JUEVES Ť 6 Ť DICIEMBRE Ť 2001
Emilio Pradilla Cobos
Rosario Robles y el PRD
En procesos diferentes, las procuradurías generales de la República y de Justicia del DF y la Contraloría capitalina exoneraron a Rosario Robles, ex jefa de Gobierno del Distrito Federal, de las acusaciones que habían formulado en su contra asambleístas del PAN y del PRI, y que encontraron amplio eco en los medios informativos de derecha. Se evidencia así el fracaso de esa deleznable forma de hacer política consistente en descalificar y tratar de derrotar a dirigentes políticos de oposición mediante campañas de desprestigio montadas sobre acusaciones seudolegales sin fundamento ni pruebas.
Aunque algunos de los medios más conservadores siguen la campaña contra Rosario, tratando de mostrar la exoneración como prueba de la inoperancia y subordinación política de las instituciones encargadas de luchar contra la corrupción en la capital -lo cual no ayuda a la causa que dicen defender- parece que tendrán poco eco, concluyendo así esta pantomima.
Rosario asume ahora el nuevo reto de encabezar el movimiento de recuperación y regeneración de la izquierda mexicana y, en particular, de su mayor organización política: el Partido de la Revolución Democrática, cuya dirección nacional y en el Distrito Federal se renovarán en marzo de 2002. Como mujer, política y luchadora social, tiene la capacidad, fuerza, formación y experiencia necesarias para lograrlo, y el triunfo de Lázaro Cárdenas Batel y el PRD en Michoacán, para el cual hizo un aporte significativo, es una condición favorable.
El PRD tiene la necesidad inaplazable de transformarse, pero no "virando al centro", como quieren los conservadores de dentro y fuera del partido, sino recuperando y renovando su perfil original de izquierda, perdido en los últimos años a causa de la exacerbación de sus contradicciones internas. La tarea es difícil pero crucial en el momento actual, cuando observamos un curso conservador en la opinión pública de la ciudad, el país y el mundo, luego del derrumbe de la trágica experiencia burocrática del llamado "socialismo real", y cuando la mayoría de los partidos socialdemócratas y socialistas actúan como administradores de la globalización neoliberal y se alinean detrás del gobierno imperial de Bush y su guerra global contra el "terrorismo", abandonando lo que les quedaba de relación con las causas de los explotados y oprimidos del mundo.
El cambio refundacional del partido debe ir de la teoría a la práctica política. Tendría que recuperar la práctica del debate interno y con la sociedad, para construir un programa político que recoja, impulse y acompañe las demandas, movilizaciones y aspiraciones de la mayoría de los trabajadores y ciudadanos mexicanos y sus organizaciones, abriéndoles alternativas para el futuro. Este programa tiene que esbozar caminos para la transformación del inequitativo y depredador capitalismo neoliberal actual y su globalización; de su política social privatizadora, excluyente y asistencialista; de su democracia formal en la que el marketing mediático suplanta la participación organizada de los actores sociales. A él debe corresponder un deslinde claro y propositivo ante los gobiernos neoliberales de centro y derecha, incluido el de Fox, y la exigencia de una política independiente ante la hegemonía política, económica y militar de las potencias, encabezadas por Estados Unidos.
El PRD está obligado a abandonar su práctica cerrada de enfrentamiento de grupos clientelares de presión, que reduce su acción a la búsqueda de puestos de dirección y de elección en la estrecha palestra electoral, al margen de posiciones políticas. Para lograrlo no bastan reformas organizativas de papel; hay que reconstruir sus puentes con las organizaciones y los sectores sociales: obreros, campesinos, empleados formales e informales, migrantes, pequeños productores, profesionistas, indígenas, mujeres, jóvenes, universitarios, intelectuales, sexualmente diversos, etcétera.
Su política de selección de candidatos y de alianzas electorales tiene que abandonar el pragmatismo, para ser coherente con su discurso político. Debe volver a la tradición democrática de izquierda, del debate interno de ideas y proyectos, diferente a la "libertad de opinión"; establecer compromisos explícitos con sus candidatos, a partir del programa político del partido; practicar la separación del partido y los gobiernos emanados de su seno, y recuperar la capacidad y el derecho de crítica para no reproducir la cultura política del pasado.
Estos y muchos otros cambios tendrán que abrirse paso en el PRD a partir del cambio de su dirección, si quiere permanecer y recuperar la presencia en la mayoría de la sociedad que tuvo en 1988, cuando surgió como aglutinador de las fuerzas democráticas y de izquierda de México, y ser alternativa de izquierda en el futuro.