre la población penitenciaria, y ha costado mucho trabajo irlos aislando del resto, porque no disponen del espacio suficiente para la reclasificación.

Y allí está un joven que entró por robo, conviviendo con secuestradores, narcotraficantes, violadores. Expuestos a tantas dinámicas delictivas como número de internos hay en los reclusorios. "Miles de maneras de delinquir, de planear o de ejecutar un crimen. Y aprenden, porque en el correr de tantas horas de ocio su plática se reduce al intercambio de experiencias. Y esa plática no es otra cosa que el conocimiento no escrito de la delincuencia", explica Hazael Ruiz.

Estructura social

Los apandos. Eso es lo peor. Y nadie escucha nada aunque todos sepan lo que pasa. A ver, hijo, vamos a ver si eres tan hombrecito: cuando escuchas eso ya sabes lo que viene. Te defiendes como puedes, aunque ya sabes que vas a perder, que siempre te va a ir mal, porque son más fuertes que tú, porque son más. La primera vez lloré, y la noche siguiente me volvieron a golpear. Hasta que dejes de chillar, pinche maricón, me dijeron. Lo demás no te lo puedo contar. Y sí, soy homosexual. Oscar, 20 años, Reclusorio Norte.

En la pirámide jerárquica de la cárcel, la peor parte la llevan los jóvenes reclusos, sobre todo si se trata de recién llegados o corregendos, quienes tendrán que cargar con el trajín diario: fregar pisos y escusados, lavar la ropa del resto de sus compañeros de dormitorio y hacer la comida para todos.

De readaptación, ni hablar, aceptan los funcionarios. No hay capacidad para ofrecerles empleo, apenas algunos talleres, una que otra actividad, cursos escolares que los mismos internos califican como "de güeva" y a los que muy pocos asisten. Porque en la cárcel nadie está obligado a participar en actividades, pues la propia ley así lo establece, explica el director del Reclusorio Sur, Fernando Alonso.

De nada serviría, en todo caso, que las actividades fueran obligatorias si no tenemos mucho que ofrecer, opina Hazael Ruiz, director del Reclusorio Oriente, el de mayor población en la ciudad, con más de 8 mil internos. Allí hay un taller de panadería para el autoconsumo, otro de mueblería que es un espacio concesionado, y uno más de fundición. En conjunto, ocupan a 67 internos. Si estos talleres se cerraran, no pasaría nada, dice.

Esta situación no es diferente en el resto de los reclusorios, donde la mitad de la población (53.52 por ciento), especialmente los jóvenes, se ocupa en actividades artesanales. Otro 39 por ciento ofrece sus servicios dentro de los mismos reclusorios, a cambio de un salario.

En lo que a educación se refiere, las cosas no son mejores. Con ayuda del INEA y de trabajadores sociales se ofrece educación básica a los internos, sobre todo jóvenes, quienes en muchos casos admiten que la toman más como antecedente para alcanzar la libertad. La cobertura de actividades educativas, según la estadística oficial, alcanza a 36.88 por ciento de la población. Pero desde 1998 la SEP no participa en el esfuerzo.

Estrategias de apoyo

Todos hablan del menor cuando delinque, pero nadie sabe qué hacer para salvarlo, nadie tiene muy claro cuáles deben ser las medidas a seguir, considera el director de la Penitenciaría de Santa Martha Acatitla, Rigoberto Herrera.

Por lo pronto, la Subsecretaría de Gobierno del Distrito Federal aplica una serie de estrategias entre la población juvenil con el apoyo del Instituto Politécnico Nacional, que ofrece empleo a los jóvenes internos y a algunos otorga becas de capacitación.

Es el momento de buscar alternativas, coinciden los entrevistados, y en ellas deben involucrarse gobierno, iniciativa privada y sociedad civil. Porque ya no se vale hacer de los jóvenes que delinquen una basura y de los reclusorios el basurero donde olvidarnos de ellos.