jueves Ť 6 Ť diciembre Ť 2001

Adolfo Sánchez Rebolledo

Lecciones de la guerra sucia

El informe presentado por la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) sobre los desaparecidos de los años setenta y principios de los ochenta ha sido recibido con toda suerte de reacciones. Hay quienes subrayan omisiones que les parecen graves; otros desestiman el esfuerzo y se refugian en argucias de corte jurídico para evitar que la historia de esos años sea conocida y, en el caso de los crímenes de Estado, debidamente aclarada y juzgada. En cualquier caso, es un hecho político destacable que el gobierno asuma la existencia, hasta ahora negada, de la serie de asesinatos y desapariciones forzosas llevadas a cabo por las fuerzas de seguridad durante la represión a los grupos armados. Es posible que a la generación que tiene menos de 30 años la guerra sucia le parezca un capítulo irreal que jamás ocurrió. Al fin y al cabo, la historia oficial ubicaba a México como un islote de estabilidad en medio de la violencia política que asolaba América Latina, desde Guatemala hasta Buenos Aires. ƑCómo creer que en Monterrey o Atoyac se torturaba igual que en Santiago o Montevideo, bajo la bota militar de los dictadores? Y, sin embargo, guardadas las proporciones, en ese tiempo -fines de los sesenta y toda la década siguiente- también aquí vivimos en peligro bajo la acción incontrolada del combate a la guerrilla rural y urbana, con la diferencia de que en México "no pasaba nada" tras la fachada civilista y democrática del régimen presidencialista.

Ese silencio, desde luego quebrantado por la denuncia permanente de Rosario Ibarra y otros defensores de los derechos humanos, comienza a romperse, no sin grandes dificultades políticas y otras que podríamos llamar "técnicas". Es evidente que la impunidad hacía innecesario el rigor jurídico, la precisión documental, pero al final es imposible borrar todas las evidencias, de modo que leídos con rigor esos archivos incompletos hoy son capaces de "hablar", arrojando nueva luz sobre asuntos especialmente oscuros. Los criminales siempre dejan huellas, sobre todo cuando sus actos resultan de una operación de Estado de esa magnitud. Después de este informe, resulta ridícula la negativa de poner a disposición de los investigadores los archivos oficiales sobre el 68 y otros asuntos delicados, fundada en la hipótesis de que "las órdenes no se daban por escrito".

Es difícil saber hasta dónde llegarán las investigaciones iniciadas con este informe, pero es obvio que se dejó pasar miserablemente el tiempo. Muchos delitos prescribieron. Algunos de los principales responsables han muerto. Por años, las quejas de los familiares de las víctimas no conocieron otra respuesta que el silencio indolente de las autoridades. Los suyos eran, se decía, casos cerrados que no valía la pena destapar, como aún sostienen algunos desmemoriados a quienes conviene más el olvido que la aplicación de la justicia o el esclarecimiento de la verdad histórica. No obstante, los ex presidentes, ex procuradores, ex secretarios de Gobernación y Defensa que tomaron parte en los hechos tienen, por lo menos, una responsabilidad política que no pueden eludir fingiendo ignorancia.

Sin embargo, con ser importante el juicio a los responsables, la primera lección que se deriva de esta historia trágica es que no se puede combatir el delito con procedimientos al margen de la ley. La experiencia de la guerra sucia en todo el planeta comprueba que ese camino lleva al despeñadero a las sociedades, las desgarra moralmente y, a la postre, las somete a un infierno de autoritarismo que no respeta los derechos humanos. Cuando las garantías individuales quedan en suspenso a fin de combatir más eficazmente al "terrorismo", tiemblan el derecho y la convivencia civilizada: no se consigue la paz, pero se anulan las libertades. El informe y las recomendaciones que de él se derivan son un paso (que puede ser importantísimo) en el esclarecimiento de un aspecto de esa historia, paso que es vital para edificar un verdadero estado de derecho en México.

Con todo, sigue faltando una interpretación histórica que abarque el fenómeno en toda su extensión, incluyendo, por supuesto, la reseña de los grupos armados rurales y urbanos, su configuración ideológica y organizativa, el recuento de sus acciones, sin dejar de ventilar los capítulos más oscuros.. En verdad, fuera de algunos textos iniciales, más testimonios personales que análisis de algunos de los sobrevivientes, carecemos de una visión sistemática de la otra mitad de esa parte de la historia. Hace falta.