Ť Se presentaron el martes en el DF
Poca asistencia al juego de los Harlem Globetrotters
JAIME WHALEY
Poco importa el marcador, de antemano se sabe que los Harlem Globetrotters juegan para divertir y que dentro de esta diversión en el guión se incluye una aplastante victoria ante sus rivales -o mejor dicho patiños en turno-, que en este caso fueron unos agobiados Nationals de Nueva York.
La historia da cuenta de que desde su fundación, ocurrida en 1927, estos auténticos virtuosos del basquetbol han salido airosos en poco mas de las 20 mil contiendas hasta la fecha disputadas, aunque otro tipo, igual de legendario que estos gigantescos negros, el Auggie García, solía relatar amenamente en aquellos larguísimos viajes a Chihuahua, en aquel viejo y desvencijado autobús de la UNAM, que él, alineando con la Selección Jalisco, había derrotado a estos magos del enduelado en 1938 en la mismísima Guadalajara.
Los Globetrotters, cuyas hazañas han sido atestiguadas por todo género de público, pasearon de nueva cuenta su señorío hace un par de noches en el Gimnasio Olímpico Juan de la Barrera, pero la respuesta de los aficionados capitalinos no fue la esperada. El horario y los altos precios de los boletos contribuyeron para que, a pesar de la propaganda por televisión, la respuesta de la gente fuera mínima, más no así la risa y el asombro, que sí fueron suficientes.
Las jugarretas y cabriolas de Gaffne, Sinclair, el dominicano Antigua -primer latino en jugar con los Harlem- y el irónicamente apodado Rizos, un tal Johnson que está completamente pelón, entre los que más jugaron, divirtieron sobretodo a los chiquillos (as).
Giran como en un tiovivo, mareando a los defensores; se pasan el balón entre las piernas, driblan con la pelota escondida y fallan pero siempre está un compañero presto para el remate con espectacular salto que enciende un alarido y un batir de palmas como reconocimiento a un enceste más, que desde luego altera la pizarra, pero que da lo mismo en última instancia, pues por ahí del primer cuarto los trotamundos llevan ya una gorda delantera de 30-10, y ya para concluir la primera parte Gaffne acierta un tiro desde la media cancha, de espalda a la canasta, en jugada común para él pero de filigrana para cualquier otro mortal.
Cerca del silbatazo final del árbitro -quien desde luego es parte fundamental del show, pues es cómplice de cuantas violaciones cometen los del uniforme que semeja la bandera de las barras y las estrellas-, ni quien se fije en el resultado que con la pegajosa tonadilla silbada de Sweet Georgia Brown (el canto que identifica a estos cómico-deportistas), sube que sube a favor de los que en sus orígenes eran los proscritos de las grandes ligas para el talento blanco, color que era el de la mayoría de los espectadores de sus juegos.